“Recuerden que un blog es como una amorfa masa biomecanoide llena de cilicios y falanges qué alegremente se alimenta de vuestros comentarios!”
COMENTARIOS CON VERIFICACIÓN DE PALABRAS
Los comentarios en publicaciones con más de 7 días tardarán un poco en ser publicados.
2012-12-13
Sin Destino
—¿Por qué me embarqué en este barco y no en otro?
—...
—Uno deja pasar las oportunidades, es más seguro esperar el momento indicado. ¿Sabes? Creerías que lo que digo es propio de un cobarde o de un conformista. Pero resulta que es normal el acobardarse un poco, el miedo no es malo en sí mismo, es una advertencia que si se la sabe escuchar, enseña!
—Ajá... ¿Entonces por qué abordaste este barco?
—¿Qué es lo más seguro, quedarse en tierra?
—Eso depende. Para mi quedarme en tierra es la muerte, es marchitarme lentamente...
—¡Exacto! Eso es. Lo más seguro es preservar la integridad de uno mismo. Por que si uno no es uno mismo, se muere, y eso no es para nada seguro, no lo es!
—¿Y por qué abordaste este barco y no otro?
—Por que todos los otros barcos eran simples barcos, no valían la pena, el miedo me decía que no valía la pena. ¿Perder las seguridades obtenidas por un pedazo de madera a la deriva?
—¿No estamos en un pedazo de madera a la deriva?
—¡No lo estamos! Este barco es diferente, con este barco me identifico. Encontrarme con este barco es darme cuenta de mi destino. Lo reconocí por que tiene un poco de mi. Será por que es una exótica mezcla de materiales tradicionales con diseños modernos. Será por que la tripulación no huele tan mal como otras, jaja!
—No lo digas en vos alta, te lo recomiendo mucho...
—Será por que estás tu, que no eres cualquier capitán, eres como una diosa del mar encarnada, una pitonisa del océano!
—¡Callate! No vuelvas a decirme esas groserías.
—¡Pero no son groserías!
—Si lo son para un mercenario como yo.
—“Una mercenaria” dirás...
—No, dije “un”. Eres demasiado blando para este barco me parece...
—No te creas... ¿En donde estaba? ¡Sí, estaba en que este barco es diferente! Por que el encontrarme con este barco es darme cuenta de que es mi destino. No es un riesgo subir, un riesgo es no subir.
—Te cagarás encima en la primera tormenta, jajaja!
—Las tormentas que vendrán son parte de mi historia, sería tonto temerles, sería tonto preocuparme.
—Yo no creo en el destino... ¿Sabes? Yo creo que las estrellas saben más de nosotros que nosotros mismos... Pero no creo en el destino. No en cuanto a que no podremos jamás saberlo!
—El destino es, mi querida capitana, nuestra identidad!
Daniela se alejó de la baranda de madera en donde estaba Simón, fingiendo en su rostro cierto desprecio necesario para preservar su estampa, pero conteniendo con fuerza una sonrisa de satisfacción por haber encontrado con palabras nuevas el discurso que se decía siempre a si misma.
Simón fingió que no sentía un poco de náuseas con el vaivén del barco...
Nota: “Sin Destino” es el nombre del barco.
.
2012-12-10
Autoseduccion Motora
R —Bailás como mina...
J —¿Y como bailan las minas?
R —Así, como bailás vos. Moviéndote suavemente, curvo, como si quisieras seducirme.
J —¿Seducirte a vos? Me parece que...
R —¡No te atrevas a decirlo! No comprendiste, ponele que bailás como si te quisieras seducir a vos mismo.
J —Bailo interpretando la seducción de la música, che. La música me seduce a mi. Lo cual me hace pensar que, talvés, la música sea más femenina que masculina. Dejando de lado la gramática, claro.
R —Y puede ser, en cuanto a que es una expresión que emana muy puramente de lo profunda del ser, sin el aspecto racional que es más masculino.
J —Eso me suena a prejuicio junguiano... ¡Y debo de haber dado en el clavo por tus cejas fruncidas, jaja!
