Dos
manos entrelazadas, dos cuerpos avanzando con oscilante sincronía,
una sucesión de andenes iluminados de artificial día, rodeados de
un mar de noche mundana. Lapsos de silencio, periodos de palabras,
la fascinación de creerse fuera del mundo. ¿Y en qué otro lado?
¿En el mundo de él o en el mundo de ella? Dos universos similares
y distintos únicamente unidos por dos manos entrelazadas y
meciéndose en cuerpos supervivientes de la mundana noche. Andenes
eternos, tan eternos como se puede llegar a sentir la eternidad, tan
eternos como se puede sentir todo aquello que puede sentirse. Sin
preguntas y sin cuestiones, demorando cuanto más pueda demorarse lo
que se sabe que va a pasar, sin que importe, fingiendo que no
importa, fingiendo que no va a pasar, demorando colmados del
sentimiento de eternidad manteniendo la cadencia al avanzar por los
andenes. Dos mundos que observan desde el más allá la oscuridad y
las luces, con el pensamiento ausente, intentando tocarse y
encontrarse, sincronizarse, pero manteniendo celosa integridad.
Inercia
en el vacío y un afilado péndulo acercándose. Segundos, minutos,
horas, una noche eterna durante un breve momento. Una danza de
fantasmas indiferentes, una distorsión... La muerte adelante. La
muerte silenciosa, sin ojos y sin cara, reina de la ausencia,
sosteniendo con correas a los fantasmas. Acechando desde afuera, en
un mundo muy real y olvidado, fuera de lo eterno de los andenes.
El peso
de los años, el dolor de las heridas, la densidad en la respiración,
el ardor en la mirada, la desesperación de la monotonía fría hacia
el último latido, todo, todo esto suspendido. La inmortalidad
alcanzada en un breve instante, la vitalidad de la infancia
aprisionada entre dos manos con una fuerza desgarradora y la angustia
de la próxima liberación. Saber lo bello de lo efímero por
efímero y fingir que jamás terminará. Y todos los más inocentes
deseos condensados en una lágrima que todavía no colapsa contra el
suelo. Intensidad antes de la muerte de la inmortalidad. Aquí está
la magia! La magia es el drama que se sabe, saber verse en la vida,
poder pausar el tiempo y saber que se está muriendo la dulzura
sostenida por la fantasía del niño que ya no se es. La magia
verdadera que se desprende desesperadamente del mundo cronometrado y
medido, una sensación sublime, la falta de gravedad en el preciso
momento antes de caer y terminar con todo.
Y luego
de todo esto, en una vulgar habitación llena de estorbos, la
pregunta angustiante de si es posible seguir fingiendo que hay una
estructura en la razón y el control. La pregunta angustiante de si
quizás, uno mismo, ya está muerto.
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1 comentario:
"—Despertémonos —decía Oliveira alguna que otra vez.
—Para qué —contestaba la Maga, mirando correr las péniches desde el Pont Neuf"
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