Los movimientos me brotaban de forma
automática, mi mente estaba en blanco. Un cambio de viento me
golpeó con una ola de un olor que ya había sentido antes en
cementerios, un olor particular que nunca se olvida.
Conforme avanzaba, sin ser
completamente consciente de los movimientos de mis piernas, el olor
se incrementaba y daba la sensación de que se volvía sólido,
combinado con un calor imbancable. Habré querido, en alguna
ocasión, separar el aire con mis brazos, como si la acción me
permitiese facilitarme el avance. El avance seguía siendo
automático, pero las articulaciones sentían el peso del cuerpo en
cada movimiento. El olor y el calor se habían fundido y eran lo
mismo. Me envolvía, me aferraba, se escabullía por mi ropa y se
metía en mis poros. De repente la puerta abierta de siempre, me
detuve ante el pasillo. De allí el oleaje de esa fusión de olor y
calor se volvía más denso, no podría decir que entré, en lugar de
ello me sumergí.
Esquivé siluetas, esquivé palabras, y
subí la escalera de siempre. Atravesé la puerta de siempre, el
aire era denso, coagulado y pegajoso... El suelo estaba cubierto por
una inmencionable sustancia, resbaladiza, orgánica y adherente.
Entonces me percaté que eso era el aire, que eran lo mismo pero que
ahí en ese suelo era más denso. Si la cordura me hubiese
abandonado, habría visto la sustancia subir por las paredes, cubrir
el techo, subir por mis piernas y consumirme. Quizás la cordura era
mantenida despierta por un constante sonido de fondo, perpetuo, que
junto al aire impedían pensar en momento alguno el que quizás me
estuviese sumergiendo en un sueño. La física de mis percepciones
eran concretas e imposible de ser desatendidas... El sonido perpetuo
era el de las moscas, desde ya inseparables al entorno. Se escapaban
algunas de ellas como perdidas, pero la mayoría no se alejaban. Las
moscas y el lugar eran uno solo, eran lo único que parecía moverse
en esa densidad de aire y sustancias.
Apoyarme en una pared, que no me habría
extrañado encontrar pegajosa pero no lo estuvo, y asomarme. El
lugar era letárgico, y lo único vivo eran las moscas, que no eran
muchas sino una entidad compuesta de partículas, lo cubrían todo y
lo investigaban, pero a mi no me tocaban, no sé por qué. Antes de
esa ocasión si tuviese que escribir algo similar, hubiese relatado
la ficción de como las moscas me acosaban y me invadían, pero las
moscas no me tocaban. Había demasiada muerte y yo estaría
demasiado vivo, al menos por fuera. Recuerdo particularmente un
brazo cubierto de moscas, una cabellera canosa, un pie morado a punto
de estallar, y ropa empapada de la sustancia que se esparcía en
todo. Enfrente de mi se sentaba dándome la espalda y quieta, y a lo
lejos, inmerso en la oscuridad, una silueta recostada e
irreconocible. No me atreví a aventurarme, quizás por que no se
trataba ello de ninguna aventura...
El cabello, el brazo y el pie, eso lo
recuerdo e identifico. Una parte de mi lo identifica. Era
inconfundible el escenario. Mi automatismo mental me devolvía
respuestas afirmativas, me devolvía posibilidades lógicas, todo
razonable, todo objetivo y calculable. Descendí las escaleras con
frialdad mientras mi mente cambiaba imágenes, analizaba siguiendo
algún protocolo algorítmico. Los recuerdos se mezclaban, el brazo,
el cabello y el pie con otras imágenes, rostros, patrones de
movimiento, voces y expresiones, miradas y sonrisas. Ahí un aspecto
subjetivo de mi ser no relacionaba la escena material con los
recuerdos. Las personas habían sido exorcizadas de los cuerpos. Lo
único vivo allí eran las moscas, y mis recuerdos tenían suficiente
vida como para no encajár allí. El aire seguía denso, el calor y
el olor seguían estando fusionados, y el sonido de las moscas
perduraban. Las moscas no salían, salvo unas pocas perdidas. Una
buena parte cubrían un mosquitero pero no estaba seguro de que
quisiesen salir, solo investigaban, por que pertenecían a allí
dentro. La casa pertenecía ya a las moscas.
Será, asumo, algún bloqueo mental.
Los cuerpos eran asociables con conjunto de información, y esto se
describe así, con la objetividad de una computadora. Las personas
no estaban allí, las personas no sabía yo donde estaban, ni como
ubicarlas, ni si habrían de volver. Lo único real era el olor, el
calor, y el sonido de las moscas. Luego las siluetas y las palabras
que iban y venían a mi alrededor. Todas ajenas a mi persona, ya
agobiaban y deseaba sacarmelas de encima. Siluetas ajenas, palabras
ajenas, y percepciones materiales muy desagradables, y es todo lo que
puedo decir al respecto.
Alguna vez en tiempo pasado pude
interactuar con cuerpos que ya habían sido exorcizados de sus
personas, y en esas ocasiones tuve mecánicos movimientos guiados por
una fría computadora que con objetividad asociaba información.
Fueron cuadernos, fotos, anotaciones, algunos objetos en particular,
los que se vinculaban con la vida que se desintegraban en forma de
recuerdos. Sé que cuando se hayan ido las moscas, y la densidad del
aire y la adherencia del suelo sean desechadas, no habrán más
barreras entre montañas de objetos, cosas, palabras, y todo asociado
a algún recuerdo. Vendrán como constantes vendavales y me
rodearán. Pero mientras tanto me seguiré articulando con fría
objetividad, y con la sensación de que las personas simplemente no
aparecen.
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