R —Lo femenino tiende a ser mas sentimental que lo masculino, es una manera diferente de percibir el universo
J —Tiene que ser dado por una introversión psíquica reflejo a una introversión física en relación a la necesidad del ser femenino de percibir al embrión. Y siendo que el ser masculino debe mantenerse activo en ese tiempo, es que...
R —Demasiado ortodoxo para un sujeto que interpreta como lo seduce la música!
J —¿Ortodoxo ahora?
R —Demasiado. ¿No acabás de dar un típico ejemplo de “mujer domestica” y “hombre proveedor”?
J —Sí y no. Hay aspectos fisiológicos que van más allá de los roles sociales. Que las mujeres puedan trabajar y los hombres cuidar los niños, no implica que haya una tendencia genética.
R —¿Y tu tendencia a bailar como mina proviene de la genética o de un rol social?
J —¡Idiota! … Bueno, creo que ambas.
.
2012-11-18
Transliteraciones
Café y murales degradados
Benjamín bebió otro sorbo de ese café recalentado por tercera vez. A veces parecía absurda su delicadeza esteta siendo partícipe de pueriles degradaciones sensoriales... Recordó las paredes junto a las que había pasado, llenas de esas típicas pinturas destinadas a los chicos con el fin de ser adorables pero que resultan aterradoras, como hechas por alguna mente retorcida. Pensó que muy probablemente ese es el resultado inevitable cuando un adulto intenta pintar como niño, o un niño intenta pintar como adulto.
Lamentó un poco que la pizzería no vendiese sanguches de jamón crudo, o más bien lamentó haber despreciado las apetitosas porciones de torta de la confitería que salteó esperanzado por el sanguche que terminó no siendo...
Una cadena de valores degradados. Sueños inconclusos, manchitas que arruinan la obra final... Todo podría ser pasado por alto si se conformara con el sillón futón que había acabado de comprar. ¡Y es que su casa solitaria, ironicamente, siempre hacía de guarida de algún bohemio amigo o conocido! Y no puedo evitar entonces el asociar el interior de su casa con una crustácea introversión.
El café estaba más frío que caliente, pasado de azucar, pero estaba ahí y junto las galletitas de cereal que eran su alimento balanceado. ¡Era un desastre! Tal cual le dijo alguna vez aquella rubia cordobeza, y sus palabras aún resonaban como el augurio del abandono, ese tipo de abandono que es solo un alejamiento, un desvanecimiento que no deja nada. Como la pérdida de la juventud...
Por el momento nuevamente se rindió Benjamín, cansado de darle vuelta a su cabeza buscando darle la forma a su destino ideológico. Una y otra vez imaginando gloriosas y cotidianas circunstancias, tan vivas de convicciones pero a su vez, tan drásticamente imposibles! Quizás no pueda aceptar un intermedio, y solo baile entre la desidia en penumbra y un heroico cooperativismo...
Benjamín siempre dice haber nacido en la época o lugar equivocado.
Las letras que deja salir son como los antiguos sangrados, dejando salir lo negativo de uno, pero dejando una sensación de la propia vida medio apagada.
Los artistas no se lo preguntan mucho, simplemente hacen su arte y ya!
.
2012-11-16
Letras de bar 01
Ella, la menos pensada, la que yo nunca pensé que iba a decir justamente eso que dijo. Alrededor mio los esbirros sociales con su pantomima inducida, y ella! Ella fundiéndose con los esbirros, diciendo lo que yo no creí que iba a decir. Ella con los esbirros rodeandome...
Otra vez estoy solo con la música...
