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2012-01-12

Fragmento Caprichoso 2

Julián y su portafolios


Julián bajó del colectivo con su portafolios, vestía traje y corbata económicos, con el nudo de la corbata bien hecho, y sus zapatos brillaban un poco. Julián y su portafolios van al trabajo, y digo “y su portafolios” en lugar de “con su portafolios” por qué parece al verlo que ya tiene personalidad ese portafolios. Baja del colectivo en una plaza que sirve de concentración y desconcentración de personas que van o vienen de algún trabajo. La avenida repleta de vehículos con gente que van o vienen de algún trabajo, alguna vez Juan pensó que las avenidas eran arterias, los autos glóbulos rojos y ellos, la gente que trabaja, el oxigeno que da vida a la sociedad. En ese momento Julián no se sentía ser oxigeno, esa plaza le hacía pensar en cosas que no eran necesariamente oxigeno. Un aroma representativo de esa plaza, y de muchas otras semejantes, una mezcla de olores de caños de escape, choripanes y orinas. Él mira al otro lado de la avenida, allí una gran iglesia se yergue como empotrada en un trono, pero fría. En eso, Julián se siente un sujeto en una multitud, nota que está dentro de un flujo de gente que va o viene al trabajo. La gente camina abstraída en su caminar, en su ida o vuelta, y nada más hay en ellos.

Probablemente por esa abstracción sea que no les importa el olor a choripán mezclado con smoke y orina. Julián se pregunta como puede ser que nadie perciba todo eso, los olores, el suelo tan sucio que no querés pisarlo, las bocinas, la multitud apresurada. La calle es una ida o una vuelta, nada más. Todos corren a la casa o al trabajo, como si fueran dos refugios, es un desprecio agorafobico. Entonces se pregunta si él sería igual, larvés en algún lugar de la plaza hay alguien mirándolo, alguien que piensa como él, pero que en lugar de caminar se sentó en algún banco. Mira la plaza buscando algún cazador furtivo, alguna mirada elocuente, pero no hay nadie que lo mire salvo unos repartidores de propagandas que enseguida le dan unos papeles que él tirará en la siguiente cuadra sin siquiera leerlos. Talvés él sea el único, pero se pregunta si él se vería como toda esa gente todos los días que va o viene al trabajo y no está como hoy, preocupado por su semejanza con todos.

Julián cruza la calle que corta la avenida y es uno de los cuatro confinamientos de la plaza, que no sé si es plaza, tan solo hay árboles y algo de pasto. En la esquina hay una agencia de viajes, unas grandes vidrieras con propagandas de playas y hoteles, y gente sonriendo feliz tomando unos margaritas. Julián, algo así como “día por medio”, presta atención al pasar por esa vidriera y ve siempre los mismos carteles. Siempre los mismos, pera cada vez busca algo diferente, es como un juego, ya sabe que en el hotel de detrás de la pareja feliz hay una mujer con dos niños y que en la playa hay tres muchachos junto a cinco muchachas, y un surfista a lo lejos. Es un pequeño pedacito de mundo donde todos son felices por obra y gracias de alguna entidad que de alguna manera se presenta en las agencias turísticas. Él sabe que es una propaganda, un truco, pero siempre piensa en ese pedacito de mundo aparte que se le aparece cuando va al trabajo. Aunque no es lo que pretende necesariamente, esa publicidad le recuerda que hay otro mundo al que él no puede ir por que está justamente en éste mundo. Y en la mitad de la cuadra se detiene, y piensa que es el mismo mundo, el del pedacito en la playa y la vereda en la que aun la gente va o viene, y lo roza en los brazos molesta por que él estorba la ida o venida. Julián se da cuenta de que es el mismo mundo, y que eso que no le permite ir a otra parte es lo que le dice que tiene que cumplir con ciertas obligaciones. Y Julián mira a su portafolios, es una parte de él mismo y casi tiene personalidad, y adentro hay cosas importantes y es todo un símbolo de los que él es. Y Julián piensa, entonces, que él sostiene el portafolios por que él quiso sostenerlo. …No sé, a veces uno entra en cortocircuito, o deja de pensar, o siente que un enorme dedo metafísico le da un topecito en el culo… Julián va a la calle, ve una brecha entre dos autos estacionados y se proyecta allí, y para eso cruza entre la gente que va o viene, es como atravesar un río rápido de montaña, es ir contra la corriente, es luchar contra una fuerza mucho mayor que él. Y cuando Julián esta entre los dos coches, y atrás esta la gente que va o viene, y en la calla los autos que van o vienen, y él está en ese pequeño espacio quieto, hay una sensación inexplicable que lo invade y es más fuerte aun que aquello que lo impulsó a atravesar el flujo de idas y vueltas. Sintió entonces Julián que todo era diferente, que estaba fuera del sistema, se sintió un rebelde y pensó que ya estaba hecho, que ya no tenía sentido mirar atrás y paró un taxi casi sin pensar más.

