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2014-07-01

Entrelazados en los Andenes

Dos manos entrelazadas, dos cuerpos avanzando con oscilante sincronía, una sucesión de andenes iluminados de artificial día, rodeados de un mar de noche mundana. Lapsos de silencio, periodos de palabras, la fascinación de creerse fuera del mundo. ¿Y en qué otro lado? ¿En el mundo de él o en el mundo de ella? Dos universos similares y distintos únicamente unidos por dos manos entrelazadas y meciéndose en cuerpos supervivientes de la mundana noche. Andenes eternos, tan eternos como se puede llegar a sentir la eternidad, tan eternos como se puede sentir todo aquello que puede sentirse. Sin preguntas y sin cuestiones, demorando cuanto más pueda demorarse lo que se sabe que va a pasar, sin que importe, fingiendo que no importa, fingiendo que no va a pasar, demorando colmados del sentimiento de eternidad manteniendo la cadencia al avanzar por los andenes. Dos mundos que observan desde el más allá la oscuridad y las luces, con el pensamiento ausente, intentando tocarse y encontrarse, sincronizarse, pero manteniendo celosa integridad.
Inercia en el vacío y un afilado péndulo acercándose. Segundos, minutos, horas, una noche eterna durante un breve momento. Una danza de fantasmas indiferentes, una distorsión... La muerte adelante. La muerte silenciosa, sin ojos y sin cara, reina de la ausencia, sosteniendo con correas a los fantasmas. Acechando desde afuera, en un mundo muy real y olvidado, fuera de lo eterno de los andenes.

El peso de los años, el dolor de las heridas, la densidad en la respiración, el ardor en la mirada, la desesperación de la monotonía fría hacia el último latido, todo, todo esto suspendido. La inmortalidad alcanzada en un breve instante, la vitalidad de la infancia aprisionada entre dos manos con una fuerza desgarradora y la angustia de la próxima liberación. Saber lo bello de lo efímero por efímero y fingir que jamás terminará. Y todos los más inocentes deseos condensados en una lágrima que todavía no colapsa contra el suelo. Intensidad antes de la muerte de la inmortalidad. Aquí está la magia! La magia es el drama que se sabe, saber verse en la vida, poder pausar el tiempo y saber que se está muriendo la dulzura sostenida por la fantasía del niño que ya no se es. La magia verdadera que se desprende desesperadamente del mundo cronometrado y medido, una sensación sublime, la falta de gravedad en el preciso momento antes de caer y terminar con todo.


Y luego de todo esto, en una vulgar habitación llena de estorbos, la pregunta angustiante de si es posible seguir fingiendo que hay una estructura en la razón y el control. La pregunta angustiante de si quizás, uno mismo, ya está muerto.


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1 comentario:

Sebastian P. dijo...

"—Despertémonos —decía Oliveira alguna que otra vez.
—Para qué —contestaba la Maga, mirando correr las péniches desde el Pont Neuf"