Bajé por las escaleras que daban al primer subsuelo y ahí estaba, Solano acariciando la vieja máquina expendedora de café. Era una máquina que por su antigüedad ya no valía la pena ser reparada y en lugar de tirarla la movieron al subsuelo, y ahí quedó sin más. Estaba algo deteriorada por los años pero se la veía limpia. Parecía olvidada en un pasillo poco iluminado que daba a una salida de emergencia. ¡Y Solano se le inclinaba encima como a una colegiala cachonda! Podía ver su sonrisa de picardia y su mirada que "la desnudaba". ¡Solano desnudaba una maquina de café con la mirada!
Yo me preguntaba a donde iba él, por qué desaparecía tanto tiempo todos los días de trabajo. Cuando salía de las oficinas miraba para todos lados a ver si alguien lo notaba. Se acomodaba la corbata y se miraba en algún reflejo, luego se iba. Sospeché que se veía con alguna compañera o quizás, bueno, un compañero. Uno nunca sabe los gustos de los demás. ¡Y vaya qué uno nunca sabe!
Una vez me lo crucé en un pasillo y se alarmó un poco y se fue a unas máquinas de snacks. Se quedó parado frente a la expendedora y le temblaba un poco el pulso. Y me aleje fingiendo que me iba y Solano me miró de reojo, amagó que iba a hacer una compra pero luego se detuvo, tenía como un miedo de tocar la máquina y luego la retiro y siguió contemplándola. Asumí que estaba muy preocupado de qué comprar, no se decidiría por unas papitas fritas o unas galletas... O realmente no estaba comprando nada, estaba simulando para que yo no sospechara que se iba a ver con alguien. ¿Pero a mi qué me importaba? Así que seguí mi camino.
En otra ocasión me lo volví a encontrar en ese pasillo, otra vez se alarmó. Lo salude "Solano, buenas tardes" y asintió con la cabeza esquivando la mirada. Y de ahí en más cada vez que lo cruzaba en algún lado del trabajo me escabullía la cara, doblaba repentinamente, miraba el reloj si pasaba al lado mío. ¡Hasta llegó a frenarse antes de entrar en el ascensor al verme, se puso pálido! Era obvio que se sentía amenazado por mí. Creía que yo podría saber algo de él y su amorío con quien fuese que anduviese. Sabía qué él era soltero así que a lo mejor su amante no lo era. A lo mejor sí era homosexual. Puede que se viese con la amante "declarada" de algún otro compañero, y claro, sería un trío amoroso de novela que nada convenía.
Bueno pues, la intriga me atormentaba y pensé que, aunque no era mi asunto, yo tenía libertad de merodear por los pasillos y si me cruzaba a un par de amantes, problema de ellos. Pero no lo podía seguir por que a partir del segundo cruce en el pasillo de las máquinas, Solano estaba pendiente de mi y en sí más pendiente de todo de lo que estaba antes. Pero, como había constatado alguna que otra vez, siempre iba para ese pasillo. Entonces fui acechando hacia el pasillo de las maquinas expendedoras, él no estaba. Avancé sigiloso haciéndome el pensativo, quien me viese por detrás sin que yo me entere podría pensar que yo andaba meditativo sobre algo mientras me aproximaba a comprar un tentenpié. ¿Donde podría haber ido? Y escuché unas voces lejanas, suaves como de susurros pero ampliadas por el eco. Los sonidos provenían de una escalera que iba al primer subsuelo, lugar donde habían algunas consolas de luz y depósitos y algunos armarios de mantenimiento. El segundo subsuelo era el estacionamiento, pero íbamos allí por el ascensor. Entonces, no había nadie tras de mí, me sumergí en la penumbrosa escalera con aun más sigilo que antes. Como un ninja con corbata, despacio, controlando hasta la respiración. Me acerqué lentamente al final de la pared de la escalera y me preocupó que solo lo escuchaba a él, a Solano, a nadie más. Ninguna mujer, hombre, o lo que sea. ¡Ni una rata! Me asomé sutilmente y vi a lo lejos la silueta de Solano en el camino que conducía a la salida de incendios de ese piso junto a una expendedora. Me lo quedé mirando, él le hablaba con confianza como si fuese una amiga, de repente se calló y giró ligeramente su cabeza. Me fui para atrás, con un latido en la cabeza y con un amortiguado pero cadencioso paso subí la escalera para salir de ahí. No sé por qué en ese momento me asusté tanto, no creo que sea por miedo en sí, puede que por sentirme estúpido por que me encontraran como un niñito. Subí la escalera y me fijé debajo, no estaba él pero una sombra se acercaba, así que no me había visto y seguí de largo rumbo a las oficinas.
