“Recuerden que un blog es como una amorfa masa biomecanoide llena de cilicios y falanges qué alegremente se alimenta de vuestros comentarios!”

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2012-02-01

Fragmento Caprichoso 3

Extraño cotidiano

P—Mi cielo, ya llegué…
C—¿Cómo te fue en el trabajo?
P—Para la mierda. Luego de tanto trabajar mi supervisor me dijo que teníamos que hacer horas extras.
C—Pero te las van a pagar ¿No?
P—Si, pero yo quiero el tiempo y no el dinero.
C—Pero podemos ahorrar para la fiesta de los chicos.
P—…Tenés razón…
C—La vida es asi, pero si uno se acostumbra, la puede sobrellevar y quizás hasta disfrutarla!
P—…Te amo cielo— Ella sonríe satisfecha, sin saber a lo mejor que esas palabras hipócritas ocultan un visceral odio a la sociedad, a uno mismo y a la exuberante dulzura de Camila, la misma que hizo que Pablo se enamorase tan profundamente como para dejar sus ideales anarquistas y formar un hogar.

Esa noche Pablo se desveló pensando, rumeando, el como él se había acostumbrado a esa farsa familiar y social. Pero pasaron varios meses hasta que pasara lo que tenía que pasar…
Era una noche, la televisión decía sus discursos, emanaba sonidos como descolocados de cualquier realidad. Era un mundo loco de Alicia, y el conductor era el sombrerero, y Camila y los chicos miraban, y a veces sonreían como compartiendo una complicidad con esa caja que brillaba por el frente. Pablo los miraba atento, el escenario era tan artificial, tan irreal. Pablo estaba seguro de que ayer mismo él miraba de la misma forma a la caja, pero hoy no podía. Hoy era inmune a sus promociones y a sus fugaces colores estridentes. Alguna vez él soñó con ser mochilero, y casi lo fue. Iba a la calle cada vez que quería y se reunía con gente muy loca que le prometía acompañarlo. El dinero no importaba, Pablo sabía y sigue sabiendo que eran grilletes que lo obligaban a tener obligaciones que en nada enriquecían su vida. Alguna vez ha osado fantasear con tener hijos, y estaba seguro que los crearía como era él, enseñándoles que el sistema no servía y que lo mas digno y honrado era el vivir dándole la espalda. —¡Pero no pienso traer a voluntad niños inocentes a este mundo de mierda! — Decía a sus amigos, que reían cómplices y decían que tenía razón, pero que los accidentes pasaban…
Camila estaba tan diferente… Aquella vez que la había visto en la escalera de la facultad era diferente. Era y sigue siendo dulce, encantadora, angelical, una mujer perfecta para un heráldico caballero en busca de doncella a la cual rendir como tributo sus hazañas. En ese momento, Pablo había visto algo muy peculiar. La vio hermosa y fresca, impoluta de toda maquinaria consumista, esas palabras como neoliberalismo y economía eran extrañas en contraste a Camila. Pablo supo que tenía que estar con ella, y aunque era obvio que los ideales de cada uno eran diferentes, él la veía casi como la culminación de sus pensamientos. Una idea fija revoloteaba en torno a ella. Pablo imaginaba a Camila como un campesina pagana, dulce y caminando descalza por una huerta, junto a una casa de adoquines. Una imagen idílica, un paraíso para dos personas y alejado años luz de las urbes contaminadas de ondas de radio de celulares y vidrieras y carteles de comida rápida. Él era diferente con ella, sacaba su mejor aspecto, ella era dulce con él por que él siempre sacaba su mejor aspecto. Desde el principio su relación fue una suerte de farsa…
El trabajo de Pablo era ordinario y en relación de dependencia. Él no se preocupaba, ganaba lo suficiente como para mantenerse a él mismo, salir de vez en cuando y ahorrar algo. Tenía la certeza de que sus ahorros iban a ser sacrificados en una última inversión, la cual lo llevaría a la consumación de sus ideas. Aunque no sabía qué, le empezó a gustar la idea de comprar un terreno en el campo, alejado de las bebidas gaseosas y con un poso para el agua. Una idea bastante naif para un sujeto que gustaba de aventar piedras a los autos caros en las manifestaciones subversivas. Pero esa idea naif era de repente la mejor manera de materializar sus ideas. Y se imaginaba ya, embriagado de cursilerías, como sería criar niños en ese lugar, sin los celulares y la televisión, sin computadoras, pero teniendo eternos pastos para correr y árboles en donde trepar.

