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2012-02-22

Fragmento Caprichoso 4

Heroicos Beto y Nico


B—¡Lo reto a duelo, caballero Nico del reino de los dragones verdes!
N—¡Acepto el reto, caballero Beto del reino de los leones rojos!
Con estas palabras los dos nobles caballeros se batieron a duelo. Pelearon heroicamente toda una mañana, cabalgando sus corceles potentes, blandiendo sus espadas refulgentes. Sus armaduras impolutas brillaban con los reflejos del Sol. ¿Qué es lo que hace a un caballero luchar? ¿Qué es lo que lo hace ser un héroe? ¿Es el ideal, es la pasión, es el sacrificio? Yo creo que eso que lo hace ser un héroe es la noble imagen de que él es lo que los demás no se atreven a ser. Por qué es mucho más fácil tener héroes, que ser un héroe. Es más fácil buscar en los demás en lugar de transmutarse a uno mismo…
El caballero Beto y el caballero Nico lucharon toda la mañana, ya lo dije, o más bien sería correcto decir que se batieron a duelo. Y siempre estuvieron parejos, era uno rival del otro. Y aunque habían empezado sobre sus corceles, pronto desmontaron para que el ardor del combate no hiriese a sus animales. Y se enfrentaron con honor y con valentía. En sus rostros había confianza y seguridad, y una actitud no de muerte sino de goce. Era como un juego…
Realmente era un juego, Nico tenía ocho años y Beto tenía diez, y se batían a duelo con un par de palos en el patio de una casa, sobre baldosas cuadriculadas negras y blancas. Y antes que hubiese cesado su contienda apareció una mujer robusta vistiendo un vestido largo floreado y un delantal sucio.
M—¡Vayan dejando de jugar! Lavanse las manos que está la comida. — Asintieron los nobles caballeros, pero no quisieron interrumpir su duelo por algo tan trivial como “ir a almorzar”. —¡Vamos! ¡Dejen de jugar! ¡La comida se enfría, luego van a seguir jugando toda la tarde!
B—Habremos de dejar nuestro duelo por la mitad, caballero de los dragones verdes.
N—¡Así parece, caballero de los leones rojos!
B—Ha peleado con honor, lo invito a mi castillo, habrá un gran banquete.
N—¡Eso es estupendo! Otro día lo invitaré al mio entonces! — Ambos rieron y se marcharon a lavar sus manos.
La señora llevaba los platos a la mesa. Era una mesa cuadrada, triste ironía heráldica, y con un mantel cuadriculado de azul y blanco, y sobre el mantel otro de plástico lo cubría pero estaba algo deteriorado. En la mesa estaban los cubiertos repartidos, una bebida gaseosa, una botella de vino tinto y un sifón. Todos los platos se apilaban en un solo lugar. Del otro lado de la mesa un hombre robusto también, vestido con una musculosa blanca, dejaba un pedazo de pan mordido delante de él y se prestaba a servirse vino en su vaso. Un poco alejado, partícipe de la reunión, estaba un televisor en donde se apreciaba una nota hecha el día anterior en un corsódromo, a razón de la época de carnaval.
Beto y Nico llegaron a la mesa, se habían lavado las manos pero traían con ellos los palos con los que se habían batido a duelo en el patio. La señora, que de más está aclarar que era la madre de los niños, llegó con una fuente que puso en el centro de la mesa. Nico se paró para ver mejor la fuente, le gustaban los fideos con tuco.
M—¿Trajeron los palos a la mesa? Déjenlos afuera, ahora hay que comer y luego siguen jugando.
N—¡Pero no son palos! Son espadas. Y un caballero jamás deja su espada, ni cuando come.
M—No me hagan enojar, no se juega en la mesa, pregunten a su padre sino…
P—¡Niños, dejen los palos afuera, háganle caso a su madre!
