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2018-01-21

Fragmento Caprichoso 12

Mucho ruido de voces y murmullos, palabras unidireccionales hacia la virtualidad, motores, pasos, maquinas. Humo y hollín, un sol de verano al medio día y el calor condensándose dentro de las camisas.
Alberto fruncía las cejas para protegerse del sol, el entorno ya se le distorsionaba, día tras día, y de repente todo se calló. Estaba caminando completamente solo bajo la sombre de un alto edificio y ya no había nadie. Ni gente, ni autos, ni ruidos, ni smoke. Y no parecía que hubiese diferencia.
Los pies se movían solos, el cuerpo tenía una inercia, la idea del barrio estaba en su frente como una zanahoria y detrás una oscuridad fría que le seguía, y no se animaba a dar vuelta la mirada.
¿Qué había pasado? ¿Como hubo un cambio de escenario tan grande? ¿Como fue tan natural? Como quien dobla la esquina y se transporta a un universo paralelo, como si lo hiciese todos los días.
La sombra crecía, y la luz se extraviaba, los edificios se hacían cada vez más altos y a Alberto le daba la sensación de que se le iban a caer encima.
La negrura lo acechaba por la espalda y su inconsciente le jugaba peores bromas, le recordaba la vez que casi se ahogó en la pileta de la colonia cuando chico. Y de repente en la colonia todos los miraban sin hacer nada, y cuando salía tosiendo ya no había nadie en ningún lado, sentía el calor extremo del cemento y el cloro en la garganta y la nariz. Y el viento que lo refrescaba, y volvía a la realidad. Y al o lejos, en el horizonte con espejismos en la avenida, allí estaba de vuelta la idea del barrio, y sus pies le pesaban.
En algún momento estaba nuevamente rodeado de gente, apretado en un anden de una terminal de tren, apretado por cuerpos y calor. No había noción del tiempo y el calor ya no le importaba. Y horas o minutos después estaba desnudo sobre la cama mirando el techo en penumbras. La oscuridad lo rodeaba a Alberto, se zambullía en un lago negro con un cielo negro. Se sentía flotar, y no podía distinguir si estaba de vuelta en la colonia o seguía en su cama de resortes. El sonido del ventilador de chapa se volvía monótono y en el cielo raso podía empezar a ver estrellas. ¿Donde estaba Alberto otra vez? ¿A qué mundo paralelo había sido transportado? ¿Sería el tanque de agua de la terraza de la casa de su infancia en una escapada de la cama mientras su familia dormía?
Las estrellas estaban ahí. Cada vez habían más estrellas. Lo rodeaban, se hacían grandes, tenían gravedad y le pesaban a él como miles de varillas. La piel le pesaba, los dedos de manos y pies se le agrandaban, se sentía pequeño en un cuerpo que se hinchaba. El cielo se le estaba viniendo encima y no podía moverse. Estaba paralizado y el cielo se le venía encima. Las estrellas se hacían mas grandes, más pesadas, se distorsionaban. Y el ventilador, triunfante, le regresaba al sudor de su espalda en las sábanas. El cielo raso oscuro, inerte, él estaba inerte.

Otro día, rutinas, ir al baño, lavarse la cara, mirar en el espejo y no reconocer su cara. Alberto se preguntaba si era él el que iba a hacer lo que sabía que iba a hacer ese día como todos. Tenía la idea de que se apagaba, que su cuerpo estaba en piloto automático y solo en sus sueños de vértigo cósmico estaba realmente lúcido. Y cuando salía por el umbral de su casa podía apenas percibir que el mundo entero giraba, a lo mejor en su casa no, y al pisar la vereda se mareaba. Algún cambio de anclaje, algún shock por sus pies.

Alberto sentía la inercia del mundo, una oscuridad tras su espalda, los edificios que crecían, la camisa que se calentaba. Caminaba y no quería mirar los rostros, no sabía que habría en ellos, huía de mirar los rostros que le parecían ajenos a la realidad. Estaba en un vagón de la formación del tren y vio una silueta. Un vestido blanco, cabello castaño largo, una mochila a un hombro, lo invadió olores de pasto y rayos de sol que acariciaban cálidamente en lugar de punzarle la piel. La sensación de falta de tiempo, sin vértigo, la ligereza de caminar haciendo equilibrio en una plaza. El recuerdo de una amiga que siempre estuvo a punto de ser algo más, la juventud y la libertad, el deseo, la aventura.
¡Tuvo que bajarse del tren! A los empujones, entre grotescas caras que lo recriminaban, forzando una puerta a punto de cerrar. De repente estuvo en el anden, la puerta se cerró atrás suyo y el tren se fue. Lo invadió la idea de que estaba en una falta gravísima, que había quebrado el orden maldito de su rutina, y se sintió sin vértigo.

El anden estaba vacío, no había ninguna mujer de vestido blanco y mochila. En el horizonte donde las vías se juntaban debía venir una nueva formación, un apretado tumulto que lo regresaría al vértigo de los edificios, al ruido y los rostros alienados. Su cuerpo estaba paralizado. Una formación paró atrás suyo, se fue, él seguía ahí. Decidió salir de la estación, no volver a la inercia de ese día. Caminó por una calle ajena. Compró una hamburguesa y una gaseosa y caminó, respiraba como saboreando el aire. En medio de una cuadra un callejón se le apareció, en medio del callejón unas plantas, algún tipo de vivero quizás. Se acercó por mera curiosidad y en la puerta había un espejo, y en el espejo una silueta femenina de vestido blanco. Se acercó, el vivero era una tienda llena de espejos, y los espejos no lo reflejaban.

Alberto rió suavemente y entró en un umbral oscuro donde a lo lejos se veía un patio con azulejos andaluces y plantas y una pelota de esas baratas. Nunca pudo volver a ningún lado.

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Primero pensé cuántos Albertos en esta vida, me identifiqué,en esa rutina mortal, luego pensé, del mundo de los muertos vivos, paso a la mortalidad real. Hay diferencia? No. Me gustó

Jora dijo...

No quise ser muy claro, preferí dejar un misterio en cuanto a lo que realmente estaba viviendo Alberto. Puede ser que hiciese viajes astrales, o se estaba volviendo loco, o ya estaba muerto. No importa mucho.
Si importan las sensaciones claustrofobicas y hostiles y la necesidad de regresar a un momento de su vida en el que las sensaciones eran positivas.

De algún modo Alberto encontró un escape, el tema es que preferí no aclarar nada de la naturaleza del escape. Pero, confieso, el relato es más bien de realismo fantástico.

También hay algunos aspectos del cuento que están inspirados por una canción.

Sebastian P. dijo...

Esto esta en la linea de Perec. Es una prosa que va dando tumbos. Supongo que el texto deja abiertas muchas preguntas para hacer, aunque no creo que se les pueda dar una respuesta.