Esa misma noche en que Pablo contemplaba absorto los rostros que contemplaban absortos la caja mágica. Pablo no podía entender como esa Camila hipnotizada era la misma Camila idílica que alguna vez le hizo temblar el piso de sus mas firmes convicciones. Él aun tenía alguna fantasías… Era de noche, estaban acostados y a punto de ir a dormir, ya habían apagado los veladores y Camila estaba recostada de perfil con una de sus piernas entre las piernas de Pablo. Aun en la oscuridad podía él distinguir sus labios esbozando una leve sonrisa, la veía tan conforme con eso que él consideraba una farsa. Pablo se la quería llevar con él al fin del mundo, encontrar un valle en donde no penetren ni las ondas de radio de amplitud modulada.
P—Si yo me fuese… — Camila abrió los ojos, al parecer había empezado a dormirse.
C—¿Qué mi amor?
P—¿Te vendrías conmigo a otro lado? Si me fuese, si vendiese todo y me fuese a vivir a un bosque, o bajo una montaña… ¿Te vendrías conmigo?
C—¿Jajajaja? Sabes que te amo, te acompañaría a cualquier parte! — Pablo se llenó de emoción por un instante, pero luego sintió el preludio del “pero”. Hay una sensación casi instintiva que te da a entender que va a haber un “pero”, de que te estabas ilusionando inútilmente.
C—¿Pero qué hacemos con los chicos? No los puedo dejar mucho tiempo con mamá, y no tenemos plata para una niñera. Y ni pienso dejarle mis hijos a un extraño de todos modos. Si querés que planeemos una vacaciones es mejor esperar a que los chicos crezcan.
P—Pero los podemos llevar con nosotros. ¿No sería fantástico, los cuatro juntos, viajando por el país, viviendo en un valle encantado?
C—¿Un valle encantado? ¿Qué fumaste en el trabajo? De todos modos… ¿Qué pasa con la escuela de los chicos? Después les va a costar mucho ponerse al tanto, o puede que queden libres. Mejor esperemos a las vacaciones de verano. Aunque hay que ver, no podemos hacer un viaje como vos decis, y además hay que planear el tema de las fiestas de navidad y año nuevo. De vuelta, mejor lo dejamos para cuando los chicos sean más grandes.
P—Yo estaba hablando de dejar todo e irnos a vivir a otro lado, lejos del sistema, lejos de…
C—¿De vuelta con eso? ¡Jajaja! Nunca se te va a ir tu lado idealista y rebelde. Y bueno, me lo tengo que bancar, asi como sos me enamoré de vos. Pero vas a ver que ya la semana que viene te vas a olvidar. Además, es el cumpleaños de tu hermano, podrías ir a verlo, seguro que eso te va a hacer bien. — “Te va a hacer bien”, Camila lo decía como si Pablo estuviese enfermo, pero él sentía que no había estado tan lucido desde hace mucho, mucho tiempo.
P—Puede ser que tengas razón. Mejor lo planeo todo con tiempo y paciencia… — Camila sonrió conforme y lo abrazó cerrando los ojos y entregándose al sueño. Pablo, cuando decía planearlo todo, hablaba de sacar a Camila y los chicos de la ecuación. Esa era la última jugada, tenía una vaga esperanza de que la mujer que alguna vez amó se iría con él, y que sus hijos serían herederos de sus pensamientos mas libres. Pero ella era parte del sistema, sus hijos también, él era un extraño en esa casa…

Pasaron los días, las semanas, el cumpleaños del hermano de Pablo, la navidad y año nuevo, dos veranos más… Camila entró a la casa con los chicos, los traía de lo de su madre en donde habían pasado unos días. La casa tenía una fuerte ausencia. Pablo solía escuchar esos temas de rock pesado cuando Camila no estaba, y no se los oía. Era claro que Pablo no debería de estar, pero faltaban algunas cosas. Y sobre la mesa había un sobre con el nombre “Camila” en él. Ella abrió el sobre, leyó algunas palabras y su rostro se impactó.
P—Mi querida Camila. Sabes que te amo, y te sigo amando. Pero yo todo este tiempo he fingido ser una persona que no soy, solo por encajar. Tenía la esperanza infantil de que seas mi compañera de aventuras, pero nunca lo fuiste. Vos no sos una aventurera. Ya no soporto más la ciudad, la sociedad, los aparatos y los autos. Todo eso me enferma y creo que ustedes ya están enfermos. Alguna vez voy a volver a hablarte, y deseo profundamente que entonces quieras venir conmigo. Quisiese también que mis hijos quieran venir conmigo. Creo que para ellos es difícil, y creo que para vos ya es tarde. Lamento el que me haya ido, pero lo lamento por vos. Si no me iba moriría en vida, y creo que hubiese sido peor para todos… Pos data, si llaman de mi trabajo, desiles de mi parte que se vayan a la mierda!

