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2014-07-08

Dilema del lagarto

Un escalofrío recorrió su cuerpo y al fin lo sintió placentero y familiar, su sangre era fría, sus dedos escamosos muertos, y su mirada vacía.  Sacrificó su larga cola para siempre y ahora camina entre los bípedos simulando, como todos, pero sabiendo y teniendo bien clara su naturaleza...


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1 comentario:

Sebastian P. dijo...

“…teníamos que ir, varias personas, a la casa de un
señor que nos había citado. Llegué a la casa, que desde afuera parecía como cualquier otra, y entré.
Al entrar tuve la certeza instantánea de que no era
así, de que era diferente a las demás. El dueño me
dijo:
- Lo estaba esperando
Intuí que había caído en una trampa y quise huir.
Hice un enorme esfuerzo, pero era tarde: mi cuerpo
ya no me obedecía. Me resigné a presenciar lo que
iba a pasar, como si fuera un acontecimiento ajeno
a mi persona. El hombre aquel comenzó a
transformarme en pájaro, en un pájaro de tamaño
humano. Empezó por los pies: vi cómo se
convertían poco a poco en unas patas de gallo o algo
así. Después siguió la transformación de todo el
cuerpo, hacia arriba, como sube el agua en un
estanque. Mi única esperanza estaba ahora en los
amigos, que inexplicablemente no habían llegado.
Cuando por fin llegaron, sucedió algo que me
horrorizó: no notaron mi transformación. Me
trataron como siempre, lo que probaba que me
veían como siempre. Pensando que el mago los
ilusionaba de modo que me vieran como una
persona normal, decidí referir lo que me había
hecho. Aunque mi propósito era referir el fenómeno
con tranquilidad, para no agravar la situación
irritando al mago con una reacción demasiado
violenta (lo que podría inducirlo a hacer algo todavía
peor), comencé a contar todo a gritos. Entonces
observé dos hechos asombrosos: la frase que quería
pronunciar salió convertida en un áspero chillido de
pájaro, un chillido desesperado y extraño, quizá por
lo que encerraba de humano; y, lo que era
infinitamente peor, mis amigos no oyeron ese
chillido, como no habían visto mi cuerpo de gran
pájaro; por el contrario, parecían oír mi voz habitual
diciendo cosas habituales, porque en ningún
momento mostraron el menor asombro. Me callé,
espantado. El dueño de casa me miró entonces con
un sarcástico brillo en sus ojos, casi imperceptible y en todo caso sólo advertido por mí. Entonces
comprendí que nadie, nunca, sabría que yo había
sido transformado en pájaro. Estaba perdido para
siempre y el secreto iría conmigo a la tumba”