Puede que mi problema sea que soy de los que escuchan y no de los que bailan. Si bailara podría bailar con alguien... Pero ahora que lo pienso, el que baila también está solo. Entonces podría ir al grano y admitir que mi problema es que soy solo, y no digo que “estoy solo”, digo que “soy solo”. ¿Y por qué problema? Si yo soy solo, si soy lo que soy, y cada cual es lo que es. Eso quiere decir que no puedo aceptar mi entorno... ¡Ay, esa actitud heróica! ¿Acaso el heroísmo no es en primera instancia creer que algo o todo está mal y que uno tiene la respuesta? Ser héroe es ser narcisista y fingir lo contrario. Por lo tanto, no es mal que esos esbirros den rienda suelta a su naturaleza.
He de aceptar mi naturaleza solitaria e inconformista, crítica, protestante. ¡Ah, bendita escritura, que me permites convertir una simple queja en un texto!
J. R. Armental
T20121115H2340
Post-Caba
2012-05-29
Fragmento Caprichoso 9
Una mañana con paralelismos literarios
“La silueta
de aquel hombre se presentó ante el umbral, era firme, inmutable, y al aparecer
todos guardaron silencio…”
“Ella tomó
su pistola y bajó por las escaleras, sin importarle que solo tenía puesta su
ropa de dormir, y al final de los escalones se encontró con aquél muchacho que
había visto en la entrada del pueblo…”
—No es mi
día, más bien no es mi año. La
inspiración no ha venido conmigo desde que estallaron los cohetes artificiales
en año nuevo! — Ana piensa. —¡Eso es!
A ver…
“Ese año no
era su año, la suerte no había ido con él desde que estallaron los cohetes
artificiales en año nuevo…” —¡La puta
que lo parió! Tampoco me gusta.
Era el
medio día, Ana tenía ojeras y estaba a punto de caerse sobre la mesa y su
anotador. Se había desvelado tratando de
iniciar su novela de aventuras, una y otra vez escribía frases, oraciones,
párrafos, y luego borraba. La joven
tenía el cabello lacio castaño algo despeinado y un buzo rosa muy grande,
pantalones de gin muy viejos y unas pantuflas celestes muy peludas. Cerró los ojos y tomó el arco de su nariz con
dos dedos de su mano derecha, meneó la cabeza negando. ¿Negando qué?
¿Negando que pudiese tan solo empezar la novela? ¿Negándose a ella misma? ¿Qué estaba negando?
—Y ahora
hablo sola… Afuera llueve y yo hablando
sola. — Afuera llovía,
efectivamente. O mas bien lloviznaba, y
la calle estaba húmeda desde hace días. —Siempre
hablo sola, no debería preocuparme por ello… —
Y también usaba muchos puntos suspensivos.
Ana sacó un
control remoto que estaba debajo de unos cuantos papeles desordenados y llenos
de anotaciones que no sabía cuando habría ella de leer. Apuntó hacia atrás y prendió un pequeño
equipo de música, luego hizo sonar unas baladas rockeras de los años
setenta. —Debería de ir a hacerme el
almuerzo, pero no tengo ganas. —
“Él debería
de ir a hacerse el almuerzo, pero no tenía ganas, en su lugar tomó esa vieja
guitarra del rincón y tocó unas baladas.
Ella se deslizó de entre las sábanas para ir hacia su espalda sin que él
lo note…” —Tampoco, no debería de ser
sobre una suerte de mariachi medio dandy.
Definitivamente, no debería de haber una historia de amor en mi novela
de aventuras, terminaría desviando la trama.
Sonó el
teléfono con un tono de estilo “clásico”, Ana se levantó y arrastrando los pies
atendió.
—¡Hola
Mariela! (…) Bien, y vos?
(…) No, no interrumpis, no estaba
haciendo nada importante. (…) No la empecé, digo, solo tengo un ensayo,
pero… (…) Más bien me levanté hace un rato. (…)
Si, hace un rato, como a las once.
(…) ¡Si no me vas a creer no
deberías preguntarme! (…) No te voy a adelantar nada de la trama,
arruinaría la sorpresa… (…) Pero bueno, ya tengo el ensayo listo, por eso
es que no me interrumpis. (…) ¿Y cuando fue la última vez que has escrito
una novela? (…) Entonces, no me des consejos… (…)
Eh, no, estoy por hacerme el almuerzo.
