Imanol abandona su lugar de trabajo para ir al baño, desde que pasó los cuarenta va bastante seguido, sospecha que se le debe haber despertado la diabetes. Tiene pensado darse una vuelta por el hospital “alguno de estos días” para tener alguna confirmación. Pero mientras tanto se limita a seguir con su rutina. Entra en el baño, busca un cubículo vacío y hace lo que tiene que hacer.
Cuando sale del cubículo va hacia el lavabo y extiende una franja de papel para luego secarse las manos. Se detiene un segundo con el papel extendido y relojea por el espejo, ve que detrás de él hay un sujeto que lo mira extrañado. Es de esperarse, generalmente uno toma el papel luego de lavarse las manos y no antes. “¡Qué irónico!” Piensa mientras prosigue a higienizarse. Lo que le debe extrañar al sujeto es que él está actuando en contra del sentido común. Pero resulta que es todo lo contrario, es el resto del mundo, o al menos gran parte del mismo, el que actúa contra el sentido común. “¿Será posible que el sentido común se debiese enseñar en las escuelas? ¿Hay alguna manera de enseñar el sentido común?”
Imanol cada vez que iba al baño, luego de lavarse las manos, se encontraba con el mismo problema. El rollo de papel bien guarecido dentro de la caja surtidora. “Como temeroso a salir a este mundo de idiotas.” Se le venía a la mente que el surtidor era como un inmenso caracol esclavizado. Él con las manos mojadas intentaba sacar el papel metiendo los dedos por la rendija, lastimándose con los dientes cortadores, peleando con el caracol temeroso mientras que el papel se deshacía al mojarse con sus dedos y cada vez resultaba más difícil sacar el papel para secarse. En un par de ocasiones desistió y se dirigió al lugar de trabajo con las manos mojadas. Era algo vergonzoso, incivilizado, no se podía secar en el pantalón entonces debía llegar a su escritorio con las manos todavía chorreando, la situación lo hacía sentir como en una embarazosa situación en el pupitre de la escuela. Recién ahí en el escritorio tenía unas servilletas de papel que podía usar rápidamente y hacer de cuenta que estaba todo solucionado, hasta la siguiente vez que iba al baño. En otras ocasiones se enfurecía y lograba meter parte de su mano dentro de la caja para extraer el papel haciendo girar el rollo, lastimándose en el intento y exponiéndose a ser encontrado en otra situación embarazosa por algún usuario de los urinales o inodoros. Habían surtidores de papel que lo extendían tirando de una palanca, una macabra imposición para el caracol del baño, pero este dispensador en particular no tenía la palanquita. Imanol creía recordar que el baño del piso de arriba tenía un dispensador con palanquita, pero no le parecía correcto tener que subir un piso para ir al baño por qué algún encargado de compra, para satisfacer los caprichos ahorrativos de algún gerente, no había tenido nada de sentido común. Una vez tuvo el intento de abrir la caja dispensadora con la clavija de la tapita de una lapicera, pero terminó desistiendo, tampoco le parecía civilizado y razonable… “Podría urdir un plan para robarle a uno de los bedeles una de las llaves maestras de dispensadores de papel” Había pensado y reía mientras volvía a su puesto, pero no era tampoco apropiado, era demasiado molesto tomarse tal trabajo solamente para secarse las manos.
La caja surtidora, o “el caracol”, tenía una varilla en la parte inferior. Imanol se dio cuenta de que había un error en el funcionamiento del mecanismo. Entendió al final, usando sus capacidad deductivas pero principalmente su coherencia, que la caja estaba diseñada para no necesitar palanquita. Esto no resultaba necesariamente de una necesidad práctica, al no tener palanquita era más barata y punto. “Pero no deja de ser algo más práctico la reducción a lo mínimo posible de los mecanismos, y en este caso el mecanismo es el propio rollo de papel.” Se dio cuenta de que colocando el papel detrás, y no adelante de la varilla, tras extender y cortar el papel la distancia entre los dientes y la varilla permitía que quede una conveniente cantidad de papel fuera de la caja que luego facilitaba considerablemente el sujetarlo aunque se tengan los dedos mojados. “¡Eureka! ¿A nadie se le ocurrió antes? Bueno, a los diseñadores sí, habrán estado comiéndose la cabeza un buen rato para reducir los números y satisfacer al encargado de presupuesto. Tendría que haber venido algún instructivo para los usuarios, aunque el funcionamiento es bien sencillo.”
