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2015-11-27

mascaras de salon


La nieve reposaba en el anden y una locomotora se mantenía caliente. Los vagones se extendían todos de negro metal.
Lentamente las personas se amontonaban, se despedían y subían a la formación. Algunos obreros subían cargamento. El vapor se desprendía de la chimenea de la máquina y se elevaba sobre la noche.

Una femenina silueta no se despidió de nadie y subió una escalera metálica, entró en un vagón, se adentró entre camarotes y dentro de uno de ello se sentó en un mullido asiento. Contempló a quienes se despedían en el anden y a quienes cargaban equipaje, contempló los cientos de pisadas que en la nieve formaban un caos.

El frío de afuera y el templado ambiente de adentro empañaba los vidrios, ella dibujó con su dedo en el vidrio. Ojos, y un contorno, la silueta de una máscara.

En un salón elegante y colmado de sofisticados atuendos ella se movía, a través de las personas y del recuerdo desde el camarote de un tren que en cualquier momento partiría. Un baile de máscaras, todas decoradas, de variadas formas y con piedras y plumas y diversos colores. Solo máscaras y atuendos sofisticados.

El tren dio un golpe, y otro, y otro, y el silbato sonó, y el andén se fue corriendo detrás del vidrio empañado.

Por las voces ella se daba cuenta, en aquel salón lleno de máscaras, quienes eran muchas de esas personas. Muchas otras no, pero aun así las voces algo decían además de las palabras. Y las palabras también decían mucho más que solo su etimología. Los cuerpos mostraban diferentes formas de interpretar la elegancia, algunos de forma forzada. La elegancia nunca puede ser forzada, eso se nota y desentona... Otros cuerpos, con gracia, se entregaban a la música.
Una voz conocida por detrás, una en particular, se corrió de un lado a otro mientras se acercaba al oído. Mientras que tras las máscaras los ojos se colaban para ver lo que rodeaba, para intentar pescar confidencias entre los intentos de ocultar los rostros, muchos cuerpos, con sus atuendos y desplazamientos y voces, eran bien reconocidos.
Los que no hablaban en voz alta se mostraban borrosos, entre los atuendos similares y las máscaras diferentes, y el entretenimiento de la música. Las palabras detrás de ella dieron un mensaje, que se encontrarían en un lugar bajo las estrellas en el laberinto.

Mientras, los recuerdos fluían como fluían los árboles lejanos del paisaje, lentamente y sin detenerse. El tren se mecía ligeramente, el camarote ya estaba tibio y los dibujos del vidrio necesitaban ser reforzados.

El laberinto es un juego y una realidad, es un pedazo de jardín, un montón de paredes de ligustrina. Encerraba misterio, penumbra, el aroma de jazmines y la picardía de algunos amantes.
Ella se movía entre los cuerpos, esquivaba las máscaras, sus sentidos se esforzaban por reconocer quien tenía la más mínima intención hacia su persona. Ella evitaba esas intenciones, no permitía que nada la retuviese, fingía que danzaba y quizás eso llamaba mucho más la atención juraría luego que algunos ojos la siguieron. Y junto a la ventana abierta del salón, en el balcón, el aroma de los jazmines y el jardín, y detrás el laberinto. Un muro verde, vivo y misterioso. Un conglomerado lleno de tentador peligro.
Lentamente caminaba por el jardín con luces tenues y el lejano rumor de una pareja fingiendo normalidad. Desde el balcón parecía que nadie miraba, que nadie se asomaba, las mejores piezas musicales sonaban en ese momento. Tras mirar detrás y no ver a nadie se adentró en el laberinto.
Caminó mientras el corazón ardía, giró varias veces en diferentes direcciones y en algunos momentos creyó escuchar risas femeninas o masculinas tras las ligustrinas, moviéndose con agilidad, como buscándose, jugando el juego, pero probablemente conociendo mejor ese laberinto...

El camarote del vagón tenía cortinas oscuras, la puerta de acceso tenía una ventana y su cortina la tapaba. Era privado, la rodeaba la soledad y a la vez la puerta podía ser abierta desde afuera. No valía trabarla y arruinar los recuerdos. Los ojos se perdían entre los árboles que se perdían al avanzar el tren.

En el laberinto, en cierta ocasión las rizas femenina y masculinas sonaron muy cerca, se habían encontrado. Entre el aroma de jazmines ella avanzaba y una voz conocida pasó junto a ella. Ambas siluetas seguían portando sus máscaras, su cuerpos se acercaron y se probaron. Los atuendos se corrieron, se abrieron, se desataron. Se degustaron mientras el aroma los abrazaba. Algunos sonidos hicieron, las rizas no se oían, una mágica confidencia entre jugadores. ¿Cuantos abrían en ese momento jugando lo mismo en diferentes recovecos del laberinto?

