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2013-12-24

Quedan alli las moscas

Los movimientos me brotaban de forma automática, mi mente estaba en blanco. Un cambio de viento me golpeó con una ola de un olor que ya había sentido antes en cementerios, un olor particular que nunca se olvida.
Conforme avanzaba, sin ser completamente consciente de los movimientos de mis piernas, el olor se incrementaba y daba la sensación de que se volvía sólido, combinado con un calor imbancable. Habré querido, en alguna ocasión, separar el aire con mis brazos, como si la acción me permitiese facilitarme el avance. El avance seguía siendo automático, pero las articulaciones sentían el peso del cuerpo en cada movimiento. El olor y el calor se habían fundido y eran lo mismo. Me envolvía, me aferraba, se escabullía por mi ropa y se metía en mis poros. De repente la puerta abierta de siempre, me detuve ante el pasillo. De allí el oleaje de esa fusión de olor y calor se volvía más denso, no podría decir que entré, en lugar de ello me sumergí.
Esquivé siluetas, esquivé palabras, y subí la escalera de siempre. Atravesé la puerta de siempre, el aire era denso, coagulado y pegajoso... El suelo estaba cubierto por una inmencionable sustancia, resbaladiza, orgánica y adherente. Entonces me percaté que eso era el aire, que eran lo mismo pero que ahí en ese suelo era más denso. Si la cordura me hubiese abandonado, habría visto la sustancia subir por las paredes, cubrir el techo, subir por mis piernas y consumirme. Quizás la cordura era mantenida despierta por un constante sonido de fondo, perpetuo, que junto al aire impedían pensar en momento alguno el que quizás me estuviese sumergiendo en un sueño. La física de mis percepciones eran concretas e imposible de ser desatendidas... El sonido perpetuo era el de las moscas, desde ya inseparables al entorno. Se escapaban algunas de ellas como perdidas, pero la mayoría no se alejaban. Las moscas y el lugar eran uno solo, eran lo único que parecía moverse en esa densidad de aire y sustancias.

Apoyarme en una pared, que no me habría extrañado encontrar pegajosa pero no lo estuvo, y asomarme. El lugar era letárgico, y lo único vivo eran las moscas, que no eran muchas sino una entidad compuesta de partículas, lo cubrían todo y lo investigaban, pero a mi no me tocaban, no sé por qué. Antes de esa ocasión si tuviese que escribir algo similar, hubiese relatado la ficción de como las moscas me acosaban y me invadían, pero las moscas no me tocaban. Había demasiada muerte y yo estaría demasiado vivo, al menos por fuera. Recuerdo particularmente un brazo cubierto de moscas, una cabellera canosa, un pie morado a punto de estallar, y ropa empapada de la sustancia que se esparcía en todo. Enfrente de mi se sentaba dándome la espalda y quieta, y a lo lejos, inmerso en la oscuridad, una silueta recostada e irreconocible. No me atreví a aventurarme, quizás por que no se trataba ello de ninguna aventura...

El cabello, el brazo y el pie, eso lo recuerdo e identifico. Una parte de mi lo identifica. Era inconfundible el escenario. Mi automatismo mental me devolvía respuestas afirmativas, me devolvía posibilidades lógicas, todo razonable, todo objetivo y calculable. Descendí las escaleras con frialdad mientras mi mente cambiaba imágenes, analizaba siguiendo algún protocolo algorítmico. Los recuerdos se mezclaban, el brazo, el cabello y el pie con otras imágenes, rostros, patrones de movimiento, voces y expresiones, miradas y sonrisas. Ahí un aspecto subjetivo de mi ser no relacionaba la escena material con los recuerdos. Las personas habían sido exorcizadas de los cuerpos. Lo único vivo allí eran las moscas, y mis recuerdos tenían suficiente vida como para no encajár allí. El aire seguía denso, el calor y el olor seguían estando fusionados, y el sonido de las moscas perduraban. Las moscas no salían, salvo unas pocas perdidas. Una buena parte cubrían un mosquitero pero no estaba seguro de que quisiesen salir, solo investigaban, por que pertenecían a allí dentro. La casa pertenecía ya a las moscas.

Será, asumo, algún bloqueo mental. Los cuerpos eran asociables con conjunto de información, y esto se describe así, con la objetividad de una computadora. Las personas no estaban allí, las personas no sabía yo donde estaban, ni como ubicarlas, ni si habrían de volver. Lo único real era el olor, el calor, y el sonido de las moscas. Luego las siluetas y las palabras que iban y venían a mi alrededor. Todas ajenas a mi persona, ya agobiaban y deseaba sacarmelas de encima. Siluetas ajenas, palabras ajenas, y percepciones materiales muy desagradables, y es todo lo que puedo decir al respecto.


Alguna vez en tiempo pasado pude interactuar con cuerpos que ya habían sido exorcizados de sus personas, y en esas ocasiones tuve mecánicos movimientos guiados por una fría computadora que con objetividad asociaba información. Fueron cuadernos, fotos, anotaciones, algunos objetos en particular, los que se vinculaban con la vida que se desintegraban en forma de recuerdos. Sé que cuando se hayan ido las moscas, y la densidad del aire y la adherencia del suelo sean desechadas, no habrán más barreras entre montañas de objetos, cosas, palabras, y todo asociado a algún recuerdo. Vendrán como constantes vendavales y me rodearán. Pero mientras tanto me seguiré articulando con fría objetividad, y con la sensación de que las personas simplemente no aparecen.


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2 comentarios:

Anónimo dijo...

triste pero bueno

Sebastian P. dijo...

es la bifurcacion del final, esa objetividad que choca de frente con la ineludible ausencia que se prolonga.