Recorrimos la avenida y su feria, los negocios, los puestos, y nos hacíamos paso entre la gente que estaba allí. No podíamos distinguir quienes provenían de aquél mundo que había terminado y quienes eran oriundos de este lugar, o de esta ciudad conocida ahora como Narutolandia.
B—¿Cómo alguien puede llamar a una ciudad Narutolandia?
J—¿Y por qué no? Argentina viene del latín argenta, que quiere decir plata. Por lo que nuestro país se llamaría algo así como “plateadita”.
B—Si, no son muy originales para los nombres…
L—Pero si los nombres son aceptados por una mayoría de personas se vuelvan válidos.
J—Eso no les quita que sean tontos.
B—Lo tonto es la interpretación mas que el nombre en si.
J—¡Vamos! ¿Me vas a decir que un nombre como, haber, “Rintintin”, no te suena tonto?
B—No, no me suena tonto, pero es por que estoy acostumbrado a oírlo. ¿No hay un jugador de futbol llamado “Kaka”?
J—Si.
L—Yo me cambiaría el nombre si fuera él.
J—Yo mataría a mis padres!
B—Yo cambiaría a mis padres y mataría al nombre…
L—No es gracioso.
B—No pretendía serlo…
J—¡Que lindo ese Kero!
L—¿Dónde?
J—Ahí.
L—¡Que lindoooo! Me lo robo!
B—Robona… Mejor no digas esas cosas, no sabes como pueden reaccionar lo lugareños.
El negro era un color muy recurrente entre la gente de esta ciudad. Llama la atención como cuando la lucha contra la moda se vuelve una moda y con la aparente intención de vestirse diferentes a la mayoría, muchos terminan vistiéndose iguales entre si. Surgen entonces movimientos sub-culturales uniformados que se dicen ser originales y auténticos, nada mas lejos que originales y auténticos… Igualmente no todo era color negro.
Como he dicho, muchos sujetos estaban vistiendo atuendos que se podrían llamar “de ficción”. Pero claro, como también he dicho, esos atuendos serían una forma ritual de manifestar personalidades particulares. Ese evento que se decía que tenía nombre y apellido propio, era como una gran celebración mística, y se estaba dando a cabo en el fin, en esta ciudad que me dijeron que era Narutolandia. Esto era muy apropiado, las vestimentas en su mayoría eran lo que definiría como “narutistas”, habían muchas capas y nubes rojas por ejemplo, y alguna que otra máscara naranja. Una característica típica de un narutista es un emblema metálico que suelen llevar en la frente, aunque puede ir en cualquier lado. Parecían integrantes de una secta verdaderamente, pero creyendo yo que eran llamativos no esperaba ver algo sorprendente.
B—¡Miren eso! No puedo creer lo que ven mis ojos. ¿Lo ven?
L—¿Qué es eso por dios?
J—¡Es Palmerín!
L—¿Qué cosa?
J—Palmerín!— Muy apropiado, el sujeto vestía una capa negra con la cabeza pintada de blanco y negro y ostentaba dos enormes ramas verdes de lo que parecía ser una planta o arbusto.
B—¿Qué clase de persona se pone eso en la cabeza?
J—Parece ser que es un importante sacerdote de esa agrupación que definis como “narutista”. Mirá! Es acompañado por un séquito, todos con capas negras.
B—Es muy cierto, es un líder religioso sin duda.
L—O es como un Platón de Narutolandia.
J—No estoy seguro, pero es importante obviamente.— Pasó cerca nuestro con su séquito y se alejó y se perdió entre la gente. Seguimos avanzando.
Además de haber sujetos de negro y narutistas, y otros sujetos de atuendos peculiares, era muy repetitiva la aparición de muchachas con orejas de gato, se auto-definían como “nekos”. Me daba la sensación de que en verdad ellas eran “chicas-gato”. Solían vestir de negro también, pero eran mas coloridas, usaban también blanco y rosa principalmente. También solían usar collares con cascabel.
B—¡Mirá Lucía, mirá los collares esos!
L—¿Qué tienen?
B—Te voy a comprar unos como esos a si siempre sabemos en donde estas, jejeje!
L—Sos un tarado…
Vendían en algunos lugares cosas así, collares con cascabeles, collares con tachas, pulseras con tachas, cosas muy asociables a “gatos oscuros”. En este lugar esta especie estaba muy presente, pero en su mayor medida parecía estar conformada por especimenes del genero femenino.
Nos detuvimos, recuerdo, en una tienda llena de prendedores. Habían muchos de ellos, pero en esta había un poco mas de variedad. Estuvimos observando los mismos y había muchos que eran muy originales, también otros que eran muy, como decir? ¿Tontos? Había de todo tipo. Incluso había algunos que decían “I love hentai”. Eso era interesante. Era muy grande la variedad de prendedores que en su mayoría expresaban alguna opinión. Luego llegó a mi la duda de si todos vestían de negro para facilitar exponer en sus cuerpos, cual carteles, dichos mensajes, o si por el contrario era que usaban los prendedores para expresar lo que ya no podían expresar a falta de una indumentaria que los identifique. Por supuesto que no era algo exclusivo de los sujetos de negro el uso de los prendedores, incluso mis amigos Lucía y Juan llevaban prendedores en sus mochilas, pensaba yo que era nomás por excéntricos que eran. Desde un principio tuve la sensación de que ellos dos entendían cosas que yo no entendía, como si fuesen bilingües… Nos acercábamos a la plaza principal de la ciudad y ya se escuchaba la música que allí tocaban.
B—¿Escuchan eso?
J—Creo que es un tema de Death Note.
B—Yo estaba ilusionado, pensé que pasarían temas como los de Cowboy Bebop, o Dragon Ball, o Robotech inclusive.
L—No, son demasiado viejos, no van a pasar nada de eso, te lo aseguro.
B—¡Que mal! Los clásicos son los mejores.
J—Eso es una contradicción. Lo que ahora es moda en un futuro probablemente será clásico. Igual, no es bueno quedarse demasiado tiempo en un lugar, ni tampoco escuchar siempre lo mismo.
B—Tengo alma de viejo, lo sé…
L—De viejo verde.
B—Tenés un mal concepto de mi, Lucía…
L—Te conozco mas que vos mismo.
B—No es así, hay mucho de mi que no saben— La verdad es que mis amigos parecían ser un misterio ahora para mi. Últimamente tenía la sensación de que ocultaban algo… —De todos modos, no podes comparar ese sonido distorsionado y casi diabólico con The Real Folk Blues!
B—Siempre decís las mismas cosas.
J—Si, a veces sos monotemático Ben! ¿Qué dicen? ¡Vamos a ver que hay en los niveles superiores, seguro que cosas mas bizarras y misteriosas!
L—Vamos!
Fuimos a buscar una forma de subir y encontramos unas escaleras oscuras y vertiginosas, las subimos con dificultad. Estábamos llegando al nivel superior cuando la música cesó. Nos acercamos a unos balcones desde donde podíamos ver la plaza principal, en ella un batallón de uniformados con vestimentas japonesas rojas se ordenaban. Tenían en su mayoría instrumentos de percusión de diferentes tamaños. Entonces empezaron a tocar. Era sin duda el inicio de esa gran celebración mística prometida. Esos tambores me recordaban las tradiciones tribales africanas, pero era en realidad percusiones japonesas, se notaba. Variaron bastante y fueron alternando ritmos y combinaciones de tambores.
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