Había pasado el tiempo, el laberinto estaba lejos, el clima era otro y no habían jazmines. La mujer en el tren junto a la ventana sonreía. Tenía un bolso con una máscara y un perfume floral y recordaba la voz y la textura y el sabor del portador de la máscara. Creía que una máscara ocultaba otra máscara, y que la verdad emergía del anonimato, y que peligro misterioso alimentaba la vida. Y que todo era un juego.


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2015-11-25

mascara de un cazador


El papel decía varias cosas, y entre ellas la palabra "figurativo". Entendí más o menos un presagio, me sentí dentro de un guión y lo apreté con toda la fuerza de mi mano deseando borrar de mi mente la idea del destino. El papel cayó al piso y avancé por la noche con cadencia en mis pasos.

¿Si fuese un simulacro sería bueno o malo? Yo sería un esclavo, pero sería inocente de los deseos hórridos de mi ser. ¿Qué es peor, una conciencia oscura que me perturba y solo se aplaca cuando sacio mis fauces animales o un narrador morboso sentado frente a un teclado? Bueno, no sé qué prefiero, si ser una persona o un personaje... De un modo u otro soy algo que avanza por la noche con cadencia en busca de un cuerpo cálido.

Me acerco por detrás como un espectro, puedo sentir el miedo. El instinto de una presa, de alguien que la naturaleza ya marcó como oveja, enciende un sexto sentido cuando se está siendo acechado. Esa sensación de sentir ser observado tras la cortina de la oscuridad... Ahí estoy, tras la cortina, obrando un misterio incomprensible para un mortal ordinario. Me acerco con la frialdad de un cazador y clavo mis garras y colmillos y me alimento de la vida.

¿Bajo qué circunstancias podría preocuparme? Si soy un esclavo de un narrador, no soy nada, soy un títere, soy una grabación que puede repetirse. Si soy dueño de mi mismo... ¿Puedo escapar a lo que llamo naturaleza? ¿Puedo dejar de querer acechar, de matar y de comer?

No hay placer, es solo instinto, inercia. ¿Esto es la voluntad de una entidad metafísica? ¿Querría una entidad metafísica que pensara esto mismo? Sería un juego bastante cruel hacerme saber, como obra de mi propia deducción, que soy un esclavo. ¡O quizás te descubrí, oh mediocre escritor amateur! ¿Puedo jactarme de romper la cuarta pared o esto también es un simulacro? ¿Había necesidad de convertirme en un vampiro? Tonto capricho, solo un amateur podría haber tenido tal ocurrencia...


Con pasos lentos entre la neblina en un parque oscuro avanza, alguna presa siempre se pierde entre los caminos y un error oportuno lo hunde en la cueva de un araña maldita. La bestia encarnada acecha con ojos inhumanos y se acerca con cadencia... Es solo un esclavo, su amo es una voluntad subliminal, algo que es más antiguo que la propia naturaleza, algo que está más allá del tiempo. Ese ser es víctima también, no puede liberarse jamás de su destino de cazar, es consciente de que su voluntad es un simulacro. Esa es su condena, saber que no tiene verdadera voluntad.

Es la maldición que se me ha impuesto por haber descubierto que el narrador es un mal escritor...

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mascaras

Una sonrisa se alarga por la blanca cara y parece como una máscara grotesca. Lo grotesco es lo artificial, no es una sonrisa que fue inspirada por gracia alguna, es una respuesta sarcástica hacía alguna complicidad entre la conciencia y una combinación de elementos del entorno. Los ojos son una máscara también, están quietos y mirando algo que no existe en este mundo, podría creer que la pupila es un agujero y tras ella está el verdadero ojo mirando algo que no puedo adivinar.

¿Alguna vez se sintieron así, como detrás de una máscara?

Las piernas se mueven en piloto automático, o bien hay unos hilos que se elevan desde las rodillas hasta alguna nube misteriosa, o algo oscuro por detrás provoca los movimientos. No es algo propio, es algo artificial. La máscara es una idea de algo que no solo está en el rostro, está en todo el cuerpo, está en las palabras que se escuchan como una grabación que repite palabras que ya se han dicho.

Lo que se ve y se escucha no es nada nuevo, lo nuevo es un juego, un acuerdo, un simulacro. Un constante simulacro. Una danza de máscaras...