Beto puso su mano sobre el hombro de Nico y le dijo —Esta bien, caballero Nico, lo ordena el rey. Al fin y al cabo, un caballero sigue siendo caballero aunque no tenga su espada… — Nico entonces sonrió y tomó ambos palos.
N—Tiene razón usted, caballero de los leones rojos, permítame guardar también su espada!
B—¡Oh, muchas gracias camarada! — La madre sonrió contenta de que la obedecieran y que el hermano mayor haya dado un buen ejemplo. El padre rió viendo la televisión, luego apuró un chorrito de soda en el vaso con vino tinto y dio un trago. Ninguno de los dos se percataron de las palabras de Beto al decir que “un caballero seguía siendo caballero sin su espada”, y lo qué era para esos niños “ser un caballero”. ¡Pero claro! Si para ese par de adultos no se trataba de dos caballeros con espadas, sino de dos niños con palos…
Conversaciones triviales, comentarios de un notero alzado en la tele, fideos con tuco, gaseosa para todos menos para el padre, el mantel de plástico que impide que se manche el cuadriculado de tela.
M—¿Quieren más fideos? — “Si”, contestaron los niños. El padre se cansó del corso y cambió el canal hasta encontrar un partido de futbol de algún lugar de España…
N—Ma! ¿Vos a que jugabas cuando eras chica?
M—Su tío Francisco tenía mucha diferencia de edad conmigo, no jugábamos mucho. Pero solía ir todas las semanas a la casa de mi tía, me divertía mucho con mi prima Marisa… — Por un momento se quedó quieta, sostuvo el plato de fideos en el aire, rápidamente se lo entregó a su hijo y tomó el segundo plato.
N—¿Y vos papá, a que jugabas cuando eras chico?
P—¿Qué cosa? — Al padre le molestó un poco que quiten su concentración en ese partido de futbol de dos equipos que nunca vería en vivo.
M—Nico pregunta a que jugabas cuando eras chico.
P—Al futbol, como todos los niños de mi edad.
B—¿Nunca jugabas a ser un caballero y tener una espada?
P—No sé, supongo que sí… ¡Hace mucho de eso! No recuerdo a que jugaba, ya no tengo edad para jugar, cuando uno crece se preocupa por cosas en serio…
N—¿Por qué los adultos no juegan a nada?
P—Por que no es importante, hay que trabajar, ser responsable, ganarse el pan… Sino no estaríamos comiendo estos fideos ahora mismo.
N—¡Pero un caballero es muy responsable!
P—Niñerias, los caballeros ya no existen, y cuando existieron no eran más que ricachones a caballo con un sequito de sirvientes que le sostenían las capas…
B—Pero no todos los caballeros eran así, supongo…
N—¡Nosotros somos caballeros pero no tenemos ni sirvientes ni capas! — El padre rio un poco, y miró de reojo el televisor.
M—¡Mas vale que no! No quiero verlos con toallas al cuello, sépanlo… — Los niños se miraron cómplices, ya se habían planteado disponer de un par de toallas, una roja y otra verde…
B—No má, no necesitamos capas de colores! — Nico rió sutilmente, la madre advirtió lo de las “capas de colores”…
Terminaron de comer, se lavaron los dientes, y fueron a buscar los palos… ¡Perdón! Fueron a buscar sus espadas, pero no usaron ni capa ni corcel, y fueron al campo de batalla a terminar su duelo… Nunca terminarían su duelo, ya que nunca nadie vencía, y siempre era interrumpido por algo trivial como el almuerzo o la cena, o la hora del estudio, o la hora de dormir…
La mujer contempló por la ventana de la cocina que daba al patio, mientras secaba la vajilla que había lavado, como jugaban sus hijos. Por un momento recordó cuando trepaba árboles con su prima y arrojaba langostas a su tía que era medio fóbica. Sonrió melancólicamente y se alegró de que sus hijos sean aun niños…

