Hace mucho tiempo vivía en la segunda luna del planeta RC402. Habían pasado algunos años después de que me fui de mi casa y me despedí de mis padres sin decir una palabra. Había decidido estudiar astrofísica y tomé una pasantía como azafata, parecía una buena idea. Hace mucho tiempo, mucho. Hace algunos pocos años para mí.
Había cortado relaciones con mis padres, me despedí con algo de pena de mi hermanito, pero ya había tomado una decisión. No me importaba volver a verlos. Me despedí de un pibe que pretendía ser algo así como mi novio, si no fuese por qué yo quería ser libre seguramente hubiese construido una historia cursi con él. Y estudié, y tuve un trabajo de medio tiempo, y llegaron las pasantías a la facultad. Una buena pasantía me facilitaría unas cuantas cosas, obtendría puntuación para no tener que tomar tantas materias adicionales y de paso tendría algo que agregar a mi cartilla laboral. Hace ya unos cuatro años de que firmé y me embarqué como tripulación de la Jauría, una nave de transporte comercial. Un viaje largo. Fueron como tres horas y media a hipervelocidad, fueron como cincuenta años para el resto del universo.
Tres horas de mi vida y mis padres habían muerto, y mi hermanito tenía nietos.
En un viaje por el espacio perdí mi historia personal. ¿Qué podía intentar reconstruir con mi hermano? Era como si me hubiese despertado de un coma. Una compañera me contó que en su primer viaje, al volver, no tuvo mejor idea que ir a visitar la tumba de su ex. Se había separado por una pelea tonta y por despecho se embarcó, y al volver al espacio continuo se encontró con un mensaje de él despidiéndose. Dice que vomitó y lloró por días, y que se embarcó nuevamente para visitar su tumba. Sabía que él ya era anciano y estaría muerto al llegar. Le mandó un mensaje deseando que lo llegase a leer antes de morir, y le juró que estaba volviendo solamente para dejarle flores en su tumba. Pero, no se animó a entrar al cementerio, y ahora cuenta la anécdota intercalándola con la vez que derramó café sobre un embajador y le inventó una historia muy loca para que no le haga una queja. Y yo, pienso que ese pibe que dejé no lo voy a volver a ver, y mis padres desaparecieron, y mi hermano está en otro mundo. Ir a verlo es imposible, embarcarme nuevamente es pasar de largo su muerte. Ya sé lo que he hecho, tomé una decisión, ya no tengo historia. Sé que es lo que se busca, al fin y al cabo, las historias personales afectan a la eficacia de los empleados.
Para viajar por el espacio no hay que tener historia personal…
Al viajar por el espacio se pierda la historia personal…
¿Qué es lo que vivimos? Una vida paralela, una vida abstraída de la continuidad, una vida de saltos. Sospecho que al volver a mi mundo podría terminar de estudiar astrofísica, si existe la universidad, y si no será en otra. O en otro mundo. O podría quedar aquí varada, entre embarque y embarque, saltando de tiempo en tiempo. No sería ni la primera ni la última tripulante que abandonó una vida de continuidad, una historia, para entregarse a algo que no es ni historia ni nada claro.
Podría embarcarme a un planeta que se dice dentro de algunos años va a ser un paraíso lúdico. Aunque, quien sabe, podría ser que al llegar los hoteles hayan presentado quiebra. Pero no creo, las computadoras económicas son muy buenas para asegurar los negocios de las familias burguesas del cosmos. Familias que ya no especulan con el porvenir de sus nietos sino con eternos linajes. Es lo mismo, no suelen viajar mucho. Pero, dicen por ahí, existe la leyenda urbana de que hay una forma de viajar sin hacer saltos temporales, que los poderosos las usan, y que solo los peones estamos condenados a no tener historia.
Cuando aceptamos un contrato con una empresa, cuando nos embarcamos, estamos firmando un contrato con el destino, otro con la muerte, y estamos renunciando a muchas cosas. Otra compañera dice que viene viajando desde hace unos ocho años. ¡Ocho años! Ni me atrevo a hacer la cuenta. Yo no existía cuando ella empezó a viajar. Ella podría ser incluso un antepasado mío. ¡Quien sabe! Pero asegura que es su último viaje, que estuvo ahorrando y ahora se va a instalar como colona en este mundo, quiere plantar zapallos. Antes de embarcarme soñaba con la astrofísica y me hacía una idea medio romántica de abandonar todo, de entregarme a la aventura espacial. Ahora plantar zapallos me empieza a parecer una buena idea. ¡No es que quiera ser una granjera! No, ni ebria. Pero, la tranquilidad, la idea de una continuidad, de no perder nada más, establecer lazos. Y si no funciona, puedo embarcarme de vuelta. Bueno, hay un límite, muchos años no se puede estar sin embarcar, pero sí el tiempo suficiente para ver si uno se adapta. Pero no sé… Como ya lo perdí todo, y lo poco que tengo es lo que llevo conmigo, podría seguir así por mucho tiempo, muchísimo más tiempo para el tiempo continuo. Entiendo este aparato macabro, es como borrarte, resetearte, formatearte. Y uno se deja llevar. Ya no hay poesía romántica en esto.
Y el espacio, una eterna oscuridad. No hay ni arriba ni abajo, no hay ni día ni noche, no hay vida, no hay nadie, no hay nada. El espacio es vacío. En realidad no es así, hay partículas, pero… Es otra cosa que cambió en mi, y en pocos meses, cambié muchas cosas. Me fascinaba la complejidad atómica y ahora me es tan irrelevante. Yo no percibo más que vacío, soledad y un abismo eterno. Adentrarse en el espacio es como una muerte, y no hay explicación científica que me satisfaga. Que me van a hablar de cuántica, de neurología, pero es igual. Lo he visto en las caras de muchos futuros colonos, personas que abandonaron sus vidas para siempre para iniciar nuevas vidas. Gente con esperanzas o con tristezas abrazadoras, o con ambas cosas. He visto la vida y la muerte en los rostros humanos de los pasajeros. También he visto la muerte en vida, pasajeros y tripulantes que ya se desapegaron tanto de su historia personal que podría confundirlos con cualquiera de los tableros o consolas de la nave. No quiero convertirme en ellos… Espero darme cuenta a tiempo y abandonar. Quedarme en cualquier planeta, incluso plantando zapallos. Creo que si algún día despierto de un sueño profundo y mirando la ventana la inmensidad vacía, y si me doy cuenta de que ya estoy muerta en vida, creo que abriría una escotilla cualquiera para morir y llevarme la nave conmigo… Espero no llegar a eso.
Empiezo a creer que cometí un error. Que habían formas más “maduras” de alejarme de mis problemas, de mi familia y de mi misma. Pero, ya los dados del destino fueron arrojados y estoy en otro tiempo. Y soy otra persona. Es aterrador, y lo más aterrador es lo inevitable.
Viajar por el espacio con los ojos bien abiertos es mirar la muerte. La muerte no es una calavera sonriente con túnica y guadaña, la muerte es el abismo y la nada, el olvido. ¿Conocen la sensación de haber olvidado una canción o un rostro importante? Lo mismo, pero con uno mismo, con la vida.
No, no hay moraleja. Es muy fácil suponer una moraleja. Igualmente de fácil que pensar en un final trágico o feliz. No tengo idea de lo que me espera. ¿Alguien tiene idea de lo que le espera? Nomás, yo me precipito a un vacío más profundo que aquellos que persisten con sus historias en el tiempo continuo. Y no tengo moraleja. No quiero una moraleja.
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