-Hola, estás solo?
-Hola, el clima está muy loco!
-Hola, soy Germán.
-Hola, soy Marina.
-Hola, soy de Géminis.
-Hola, donde estamos?
-Hola.
-Hola.
-Hola...

¿Escupiste alguna vez a un desconocido sin razón aparente? ¿Saltaste al vacío, por el balcón o la ventana, para ver como se siente el viento? ¿Rompiste esa vidriera? ¿Saltaste sobre la mesa de junto en el restaurante elegante? ¿Le comiste la boca a la novia del muchacho rudo en el parque?

¿Sentiste el profundo deseo de romper la máscara que llevas puesta? Es eso nomás, no es violencia en realidad, es el deseo de romper la máscara...

¿Entonces donde empieza la máscara? ¿Cual es la máscara? "Persona" es "máscara", una máscara absoluta, completa, un aura que te envuelve y viste. ¿Como la rompes?
Alguna vez pensé que estaba quebrando esa realidad...
En cierto momento se detiene todo, se puede contemplar como detrás de un vidrio el todo y saberse diferente, espectador, y mirar las propias manos como ajenas. En algún momento.
...He creído que me abría entre esa cobertura llamada persona y al final me di cuenta que era un simulacro, que la persona no se quiebra, que siempre está entre el universo y ese "algo" misterioso y desconocido que supuestamente uno es...

Pero, entonces, si no se puede romper la máscara, puede ser que uno mismo sea la máscara. ¿De donde viene la voluntad, la identidad, el ser? Eso sí que es terrorífico!
Somos máscaras...
¡Somos máscaras!

¿Ahora qué puedo pretender romper, o transgredir, o provocar, o seducir?

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2015-10-28

silencio


Cualquiera creería que al hablar de política se despertaba...

Estaba perdido, divagando su mente en algún pantano, y su rostro apagado. Bastaba un cuestionamiento, una mención o pregunta, y se ponía a disertar. Sí, parecía que se despertaba y llenaba de pasión. Esa pasión era un deseo destructivo alimentado por frustraciones y desilusiones, y el despertar en que argumentaba con insistencia y terquedad, era algo mecánico. No se encendía, se apagaba, y otra cosa se apoderaba como explotando cuando algo se quiebra.

Entonces, estaba más muerto que vivo, y estaba consciente de ese desvanecimiento, y eso era fatal, y no podía hacer nada, y eso era aun más fatal.

En resumen, nunca hablaba realmente.


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2015-10-26

Viejo peronista y tanguero


Trabajo en una clínica, años atrás fue una clínica modelo en sudamérica, hoy en día es un depósito de ancianos... Es normal para mi ver la deshumanización en las personas por el marchitar de la vida y el abandono de los otros que siguen vivos. Un anciano en particular, el aciano en cuestión, asumo que habrá sido un ferviente peronista y amante del tango. De lado queda mi ideología socialista más cercana al trotskismo que a otra corriente, ya que no hay nada que discutir con alguien que ya es la sombra de lo que alguna vez fue.

Es triste también ver como el propio sistema de salud sumado a personas que se entregan a su oficio de forma mecánica, contribuyen tanto a la deshumanización como al abandono. El anciano, como tantos otros, podría gozar de viajes al parque en silla de rueda y ser rodeado de personas familiares o no. Disfrutar de comer, algo tan simple! Pero, su vida se concreta en la postrera espera en una cama, con alimentación artificial por una manguerita. Las personas pasan a ser representadas por los números de sus camas.

Cada vez que entro en su habitación, si es que está despierto, lo saludo con "hola compañero", responde con una sonrisa, algún gesto, palabras indescifrables o incluso un notorio "viva Perón". De vuelta, acá mi ideología de tendencia trotskista es irrelevante, así que le contesto con un "viva!".

Algunos compañeros en la clínica parecen no obedecer a la imposición social e institucional de cosificar los cuerpos y se toman el atrevimiento de darle de comer. Con una compañera en particular incluso tienen diálogos, aunque parece que cada cual entiende algo diferente de lo que hablan.

Una ocasión le trajo una radio chiquita y le sintonizó una señal tanguera. El anciano se alegró de oír algo conocido. Repetía palabras e intentaba seguir la melodía con balbuceos. Aparentemente no recordaba la letra de lo que oía pero aun así lo reconocía. Intentaba buscar en su memoria deteriorada, creo. Me imaginaba que él se escapaba de su cama para situarse en alguna milonga porteña, o al patio de un conventillo. Fantasías mías nomás... Pero muy probablemente un poco se salía de su cama al oír la música y al recordar sus vivencias peronistas.

Ah, el anciano se llama "Hugo".

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