Los adultos, con ligereza, desvaloran el significado de los juegos. Dejan de jugar, y al tomarse tan objetivamente la vida, se transforman en ciudadanos funcionales… ¡Que insulto al niño que alguna vez fueron!


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2012-02-01

Fragmento Caprichoso 3

Extraño cotidiano

P—Mi cielo, ya llegué…
C—¿Cómo te fue en el trabajo?
P—Para la mierda. Luego de tanto trabajar mi supervisor me dijo que teníamos que hacer horas extras.
C—Pero te las van a pagar ¿No?
P—Si, pero yo quiero el tiempo y no el dinero.
C—Pero podemos ahorrar para la fiesta de los chicos.
P—…Tenés razón…
C—La vida es asi, pero si uno se acostumbra, la puede sobrellevar y quizás hasta disfrutarla!
P—…Te amo cielo— Ella sonríe satisfecha, sin saber a lo mejor que esas palabras hipócritas ocultan un visceral odio a la sociedad, a uno mismo y a la exuberante dulzura de Camila, la misma que hizo que Pablo se enamorase tan profundamente como para dejar sus ideales anarquistas y formar un hogar.

Esa noche Pablo se desveló pensando, rumeando, el como él se había acostumbrado a esa farsa familiar y social. Pero pasaron varios meses hasta que pasara lo que tenía que pasar…
Era una noche, la televisión decía sus discursos, emanaba sonidos como descolocados de cualquier realidad. Era un mundo loco de Alicia, y el conductor era el sombrerero, y Camila y los chicos miraban, y a veces sonreían como compartiendo una complicidad con esa caja que brillaba por el frente. Pablo los miraba atento, el escenario era tan artificial, tan irreal. Pablo estaba seguro de que ayer mismo él miraba de la misma forma a la caja, pero hoy no podía. Hoy era inmune a sus promociones y a sus fugaces colores estridentes. Alguna vez él soñó con ser mochilero, y casi lo fue. Iba a la calle cada vez que quería y se reunía con gente muy loca que le prometía acompañarlo. El dinero no importaba, Pablo sabía y sigue sabiendo que eran grilletes que lo obligaban a tener obligaciones que en nada enriquecían su vida. Alguna vez ha osado fantasear con tener hijos, y estaba seguro que los crearía como era él, enseñándoles que el sistema no servía y que lo mas digno y honrado era el vivir dándole la espalda. —¡Pero no pienso traer a voluntad niños inocentes a este mundo de mierda! — Decía a sus amigos, que reían cómplices y decían que tenía razón, pero que los accidentes pasaban…
Camila estaba tan diferente… Aquella vez que la había visto en la escalera de la facultad era diferente. Era y sigue siendo dulce, encantadora, angelical, una mujer perfecta para un heráldico caballero en busca de doncella a la cual rendir como tributo sus hazañas. En ese momento, Pablo había visto algo muy peculiar. La vio hermosa y fresca, impoluta de toda maquinaria consumista, esas palabras como neoliberalismo y economía eran extrañas en contraste a Camila. Pablo supo que tenía que estar con ella, y aunque era obvio que los ideales de cada uno eran diferentes, él la veía casi como la culminación de sus pensamientos. Una idea fija revoloteaba en torno a ella. Pablo imaginaba a Camila como un campesina pagana, dulce y caminando descalza por una huerta, junto a una casa de adoquines. Una imagen idílica, un paraíso para dos personas y alejado años luz de las urbes contaminadas de ondas de radio de celulares y vidrieras y carteles de comida rápida. Él era diferente con ella, sacaba su mejor aspecto, ella era dulce con él por que él siempre sacaba su mejor aspecto. Desde el principio su relación fue una suerte de farsa…
El trabajo de Pablo era ordinario y en relación de dependencia. Él no se preocupaba, ganaba lo suficiente como para mantenerse a él mismo, salir de vez en cuando y ahorrar algo. Tenía la certeza de que sus ahorros iban a ser sacrificados en una última inversión, la cual lo llevaría a la consumación de sus ideas. Aunque no sabía qué, le empezó a gustar la idea de comprar un terreno en el campo, alejado de las bebidas gaseosas y con un poso para el agua. Una idea bastante naif para un sujeto que gustaba de aventar piedras a los autos caros en las manifestaciones subversivas. Pero esa idea naif era de repente la mejor manera de materializar sus ideas. Y se imaginaba ya, embriagado de cursilerías, como sería criar niños en ese lugar, sin los celulares y la televisión, sin computadoras, pero teniendo eternos pastos para correr y árboles en donde trepar.