Por una semana me hice el boludo, y hasta yo mismo lo evité a Solano. Me preocupaba que algún gesto mío me delatara, que algo sabía yo sobre sus encuentros clandestinos. ¿Pero qué sabía? ¿Qué hacía Solano con la máquina expendedora de café del subsuelo? Le pregunté a una compañera sobre la máquina... Me contó que era muy vieja, de cuando ella había entrado a la empresa, y qué había empezado a funcionar mal, se tragaba algunos billetes y que era más barato comprar una nueva que repararla. La máquina estuvo sin andar junto a otra que sí andaba hasta que algún supervisor se molestó y mandó a que la saquen de ahí. La bajaron al primer subsuelo para sacarla del medio, y en ese pasillo rumbo a la salida de incendio, como no molestaba a nadie, ahí quedó juntando tierra. En realidad no debería de estar ahí, ese pasillo debería de estar accesible para una emergencia, un incendio, un terremoto, escapar de un amante, lo que sea.
Pensé que a lo mejor Solano esperaba a alguien, pero no, nadie pasaba por ese pasillo rumbo a las escaleras al subsuelo. Pensé que a lo mejor el nexo sería la escalera de incendio. ¡Claro! Él se quedaba por ahí, alguien bajaba, hacían sus cosas... Así que un par de veces cuando él se desaparecía yo me acerqué al pasillo de las máquinas en donde había otra puerta de incendios. Me quedaba con la oreja pegada para tratar de escuchar algo y no parecía que caminasen o abriesen una puerta. A lo mejor tenían más sigilo que yo. Cuando alguien se acercaba yo hacía como que me compraba un caramelo o cualquier cosa. Una vez ya cabreado por el misterio me metí en las escaleras de incendio y nada. En otra jornada como parecía que nadie transitaba la escalera de incendio accedí a ella, bajé y llegué junto a la puerta que daba al pasillo del subsuelo en donde pude escuchar a Solano hablar. Muy suave, susurros entre los ecos. Hablaba con cariño, pegajoso. Accidentalmente hice un ruido contra la puerta y él se calló, luego oí sus pasos alejarse. Juraría que eran los pasos de una sola persona y que antes no había bajado nadie, nunca escuchaba a una segunda persona.
Una hipótesis que tuve, era que Solano estaba practicando usando la máquina como modelo. Luego se me ocurrió. Él hablaba por el teléfono celular. ¡Era tan claro! No tengo idea de por qué tenía que esconderse tanto, pero bueno, quería hablar con privacidad. El que justo estuviese al lado de la máquina expendedora era coincidencia, solamente buscaba un rincón alejado para hablar sin que lo molesten. Y yo, ahí como un niño tonto, jugando al detective ninja con un compañero de trabajo. Me sentí muy avergonzado, deseé que nadie hubiese notado mis movimientos furtivos, habría pensado que yo era el loco.