Julián subió al taxi. El taxi era peculiar, ya que aunque rodeado de gente que iba o venía, el que conducía el trabajo no iba ni venía, ya que ese era su trabajo. Julián lo miró, los segundos llevan de impaciencia al taxista como si le estuviesen robando algo valioso, y entonces dijo algo que siempre había querido decir luego de haberlo visto en tantas películas… —¡Al aeropuerto! — Julián estaba en el taxi que iba al aeropuerto, iba, pero no era como todos los que iban, él no cumpliría horario alguno ese día. Estaba tranquilo en el asiento, su portafolios estaba apoyado en el lado izquierdo del asiento y lo sostenía con la mano izquierda, como si fuese su novia. Antes lo tenía en la derecha pero lo cambió de mano para parar el taxi. ¡Parar el taxi para ir al aeropuerto! Y para eso hizo algo impensado, algo que era anti natural, anormal, impredecible y descabellado, dejó de ir o venir y se alejó del torrente que iba o venía. Esa vieja sensación, o mas bien, esa joven sensación. Cuando Julián era chico y jugaba al futbol con amigos vecinos sentía eso todo el tiempo. Al jugar se arriesgaba por que así era más divertido. ¿Por qué la vida no podía ser un juego? ¿Por qué había que dejar de arriesgarse? ¿Por qué no podía ser divertida la vida en lugar de estar encerrado en ese lineal pensamiento de ir o venir al trabajo? ¡El trabajo! Casi por un instante Julián se arrepiente de toda esa locura. Pero él ya había iniciado un nuevo movimiento y no tenía sentido detenerlo. Iba a llevar tarde al trabajo de todos modos, iba a hacer las cosas apuradas, le iban a descontar dinero, los compañeros le iban a decir. “¿Qué pasó, te quedaste dormido, jajaja?” Un chiste que por básico y ordinario no es un chiste. La gente habituada al trabajo tiene esos chistes basados en cosas ordinarias que apenas son estrafalarias en medio de la rutina, y claro, en las anécdotas laborales. Y si Julián ya se había arriesgado, no tenía sentido detenerse. Sintió una adrenalina juvenil nuevamente, se sintió un aventurero, un victorioso, se sintió libre y como un niño curioso. Pero el recordar el trabajo le hizo pensar en las obligaciones para con la institución y los compañeros, como los heraldos de algún rey al que le juran lealtad. Entonces tuvo una acción que fuese como una última formalidad, llamó al trabajo y avisó que estaba enfermo y que no iba a ir. Se imaginó a sus compañeros de trabajo comentando que “este seguro de fue de joda, jajaja”, otro típico chiste demasiado básico, pero no se podría pretender elocuencia en las oficinas, y menos con tantos cubículos…

Miró por las ventanas del taxi, era una cápsula. Afuera los autos, las bocinas, la gente que iba o venía, y el taxista molesto por los embotellamientos pero parecía ser un apéndice del propio taxi. A Julián poco le importaba todo eso, no iba a cumplir horario alguno y estaba entregado a la aventura. Estaba en una burbuja y se sentía libre. Su mano derecha sostenía el teléfono celular y la izquierda su portafolio, que nunca había soltado desde que lo tomó antes de salir de su casa. El celular… Julián pensó que alguien podría llamarlo en medio de su aventura para recordarle las obligaciones y las lealtades. ¿Para qué quería el celular? Era como una piedra que arrastraba, pero una piedra mental. Vaya a donde vaya había algo que le recordaba las obligaciones, que sonaba indicando cuando levantarse y cuando terminaba su refrigerio, los cumpleaños de tanta gente obsoleta, y una herramienta útil para todo aquel que quería encontrarlo. Generalmente no recibía ni hacia llamados placenteros con el celular. Y si llamaba a alguien sabiendo que disfrutaría de la charla, lo hacía desde su casa sabiendo que duraría mucho la misma, pero ya hace tiempo esos llamados no sucedían. El día anterior, sin ir muy lejos, recibió un importantísimo mensaje de texto, un número de tres dígitos que le ofrecía un descuento en la compra de un auto. No solo es un grillete, el celular atrae propagandas. Julián sintió que no podría escapar ni siquiera de las propagandas superfluas, eso parecía trágico. Pero era tan simple, y Julián lo comprendió, y apagó el celular y lo puso dentro del portafolios. Luego se dio cuenta de que había algo más que lo estorbaba, la corbata. (Un símbolo extraño de un origen peculiar que ahora no viene explicarlo, yo lo sé pero Julián no lo sabía aun) Julián se preguntó como puede ser que sea un atuendo tan común y casi indispensable, un deformado pedazo de tela que se aferra a la garganta. Es como un recordatorio de que algo te está estrangulando. Sintió que era la mano de algún jefe metafísico. Como una predisposición a los sacrificios prontos a hacer, de modo que la gente vaya o venga ya sin esperanza de salir de la corriente. Entonces Julián también se sacó la corbata, y para eso soltó el portafolios. Se desabotonó el cuello de la camisa, y guardó la corbata también en el portafolios.

Julián se relajó entonces. Había dicho que no iba a trabajar, confirmando que no daría un paso atrás, había apagado el celular y se había sacado la corbata. Esa sensación que uno siente cuando se despierta bruscamente a media mañana asustado por que llegará tarde al trabajo, pero luego mientras te ponés lo pantalones de das cuenta de que es Sabado y qué, como ya te levantaste, tenés el día por delante… ¡A lo que ha llegado la gente que va o viene! Julián sonrió pensando en que era libre, y se relajó en el asiento del taxi y contempló el bullicio de afuera como si fuese otro mundo, y no el suyo.

Y el taxi fue hasta el aeropuerto…


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1 comentario:

Sebastian P. dijo...

Sencillamente genial! Me rehuso a discutir este texto de otro modo que no sea personalmente. Tranquilamente podrias ser un escritor de exelente nivel che. O al menos un exelente cuentista. Todos los cuentos cortos de tu autoria son barbaros. No dudes en publicarlos en un futuro, sea bajo el mote de "fragmentos caprichosos" o bajo otro mote. Un libro de relatos cortos de edicion personal no seria tan malo no? ¿Que te parece? ¿Lo ponemos como un proyecto a cumplir para este año? Yo conosco editores, con 500 pesos cada uno hacemos una tirada de 50 o 100 ejemplares. Solo hay que seguir escribiendo, y revisar.. yo tengo varias cosas escritas, no importa que esten terminadas o no, pero son casi todas cortas. Sinceramente creo que podemos hacerlo, no me importa el exito que tenga o la repercusion. ¿que decis?