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2012-01-20

La ultima palabra de tu mascara

Una última palabra, una frase definitiva, el final de una etapa saliendo de la boca.

Somos caretas acostumbradas a tratar con caretas. Vivimos en un mar de oleajes de demagogia y de farsas emocionales. Vivimos una parodia triste o alegre, pero parodia.

¿Qué es lo que en verdad piensas de esa persona? ¿Qué es lo que en verdad quieres para ti mismo? ¿Cómo te sentirías si murieses mañana? ¿Qué es lo que harías ahora entonces?

Hay palabras y acciones que son definitorias. Acaban e inician cosas a la vez, pueden ser fatales o maravillosas, no, creo que ambas, creo que son generadoras de momentos sublimes. Esos momentos dan valor a nuestra vida. Pero es normal conformarse con la pantomima, con las falsas sonrisas, con las angustias a oscuras, con las limosnas causales. Es fácil conformarse y nos parece que el riesgo de hacer algo es muy grande. ¡Sí, el riesgo es muy grande! No tiene nada que ver con la adrenalina, o sí talvés, pero no es el punto… El punto es que ciertas cosas son riesgosas por que justamente son importantes cambios de ciclos. El terminar algo para empezar algo. Sea lo que sea que se empiece, la buena noticia es que lo que se termina es una farsa. Puede que una farsa bonita y cómoda, tentadora, pero una farsa. ¿Qué clase de goce hay en una situación cuando en realidad se anhela otra? Simplemente no hay respeto por uno mismo si no se toman riesgos. ¿Qué te dirías si pudieses verte desde afuera? Se sincero /a. ¿Qué te dirías?


Entonces… ¿Qué vas a decir? ¿Qué vas a hacer? Qué es lo que va a suceder ahora, no sé, pero espero que sea sublime…


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2012-01-12

Fragmento Caprichoso 2

Julián y su portafolios


Julián bajó del colectivo con su portafolios, vestía traje y corbata económicos, con el nudo de la corbata bien hecho, y sus zapatos brillaban un poco. Julián y su portafolios van al trabajo, y digo “y su portafolios” en lugar de “con su portafolios” por qué parece al verlo que ya tiene personalidad ese portafolios. Baja del colectivo en una plaza que sirve de concentración y desconcentración de personas que van o vienen de algún trabajo. La avenida repleta de vehículos con gente que van o vienen de algún trabajo, alguna vez Juan pensó que las avenidas eran arterias, los autos glóbulos rojos y ellos, la gente que trabaja, el oxigeno que da vida a la sociedad. En ese momento Julián no se sentía ser oxigeno, esa plaza le hacía pensar en cosas que no eran necesariamente oxigeno. Un aroma representativo de esa plaza, y de muchas otras semejantes, una mezcla de olores de caños de escape, choripanes y orinas. Él mira al otro lado de la avenida, allí una gran iglesia se yergue como empotrada en un trono, pero fría. En eso, Julián se siente un sujeto en una multitud, nota que está dentro de un flujo de gente que va o viene al trabajo. La gente camina abstraída en su caminar, en su ida o vuelta, y nada más hay en ellos.

Probablemente por esa abstracción sea que no les importa el olor a choripán mezclado con smoke y orina. Julián se pregunta como puede ser que nadie perciba todo eso, los olores, el suelo tan sucio que no querés pisarlo, las bocinas, la multitud apresurada. La calle es una ida o una vuelta, nada más. Todos corren a la casa o al trabajo, como si fueran dos refugios, es un desprecio agorafobico. Entonces se pregunta si él sería igual, larvés en algún lugar de la plaza hay alguien mirándolo, alguien que piensa como él, pero que en lugar de caminar se sentó en algún banco. Mira la plaza buscando algún cazador furtivo, alguna mirada elocuente, pero no hay nadie que lo mire salvo unos repartidores de propagandas que enseguida le dan unos papeles que él tirará en la siguiente cuadra sin siquiera leerlos. Talvés él sea el único, pero se pregunta si él se vería como toda esa gente todos los días que va o viene al trabajo y no está como hoy, preocupado por su semejanza con todos.