Pasaron las semanas... Solano seguía sus rituales de desaparecerse, yo ya no lo perseguía, él iba al pasillo del primer subsuelo a hablar por celular. Puede que con una amante, o novia, o con la madre, o con quien sea. Pensé algunas veces sacarle el tema como para naturalizarlo todo pero no podía, me delataría a mi mismo como un loco acechador. Ni modo, al carajo con Solano y sus misterios! Pero, me di cuenta que ese día él no había venido al trabajo. Le pregunté como al pasar al supervisor y me dijo que había pedido médico, que debía estar muy enfermo para que Solano faltase al trabajo, que parecía que tuviese un amor ahí dentro. Yo me reí con tanta soltura al escuchar sus palabras que el supervisor me miró preocupado. Le dije que me había recordado una anécdota. Pasó una hora más o menos y me estiré en el asiento del cubículo, alargué los brazos hacía el cielo de tubos fluorescentes, bostecé y tuve una epifanía. ¡Iría a revisar la máquina de Solano! Ya había hecho tanto el ridículo para mi mismo, ya había hecho tanto de agente secreto, que una vez más no molestaba. Cerraría el caso sacándome la curiosidad sobre la máquina. Antes no lo había hecho por temor a que justo apareciese Solano, o cruzármelo por ahí. Como hoy no estaba, fui al primer subsuelo. Caminé tranquilo y decidido, llegué al lugar y me enfrenté a la máquina. Ante a mi, como cualquier expendedora retro, vieja pero impecable, hermosamente conservada y... ¿Hermosamente conservada? Se suponía que debía estar juntando polvo, y no, estaba limpia, impecable, hasta el piso a su alrededor estaba limpio. Era extraño. La revisé y no estaba enchufada, pero tenía vacitos descartables. Era raro que se tomasen el trabajo de limpiar esa vieja máquina. Miré a mi alrededor y a mi sorpresa todo era un asco, el suelo, las paredes, un tacho de basura abollado. Bueno, no un asco, simplemente muy descuidado. Todo sucio salvo la máquina y su contorno, alguien limpiaba exclusivamente la máquina. Tuve otra epifanía, miré mi celular y advertí que no tenía señal. Entonces, si no había señal difícilmente Solano hablaba con alguien por teléfono. Además su teléfono era ya casi obsoleto comparado con el mío, no tendría potencia allí abajo. Si él no hablaba con nadie, si no se juntaba con nadie. ¿Qué hacía? Y anti mi, la máquina expendedora. Solano solamente se juntaba con la máquina expendedora de café, como una confidente. Entonces me di cuenta que tenía que ser él, Solano, el que mantenía limpia la máquina y hasta le ponía vacitos descartables aunque no funcionase ya. Era impensable, era una locura, ahora entendía la paranoia de ocultarse, el miedo de tocar otra máquina que no sea ésa máquina, los susurros en la penumbra del subsuelo...
Volví a acecharlo para confirmarlo todo. Solano acariciaba la vieja máquina expendedora de café, lascivo y descarado, con sonrisa pícara y desnudándola con la mirada. ¡Si es que se puede desnudar con la mirada a una máquina! Pasaba delicadamente los dedos por los botones, hasta se atrevía a poner su mano en la recámara de los vacitos y vertedero de café. Miraba la recámara y la carcasa, luego de vuelta miraba al frente y sonreía cómplice, y acercaba su rostro a la expendedora. Nunca imaginé que podía existir tal fetiche. ¡Un amorío con una expendedora de café! Y encima una que no funcionaba... ¡Menos mal que ya no funcionaba! No me atrevería a volver a tomar café de una de las máquinas, de hecho, ya no lo he vuelto ha hacer.
Ahora sí había cerrado el caso, dejé de acecharlo y al verlo lo saludaba con compasión. Debe ser un tormento ocultar un fetiche así, mantenerse serio e indiferente ante todos para escaparse a la vuelta de la mirada de los compañeros y hacer cosas que de saberse, lo encerrarían de por vida. Yo me sentía también un poco responsable, yo podía exponerlo pero me daba pena que encontrase placer con una vieja máquina. Decidí dejarlo en paz he incluso alguna que otra vez impedí que algún compañero lo buscase al preguntar por su ausencia. Pero, es cuestión de tiempo para que algún otro supervisor o un inspector de seguridad del trabajo mande quitar definitivamente la máquina. ¡Me pregunto qué pasará con el pobre Solano! ¿Qué hará sin su máquina? ¿Se buscará otra, renunciara, caerá en una espiral de depresión? Que disfrute el tiempo que le queda, a lo mejor por eso tanta insistencia, él quiere disfrutar el tiempo que le queda con ella.
¡En fin! Cada loco con su tema. Debo agradecer que no tengo ninguna desviación rara o comportamiento condenable.
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“Recuerden que un blog es como una amorfa masa biomecanoide llena de cilicios y falanges qué alegremente se alimenta de vuestros comentarios!”