(…) Unos fideos con un poco de
tuco que quedó de anoche. (…) Puede ser a la tarde, no sé, yo te digo. (…)
Devuelta, no preguntes si… (…) ¿Qué?
¿De vuelta con él? Siempre lo
mismo, no sé para que te doy consejos! (…) Pero después yo te escucho y te escucho toda
la noche y me desvelo y para qué? (…) Te dije que me levanté hace un rato… (…)
¡Bueno, mierda! ¡No dormí, no
tengo ganas de cocinar, no tengo tuco por que me lo comí todo ayer con pan y no
escribí un carajo de esa puta novela! (…) No, no sabías nada vos, solo acertaste por
que acostumbras negar lo que digo y yo suelo decir lo opuesto a lo que hago… (…) Por
que luego me das consejos al pedo, y termino preguntándote cuando fue la última
vez que has escrito una novela. (…) De todos modos no tengo hambre, no voy a
comer ahora. (…) Tengo unas galletitas de cereales, son mi
alimento balanceado. (…) ¡Jajaja!
El gato está bien, a él no le importa ni mi novela, ni mi almuerzo ni
que yo duerma. (…) Okey, andá con él, y luego me llamás y me
contás cuan arrepentida y desdichada que sos y que fue la última vez que le das
una oportunidad. (…) ¡No soy cruel, vos sos… (…) No
iba a decir pelotuda… Bueno, sí, iba a
decir pelotuda. ¿Y qué? (…)
Bueno, está bien, como quieras, chau!
“Al gato no
le importaba ni su trabajo, ni su cena, ni que él durmiese… Se puso las botas entonces, y miró por la
ventana, la calle estaba húmeda desde hacía días y aun lloviznaba. Fue en busca de…” —Me parece que no voy a escribir nada y al
carajo… — Ana se sentó con mala cara y
miró por la ventana. Luego leyó algunos
de los papeles de la mesa, quizás alguna frase inspiradora que hubiese escrito
semanas atrás ahora le servirían. —No,
ni modo, mejor no escribo nada. — Volvió
a mirar por la ventana, parecía un día tan ordinario que se podría justificar
que las musas no se hubieran hecho presentes.
Ana cruzó las piernas y agitó suavemente su pie moviendo la pantufla
casi a punto de caer. —Estoy tan cansada
de intentar escribir una buena historia.
Afuera el día es ordinario, pero la ventana es una invitación, y son
estas pantuflas… ¡Estas pantuflas
peluditas y suaves que me hacen arrastras los pies por la habitación! Y el buzo que es como un acolchado portátil… Todo está determinado como para mantenerme
acá varada, detenida en mi misma y no salir a ningún lado. Y quizás allá afuera esté la aventura, y
solo tengo que ponerme las zapatillas, cambiarme el buzo, peinarme un poco y
llevarme un paraguas por si aumenta la lluvia…
¡Y siempre paso delante de ese café de Belgrano en donde se exhiben tan
apetitosas tortas! — Ana se levantó
decidida y comenzó a sacarse el buzo, debajo no tenía corpiño, otra razón más
para sentirse detenida en sí misma debajo del buzo. Inmediatamente se detuvo, y se lo volvió a
poner…
“Ella cruzó
las piernas y agitó suavemente su pie casi dejando caer la pantufla que llevaba
puesta. Miró por la ventana, parecía una
invitación, aunque el día parecía ordinario, allá afuera talvez esté su
aventura. Ella se había cansado de
escribir sobre aventuras, quería vivir la suya.
Ya había pasado por muchos lugares a los que le hubiese gustado explorar,
pero por una razón u otra había seguido de largo. Estaba ahí varada desde hace ya suficiente
tiempo y la única compañía que tenía era un rechoncho gato egocéntrico. La pantufla cayó y al notar el frío en su pie
desnudo lo contempló, movió los dedos e inmediatamente miró al rincón. Junto a su vieja guitarra estaban las botas
que usaba cuando iba a caminar. Ella
exclamó entonces. —No, ni modo, mejor no
escribo nada. — Rápidamente se calzó las
botas, se cambió la camisa de entre casa por una de calle y tomó el paraguas
que había heredado de su ex. Afuera
estaba la aventura, pero antes, mejor se hacía el almuerzo…”
.