Julián cruza la calle que corta la avenida y es uno de los cuatro confinamientos de la plaza, que no sé si es plaza, tan solo hay árboles y algo de pasto. En la esquina hay una agencia de viajes, unas grandes vidrieras con propagandas de playas y hoteles, y gente sonriendo feliz tomando unos margaritas. Julián, algo así como “día por medio”, presta atención al pasar por esa vidriera y ve siempre los mismos carteles. Siempre los mismos, pera cada vez busca algo diferente, es como un juego, ya sabe que en el hotel de detrás de la pareja feliz hay una mujer con dos niños y que en la playa hay tres muchachos junto a cinco muchachas, y un surfista a lo lejos. Es un pequeño pedacito de mundo donde todos son felices por obra y gracias de alguna entidad que de alguna manera se presenta en las agencias turísticas. Él sabe que es una propaganda, un truco, pero siempre piensa en ese pedacito de mundo aparte que se le aparece cuando va al trabajo. Aunque no es lo que pretende necesariamente, esa publicidad le recuerda que hay otro mundo al que él no puede ir por que está justamente en éste mundo. Y en la mitad de la cuadra se detiene, y piensa que es el mismo mundo, el del pedacito en la playa y la vereda en la que aun la gente va o viene, y lo roza en los brazos molesta por que él estorba la ida o venida. Julián se da cuenta de que es el mismo mundo, y que eso que no le permite ir a otra parte es lo que le dice que tiene que cumplir con ciertas obligaciones. Y Julián mira a su portafolios, es una parte de él mismo y casi tiene personalidad, y adentro hay cosas importantes y es todo un símbolo de los que él es. Y Julián piensa, entonces, que él sostiene el portafolios por que él quiso sostenerlo. …No sé, a veces uno entra en cortocircuito, o deja de pensar, o siente que un enorme dedo metafísico le da un topecito en el culo… Julián va a la calle, ve una brecha entre dos autos estacionados y se proyecta allí, y para eso cruza entre la gente que va o viene, es como atravesar un río rápido de montaña, es ir contra la corriente, es luchar contra una fuerza mucho mayor que él. Y cuando Julián esta entre los dos coches, y atrás esta la gente que va o viene, y en la calla los autos que van o vienen, y él está en ese pequeño espacio quieto, hay una sensación inexplicable que lo invade y es más fuerte aun que aquello que lo impulsó a atravesar el flujo de idas y vueltas. Sintió entonces Julián que todo era diferente, que estaba fuera del sistema, se sintió un rebelde y pensó que ya estaba hecho, que ya no tenía sentido mirar atrás y paró un taxi casi sin pensar más.