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2019-04-27
2019-04-22
Instrucciones para comer una palmerita
Introducción
La palmerita es una factura conformada por una tira de
masa de hojaldre enrollada en una doble espiral, de tal manera que ambas
espirales se unen. Se puede interpretar que representa un momento entre una expansión
y una implosión. Me gusta pensar que representa el momento presente, con un pasado
que se comprime hasta un principio difuso, y un futuro que también se comprime
hasta un final difuso. La palmerita representa ese “ahora” en el que recordamos
más o menos lo que hemos estado haciendo, y vislumbramos más o menos lo que
vamos a hacer, pero nada más. La palmerita representa la finitud del ser y
la importancia de ser consciente de ello.
Instrucciones para comer una palmerita
1. No se puede comer una palmerita como cualquier galleta,
como un polvorón por ejemplo. Se debe comprender que representa una dualidad y
por lo tanto lo más sensato es partirla, separando ambas espirales.
2. Cada espiral puede representar algo diferente, o lo
mismo, ya hemos quebrado esa unión que le da el significado de presente
finito. Elegimos uno de los espirales, y elegimos uno de los lados que deberá
estar para arriba.
3. Es siempre recomendable dejar para arriba el lado de la
espiral que represente una concavidad, en el caso de no estar bien definida esa
concavidad, siempre es una buena alternativa dejar hacia arriba la parte más
oscura.
4. Habiendo elegido una espirar, y habiéndola puesto en la
orientación correcta, lo apropiado es proceder comiendo la punta “quebrada” de
la espiral. Luego y comiendo dicha tira de espiral hojaldrada, siguiendo el
camino de la espiral, achicándola progresivamente.
5. Al llegar al centro de la espirar, cuando ya no sea
posible comer la tira por que ese centro es indefinido, cuando ya se ha
convertido en una suerte de pastillita hojaldrada. Entonces, muy recomendable
tomarse un momento para contemplar ese “centro” hojaldrado y reflexionar sobre
todo aquello que desconocemos de nuestra vida, sea por que no lo recordamos o
por que no podemos predecirlo.
6. Repentinamente, como quien se arroja al mar desde un
acantilado, comer el centro hojaldrado de un bocado disfrutando su sabor lo más
que se pueda.
7. Debemos reflexionar nuevamente, pensar que hemos comido
la mitad de la palmerita. Estamos en ese punto medio de la finitud, como cuando
cumplimos treinta años y nos damos cuenta de que ya nos queda solamente
envejecer hasta perder la juventud, las ganas de vivir, la memoria y la
actividad sexual.
8. Tomar la otra espiral y comerla de manera similar a la
anterior.
9. Es recomendable qué, de haber preferido uno de los dos
extremos vitales en la espiral anterior, sea el principio o fin de la
existencia en este universo, ahora optar por el otro. Entonces, comer el
centro.
10. Bien, ya hemos comido la palmerita. Ya ha terminado, ya
podemos sentir y reflexionar sobre la finitud de nuestra vida. Somos efímeros,
somos fugaces, somos irrelevante en este basto universo. Si tenemos alguna
bebida con nosotros, como mate, o café, o lo que fuera, beber un profundo sorbo
y continuar con lo que estábamos haciendo.
¡Advertencia!
No puedo obviarlo, aunque sé que a veces es tentador dejar a
los interlocutores con la tranquilidad de la ignorancia, pero terribles males
pueden acontecer de no comer la palmerita de la forma correcta.
Proyectamos en la palmerita un profundo valor de la finitud
de nuestra existencia, y al comerla con el ritual correcto participamos de un
subliminal conocimiento de nuestra finitud. Esa experiencia nos prepara para
sobrellevar la ínfima vida nuestra en el incalculable océano del universo, y
también todos esos momentos pequeños pero enormes de nuestra historia. Esos
momento que nos prometen el todo pero duran poco más que nada, y nos dejan con un
vacío, vacío de que “eso” ha terminado, y de qué nosotros hemos de terminar.
No comer la palmerita de la forma correcta no solo no nos
permite aprender sobre la naturaleza efímera de nuestro ser para enfrentarla con entereza y responsabilidad. También,
nos adoctrina a creer que podemos tratarlo todo de la misma manera. Por qué sí,
la palmerita es tanto “el todo” y “la nada” a la vez. Comer erróneamente
la palmerita nos acerca a la erroneidad en todo aspecto, y esa es una espiral
autodestructiva a la vacuidad!
Ahora sí, buen provecho!
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