Conceptos relativos
Cuentos de Jora,
Fragmentos Caprichosos
2012-05-23
Ella y su violonchelo
Originalmente escrito el 29 de Noviembre del 2011 inspirado por una serie de sucesos que no son necesarios tenerlos en cuenta.
Me dejó
solo en su casa. Un lugar algo grande,
pero con vueltas y recovecos. Un lugar
viejo y lleno de madera oscura, pero limpio, sin tierra. Un lugar con historia pero que seguía
vivo. Un refugio hermoso en el que me
sentía cálido, aunque el lugar era fresco…
Poca luz,
solo ases desde entre las cortinas, desde ventanas lejanas, iluminando algunos
sitios puntuales pero dejando claridad en todo.
Pero tampoco luminoso, no cansaba los ojos ni provocaba sueño, era
perfecto, un momento para entregarse al tiempo con confianza.
Recorría
cada detalle, eran ajenos, pero a la vez familiares. Era como si las manos que colocaron las cosas
en ese sitio fuesen las familiares. Me
invadía una calma poco común en mí, tenía ganas de quedarme, lo que ya era de
por sí sumamente sobresaliente.
En uno de
tantos rincones, junto a una biblioteca
y tras un sillón verde… Un violonchelo,
grande, brillante, con ese porte típico del instrumento, como si fuese
demasiado para uno. Pero yo estaba solo,
me sentía tan tentado que no lo resistí y decidí desafiarlo en secreto.
Tomé el instrumento y el arco y me senté cómodo, lo más cómodo que pude. Cuando sujeté el “mástil” estuve a punto de inclinar la cabeza, casi. Apoyé delicadamente “las cerdas del arco” sobre las cuerdas. Como si estuviese pidiendo permiso para entrar en un lugar en el que todos me miraban. Pero estaba solo.
Así que
presioné con mi otra mano algunas cuerdas y empecé a tocar… ¡Tocar!
Solo eso podría decir, tocar.
Nada reconocible o aceptable salía de eso. Aunque el sonido era limpio no había claridad
en las notas. Mis manos torpes no se
acompañaban la una a la otra.
Pero no me
atrevía a dejar de hacer lo que estaba haciendo. Era un desafío, no sé si a mi mismo o a
alguna clase de entidad que imaginaba emparentada al lugar en el que me
encontraba. Cerré por un momento los
ojos, como si sirviese. Realmente no
podía hacer algo al respecto, pero aun así me sentía bien por intentar.
—¡Estas poniendo mal el brazo izquierdo! — Fue una sacudida. Un golpe de electricidad y calor me recorrió en un instante, estoy convencido que estaba rojo como un tomate también, y ella estaba parada en la arcada del cuarto mirándome inquisitivamente. Su rostro era en parte severo por haberme encontrado en una actitud casi criminal. Quizás sea idea mía, pero tocar su violonchelo era como tocarla a ella… Pero también había piedad, creo que despertada por mi intento casi inocente de hacer algo, tan solo algo, con su instrumento.
—Lo
lamento! Estaba viendo la casa y de
repente vi el violonchelo y no pude resistirme—
Hizo un gesto de desagrado, pero se notaba que era falso y que estaba
conteniendo una sonrisa. Se acercó, se
sentó junto a mí y tomó el violonchelo.
—¿Vos tocás
el violín, no? — Nunca le había dicho
que tocaba el violín, no sé cómo lo supo, asumo que su oído era muy delicado
para estas cosas.
—Hago lo
que puedo, más bien… —Ahora sí sonrió
sin represión alguna.
—Te voy a
mostrar…
Entonces empezó a mostrarme como tocar el violonchelo y las diferencias con el violín, además del tamaño, claro. En ese momento sentí una profunda admiración por ella, nunca se borró esa admiración y aun hoy me la provoca!