Esa misma noche en que Pablo contemplaba absorto los rostros que contemplaban absortos la caja mágica. Pablo no podía entender como esa Camila hipnotizada era la misma Camila idílica que alguna vez le hizo temblar el piso de sus mas firmes convicciones. Él aun tenía alguna fantasías… Era de noche, estaban acostados y a punto de ir a dormir, ya habían apagado los veladores y Camila estaba recostada de perfil con una de sus piernas entre las piernas de Pablo. Aun en la oscuridad podía él distinguir sus labios esbozando una leve sonrisa, la veía tan conforme con eso que él consideraba una farsa. Pablo se la quería llevar con él al fin del mundo, encontrar un valle en donde no penetren ni las ondas de radio de amplitud modulada.
P—Si yo me fuese… — Camila abrió los ojos, al parecer había empezado a dormirse.
C—¿Qué mi amor?
P—¿Te vendrías conmigo a otro lado? Si me fuese, si vendiese todo y me fuese a vivir a un bosque, o bajo una montaña… ¿Te vendrías conmigo?
C—¿Jajajaja? Sabes que te amo, te acompañaría a cualquier parte! — Pablo se llenó de emoción por un instante, pero luego sintió el preludio del “pero”. Hay una sensación casi instintiva que te da a entender que va a haber un “pero”, de que te estabas ilusionando inútilmente.
C—¿Pero qué hacemos con los chicos? No los puedo dejar mucho tiempo con mamá, y no tenemos plata para una niñera. Y ni pienso dejarle mis hijos a un extraño de todos modos. Si querés que planeemos una vacaciones es mejor esperar a que los chicos crezcan.
P—Pero los podemos llevar con nosotros. ¿No sería fantástico, los cuatro juntos, viajando por el país, viviendo en un valle encantado?
C—¿Un valle encantado? ¿Qué fumaste en el trabajo? De todos modos… ¿Qué pasa con la escuela de los chicos? Después les va a costar mucho ponerse al tanto, o puede que queden libres. Mejor esperemos a las vacaciones de verano. Aunque hay que ver, no podemos hacer un viaje como vos decis, y además hay que planear el tema de las fiestas de navidad y año nuevo. De vuelta, mejor lo dejamos para cuando los chicos sean más grandes.
P—Yo estaba hablando de dejar todo e irnos a vivir a otro lado, lejos del sistema, lejos de…
C—¿De vuelta con eso? ¡Jajaja! Nunca se te va a ir tu lado idealista y rebelde. Y bueno, me lo tengo que bancar, asi como sos me enamoré de vos. Pero vas a ver que ya la semana que viene te vas a olvidar. Además, es el cumpleaños de tu hermano, podrías ir a verlo, seguro que eso te va a hacer bien. — “Te va a hacer bien”, Camila lo decía como si Pablo estuviese enfermo, pero él sentía que no había estado tan lucido desde hace mucho, mucho tiempo.
P—Puede ser que tengas razón. Mejor lo planeo todo con tiempo y paciencia… — Camila sonrió conforme y lo abrazó cerrando los ojos y entregándose al sueño. Pablo, cuando decía planearlo todo, hablaba de sacar a Camila y los chicos de la ecuación. Esa era la última jugada, tenía una vaga esperanza de que la mujer que alguna vez amó se iría con él, y que sus hijos serían herederos de sus pensamientos mas libres. Pero ella era parte del sistema, sus hijos también, él era un extraño en esa casa…

Pasaron los días, las semanas, el cumpleaños del hermano de Pablo, la navidad y año nuevo, dos veranos más… Camila entró a la casa con los chicos, los traía de lo de su madre en donde habían pasado unos días. La casa tenía una fuerte ausencia. Pablo solía escuchar esos temas de rock pesado cuando Camila no estaba, y no se los oía. Era claro que Pablo no debería de estar, pero faltaban algunas cosas. Y sobre la mesa había un sobre con el nombre “Camila” en él. Ella abrió el sobre, leyó algunas palabras y su rostro se impactó.
P—Mi querida Camila. Sabes que te amo, y te sigo amando. Pero yo todo este tiempo he fingido ser una persona que no soy, solo por encajar. Tenía la esperanza infantil de que seas mi compañera de aventuras, pero nunca lo fuiste. Vos no sos una aventurera. Ya no soporto más la ciudad, la sociedad, los aparatos y los autos. Todo eso me enferma y creo que ustedes ya están enfermos. Alguna vez voy a volver a hablarte, y deseo profundamente que entonces quieras venir conmigo. Quisiese también que mis hijos quieran venir conmigo. Creo que para ellos es difícil, y creo que para vos ya es tarde. Lamento el que me haya ido, pero lo lamento por vos. Si no me iba moriría en vida, y creo que hubiese sido peor para todos… Pos data, si llaman de mi trabajo, desiles de mi parte que se vayan a la mierda!

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