Julián subió al taxi. El taxi era peculiar, ya que aunque rodeado de gente que iba o venía, el que conducía el trabajo no iba ni venía, ya que ese era su trabajo. Julián lo miró, los segundos llevan de impaciencia al taxista como si le estuviesen robando algo valioso, y entonces dijo algo que siempre había querido decir luego de haberlo visto en tantas películas… —¡Al aeropuerto! — Julián estaba en el taxi que iba al aeropuerto, iba, pero no era como todos los que iban, él no cumpliría horario alguno ese día. Estaba tranquilo en el asiento, su portafolios estaba apoyado en el lado izquierdo del asiento y lo sostenía con la mano izquierda, como si fuese su novia. Antes lo tenía en la derecha pero lo cambió de mano para parar el taxi. ¡Parar el taxi para ir al aeropuerto! Y para eso hizo algo impensado, algo que era anti natural, anormal, impredecible y descabellado, dejó de ir o venir y se alejó del torrente que iba o venía. Esa vieja sensación, o mas bien, esa joven sensación. Cuando Julián era chico y jugaba al futbol con amigos vecinos sentía eso todo el tiempo. Al jugar se arriesgaba por que así era más divertido. ¿Por qué la vida no podía ser un juego? ¿Por qué había que dejar de arriesgarse? ¿Por qué no podía ser divertida la vida en lugar de estar encerrado en ese lineal pensamiento de ir o venir al trabajo? ¡El trabajo! Casi por un instante Julián se arrepiente de toda esa locura. Pero él ya había iniciado un nuevo movimiento y no tenía sentido detenerlo. Iba a llevar tarde al trabajo de todos modos, iba a hacer las cosas apuradas, le iban a descontar dinero, los compañeros le iban a decir. “¿Qué pasó, te quedaste dormido, jajaja?” Un chiste que por básico y ordinario no es un chiste. La gente habituada al trabajo tiene esos chistes basados en cosas ordinarias que apenas son estrafalarias en medio de la rutina, y claro, en las anécdotas laborales. Y si Julián ya se había arriesgado, no tenía sentido detenerse. Sintió una adrenalina juvenil nuevamente, se sintió un aventurero, un victorioso, se sintió libre y como un niño curioso. Pero el recordar el trabajo le hizo pensar en las obligaciones para con la institución y los compañeros, como los heraldos de algún rey al que le juran lealtad. Entonces tuvo una acción que fuese como una última formalidad, llamó al trabajo y avisó que estaba enfermo y que no iba a ir. Se imaginó a sus compañeros de trabajo comentando que “este seguro de fue de joda, jajaja”, otro típico chiste demasiado básico, pero no se podría pretender elocuencia en las oficinas, y menos con tantos cubículos…

Miró por las ventanas del taxi, era una cápsula. Afuera los autos, las bocinas, la gente que iba o venía, y el taxista molesto por los embotellamientos pero parecía ser un apéndice del propio taxi. A Julián poco le importaba todo eso, no iba a cumplir horario alguno y estaba entregado a la aventura. Estaba en una burbuja y se sentía libre. Su mano derecha sostenía el teléfono celular y la izquierda su portafolio, que nunca había soltado desde que lo tomó antes de salir de su casa. El celular… Julián pensó que alguien podría llamarlo en medio de su aventura para recordarle las obligaciones y las lealtades. ¿Para qué quería el celular? Era como una piedra que arrastraba, pero una piedra mental. Vaya a donde vaya había algo que le recordaba las obligaciones, que sonaba indicando cuando levantarse y cuando terminaba su refrigerio, los cumpleaños de tanta gente obsoleta, y una herramienta útil para todo aquel que quería encontrarlo. Generalmente no recibía ni hacia llamados placenteros con el celular. Y si llamaba a alguien sabiendo que disfrutaría de la charla, lo hacía desde su casa sabiendo que duraría mucho la misma, pero ya hace tiempo esos llamados no sucedían. El día anterior, sin ir muy lejos, recibió un importantísimo mensaje de texto, un número de tres dígitos que le ofrecía un descuento en la compra de un auto. No solo es un grillete, el celular atrae propagandas. Julián sintió que no podría escapar ni siquiera de las propagandas superfluas, eso parecía trágico. Pero era tan simple, y Julián lo comprendió, y apagó el celular y lo puso dentro del portafolios. Luego se dio cuenta de que había algo más que lo estorbaba, la corbata. (Un símbolo extraño de un origen peculiar que ahora no viene explicarlo, yo lo sé pero Julián no lo sabía aun) Julián se preguntó como puede ser que sea un atuendo tan común y casi indispensable, un deformado pedazo de tela que se aferra a la garganta. Es como un recordatorio de que algo te está estrangulando. Sintió que era la mano de algún jefe metafísico. Como una predisposición a los sacrificios prontos a hacer, de modo que la gente vaya o venga ya sin esperanza de salir de la corriente. Entonces Julián también se sacó la corbata, y para eso soltó el portafolios. Se desabotonó el cuello de la camisa, y guardó la corbata también en el portafolios.

Julián se relajó entonces. Había dicho que no iba a trabajar, confirmando que no daría un paso atrás, había apagado el celular y se había sacado la corbata. Esa sensación que uno siente cuando se despierta bruscamente a media mañana asustado por que llegará tarde al trabajo, pero luego mientras te ponés lo pantalones de das cuenta de que es Sabado y qué, como ya te levantaste, tenés el día por delante… ¡A lo que ha llegado la gente que va o viene! Julián sonrió pensando en que era libre, y se relajó en el asiento del taxi y contempló el bullicio de afuera como si fuese otro mundo, y no el suyo.

Y el taxi fue hasta el aeropuerto…


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