Una mañana con paralelismos literarios
“La silueta
de aquel hombre se presentó ante el umbral, era firme, inmutable, y al aparecer
todos guardaron silencio…”
“Ella tomó
su pistola y bajó por las escaleras, sin importarle que solo tenía puesta su
ropa de dormir, y al final de los escalones se encontró con aquél muchacho que
había visto en la entrada del pueblo…”
—No es mi
día, más bien no es mi año. La
inspiración no ha venido conmigo desde que estallaron los cohetes artificiales
en año nuevo! — Ana piensa. —¡Eso es!
A ver…
“Ese año no
era su año, la suerte no había ido con él desde que estallaron los cohetes
artificiales en año nuevo…” —¡La puta
que lo parió! Tampoco me gusta.
Era el
medio día, Ana tenía ojeras y estaba a punto de caerse sobre la mesa y su
anotador. Se había desvelado tratando de
iniciar su novela de aventuras, una y otra vez escribía frases, oraciones,
párrafos, y luego borraba. La joven
tenía el cabello lacio castaño algo despeinado y un buzo rosa muy grande,
pantalones de gin muy viejos y unas pantuflas celestes muy peludas. Cerró los ojos y tomó el arco de su nariz con
dos dedos de su mano derecha, meneó la cabeza negando. ¿Negando qué?
¿Negando que pudiese tan solo empezar la novela? ¿Negándose a ella misma? ¿Qué estaba negando?
—Y ahora
hablo sola… Afuera llueve y yo hablando
sola. — Afuera llovía,
efectivamente. O mas bien lloviznaba, y
la calle estaba húmeda desde hace días. —Siempre
hablo sola, no debería preocuparme por ello… —
Y también usaba muchos puntos suspensivos.
Ana sacó un
control remoto que estaba debajo de unos cuantos papeles desordenados y llenos
de anotaciones que no sabía cuando habría ella de leer. Apuntó hacia atrás y prendió un pequeño
equipo de música, luego hizo sonar unas baladas rockeras de los años
setenta. —Debería de ir a hacerme el
almuerzo, pero no tengo ganas. —
“Él debería
de ir a hacerse el almuerzo, pero no tenía ganas, en su lugar tomó esa vieja
guitarra del rincón y tocó unas baladas.
Ella se deslizó de entre las sábanas para ir hacia su espalda sin que él
lo note…” —Tampoco, no debería de ser
sobre una suerte de mariachi medio dandy.
Definitivamente, no debería de haber una historia de amor en mi novela
de aventuras, terminaría desviando la trama.
Sonó el
teléfono con un tono de estilo “clásico”, Ana se levantó y arrastrando los pies
atendió.
—¡Hola
Mariela! (…) Bien, y vos?
(…) No, no interrumpis, no estaba
haciendo nada importante. (…) No la empecé, digo, solo tengo un ensayo,
pero… (…) Más bien me levanté hace un rato. (…)
Si, hace un rato, como a las once.
(…) ¡Si no me vas a creer no
deberías preguntarme! (…) No te voy a adelantar nada de la trama,
arruinaría la sorpresa… (…) Pero bueno, ya tengo el ensayo listo, por eso
es que no me interrumpis. (…) ¿Y cuando fue la última vez que has escrito
una novela? (…) Entonces, no me des consejos… (…)
Eh, no, estoy por hacerme el almuerzo.
(…) Unos fideos con un poco de
tuco que quedó de anoche. (…) Puede ser a la tarde, no sé, yo te digo. (…)
Devuelta, no preguntes si… (…) ¿Qué?
¿De vuelta con él? Siempre lo
mismo, no sé para que te doy consejos! (…) Pero después yo te escucho y te escucho toda
la noche y me desvelo y para qué? (…) Te dije que me levanté hace un rato… (…)
¡Bueno, mierda! ¡No dormí, no
tengo ganas de cocinar, no tengo tuco por que me lo comí todo ayer con pan y no
escribí un carajo de esa puta novela! (…) No, no sabías nada vos, solo acertaste por
que acostumbras negar lo que digo y yo suelo decir lo opuesto a lo que hago… (…) Por
que luego me das consejos al pedo, y termino preguntándote cuando fue la última
vez que has escrito una novela. (…) De todos modos no tengo hambre, no voy a
comer ahora. (…) Tengo unas galletitas de cereales, son mi
alimento balanceado. (…) ¡Jajaja!
El gato está bien, a él no le importa ni mi novela, ni mi almuerzo ni
que yo duerma. (…) Okey, andá con él, y luego me llamás y me
contás cuan arrepentida y desdichada que sos y que fue la última vez que le das
una oportunidad. (…) ¡No soy cruel, vos sos… (…) No
iba a decir pelotuda… Bueno, sí, iba a
decir pelotuda. ¿Y qué? (…)
Bueno, está bien, como quieras, chau!
“Al gato no
le importaba ni su trabajo, ni su cena, ni que él durmiese… Se puso las botas entonces, y miró por la
ventana, la calle estaba húmeda desde hacía días y aun lloviznaba. Fue en busca de…” —Me parece que no voy a escribir nada y al
carajo… — Ana se sentó con mala cara y
miró por la ventana. Luego leyó algunos
de los papeles de la mesa, quizás alguna frase inspiradora que hubiese escrito
semanas atrás ahora le servirían. —No,
ni modo, mejor no escribo nada. — Volvió
a mirar por la ventana, parecía un día tan ordinario que se podría justificar
que las musas no se hubieran hecho presentes.
Ana cruzó las piernas y agitó suavemente su pie moviendo la pantufla
casi a punto de caer. —Estoy tan cansada
de intentar escribir una buena historia.
Afuera el día es ordinario, pero la ventana es una invitación, y son
estas pantuflas… ¡Estas pantuflas
peluditas y suaves que me hacen arrastras los pies por la habitación! Y el buzo que es como un acolchado portátil… Todo está determinado como para mantenerme
acá varada, detenida en mi misma y no salir a ningún lado. Y quizás allá afuera esté la aventura, y
solo tengo que ponerme las zapatillas, cambiarme el buzo, peinarme un poco y
llevarme un paraguas por si aumenta la lluvia…
¡Y siempre paso delante de ese café de Belgrano en donde se exhiben tan
apetitosas tortas! — Ana se levantó
decidida y comenzó a sacarse el buzo, debajo no tenía corpiño, otra razón más
para sentirse detenida en sí misma debajo del buzo. Inmediatamente se detuvo, y se lo volvió a
poner…
“Ella cruzó
las piernas y agitó suavemente su pie casi dejando caer la pantufla que llevaba
puesta. Miró por la ventana, parecía una
invitación, aunque el día parecía ordinario, allá afuera talvez esté su
aventura. Ella se había cansado de
escribir sobre aventuras, quería vivir la suya.
Ya había pasado por muchos lugares a los que le hubiese gustado explorar,
pero por una razón u otra había seguido de largo. Estaba ahí varada desde hace ya suficiente
tiempo y la única compañía que tenía era un rechoncho gato egocéntrico. La pantufla cayó y al notar el frío en su pie
desnudo lo contempló, movió los dedos e inmediatamente miró al rincón. Junto a su vieja guitarra estaban las botas
que usaba cuando iba a caminar. Ella
exclamó entonces. —No, ni modo, mejor no
escribo nada. — Rápidamente se calzó las
botas, se cambió la camisa de entre casa por una de calle y tomó el paraguas
que había heredado de su ex. Afuera
estaba la aventura, pero antes, mejor se hacía el almuerzo…”
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