Imanol resolvió que al no haber instructivo, pero ser un procedimiento tan sencillo, cualquiera debería de percatarse tarde o temprano de la mayor eficiencia al simplemente poner el papel detrás de la varilla. Y no es que se tuviese que hacer siempre, una vez que se colocaba el papel como correspondía, siempre quedaba fantásticamente dispuesto un trozo lo suficientemente útil como para usar el mecanismo. “¡He logrado domar al caracol del baño!” Si bien no comprendía como era que a ningún otro usuario de los servicios se le había ocurrido revisar el dispensador. De haberlo hecho habrían descubierto la función crucial de la varilla y deberían de poder percatarse de la diferencia en la disposición del papel, de la comodidad, de la conveniencia, y entonces al menos disfrutar de la novedad. “Pero debo admitir que a mí me ha tomado tiempo descubrir el secreto del caracol. ¡Y todo este tiempo metiendo mis dedos en la ranura, y hasta haber pensado en robarle al bedel la llave maestra!” Imanol tenía fe, tenía esperanza, comenzó una asidua tarea evangelizadora recolocando el papel detrás de la varilla cada vez que lo encontraba delante. Creía que tarde o temprano cada uno de los usuarios se adaptaría a este modo más eficiente de usar el dispensador. Entonces, de manera natural, no solo habría domado al caracol, habría educado pedagógicamente a los demás empleados del piso.
“¿Cómo puede ser que siempre encuentre el papel delante de la varilla? Siempre!” Habían pasado meses desde que Imanol ponía, re ponía, y recontra ponía el papel detrás de la varilla. Al parecer, “los usuarios del baño se han acostumbrado hasta tal punto a usar mal el surtidor de papel, que cuando pueden usarlo bien lo alteran adrede”. Era una terea ciclópea, era él solo luchando contra una férrea convicción de sus pares de hacer las cosas mal. La incoherencia se había convertido en rutina. Y pasaron los meses e Imanol se cansó de poner y re poner y recontra poner el papel detrás de la varilla. Se cansó de tomarse el trabajo de corregir lo que todos se tomaban el trabajo de des corregir. “¡Estoy harto, no puede ser que sean todos tan idiotas, que no tengan maldito sentido común!” Se cansó de recolocar el papel, quizás más por una cuestión de principios que por la molestia en sí. Pero tampoco podía volver al suplicio de que se le rompa el papel y tubiese que meter los dedos en la ranura y lastimarse, o volver avergonzado al escritorio con las manos mojadas y las marcas de sus dedos en el culo del pantalón. “El problema, más allá de la estupidez de mis pares, es que tengo los dedos mojados al sacar el papel…” Desde entonces Imanol cortó por lo sano, y extendió un fragmento de papel antes de lavarse las manos, así luego, aunque tuviese los dedos mojados, no se le quedaba el papel dentro de la caja. “No es apropiado, simplemente no es apropiado, no sabiendo la forma correcta de hacer las cosas, pero ya no puedo lidiar con tanta estupidez y debo adaptarme sin volverme loco en el intento.”
Ésta última ocasión en que Imanol usa el lavabo y relojea a otro usuario observándolo sorprendido… Bueno, podría haberse sorprendido por su practicidad, por su método… “¡Podrían haberme encontrado tiempo atrás recolocando el papel tras la varilla! No sería agradable, perdería la pedagogía, pero entonces habría explicado el concepto, a lo mejor hubiese sido más fácil ya que de ningún modo habría ido colega por colega para explicarle como usar el dispensador de papel del baño.” Pero no es admiración en la cara del sujeto, extrañeza y quizás, talvez, algo de asco. Quizás el hombre detrás de él se ha percatado que no se lavó las manos al retirar el papel y eso le da asco. “¿Podría ser eso? ¿Podría ser que le preocupara la higiene?” es difícil de creer, rara vez los ve usando jabón…
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