.
2012-04-24
Alegoria de la mariposa
Su sonrisa
a veces se apagaba, pero cuando se encendía al mirarme casi podía sentir como
se expandía el universo, tan amplio, tan diverso. Ella era cautivante como es la primera vez
que ves y oís el mar en persona una mañana.
Ella era poesía pura, por que la poesía tiene un mensaje armonizado con
rimas y simetría, pero es forzado, una copia de algo que por naturaleza es tan
sublime que es difícil de explicar, así era ella entonces, la verdadera poesía
inexplicable e inigualable.
Yo no sé
que clase de malevolencia divina habita entre nosotros como para implantar en
ella una desgracia que la haga llorar.
No puedo entender como Gaia puede permitir que una de sus más valiosas
hijas palidezca por el dolor de su alma.
Por que ella es uno de esos seres nobles y bellos para los que existe
este mundo, por que en ella habitan las virtudes de lo humano. Solo alguien como ella puede hacer brotar
lágrimas de un rostro de piedra como el mío, por que alguien como yo, que ha
permanecido en el frío vacío, solo puede justificar la existencia con ideales
de nobleza que puedan ser encarnados.
Creo que la
vulnerabilidad es su juego, no sé si es consciente de ello. Su delicadeza está presente en cada
movimiento y palabra, y hasta en su silueta, y contrasta con la sociedad y
contrasta conmigo. La melancolía que con
sutileza se desprende de su sonrisa puede hechizar y seducir talvez más de lo
que podría hacer con coqueteo. Es la
clase de persona que inspira el deseo profundo de ser protegida, ella es la
clase de mujer que puede llenar de orgullo y valentía a quienes luchan en su
nombre. Aun no entiendo como puede estar
sufriendo…
Su cabello brilla
por si solo y sus ojos pueden hacerme sonrojar, y no puedo dejar de contentarme
cuando ríe, es señal de que existe lo bueno en este mundo. De su cuello cuelga el amuleto de una
mariposa, escalofriante alegoría de ella misma.
Pequeña, bella y frágil, criatura de primavera y mensajera del amor de
las flores, nacida para ser efímera… Fingiendo
tener el control y tratando de vivir lo que no pudo vivir, callando las
tristezas más crueles, entregándose al riesgo del azar y la incertidumbre. Como una mariposa, lúgubre pensamiento en mí,
por que las mariposas se extinguen tan rápido, y no quiero que ella se extinga.
No puedo
intervenir, las leyes cósmicas me lo prohíben, eso o simplemente que mi ajena
persona no encaja. Es por eso que a este
invierno lo siento más frío que a ningún otro, por que me siento impotente. Si no puedo hacer algo por ella no soy útil,
y si el destino que le cae es de sombras, significa que el universo es
fatídico. Su recuerdo me aviva alegría y
tristeza, melancolía y furia, y las palabras se me hacen insuficientes para
explicar la desilusión que los tiempos me imprimen. ¡Ay, como quisiera, tener las palabras que
guíen su camino, y tener la fuerza para apartar los obstáculos en él, y poder
ver la alegría en su rostro y escuchar su canto nuevamente! ¡Ay, como quisiera ser más que un hombre, ser
un dictador, un dios! Estamos a la
deriva, yo lo siento, y se me aleja, y la helada ventisca me abraza
sádicamente, el calor del Sol no me alcanza.
No hay rayos de
Sol en este inverno, los cuerpos muertos de las mariposas yacen junto a las
flores marchitas. Yo espero un río de
vida, una señal, el surgimiento del poder que me permita corregir la condena
escrita de esta historia. Quiero saber
que se hundirán en el profundo abismo del océano sus penas y que su vos traiga el
jolgorio. Que su mágico baile haga
florecer la dicha del mundo casi estéril.
Por que yo la necesito, por que el mundo la necesita, por que su
existencia y su felicidad justifica el universo. Solo su risa puede espantar los fantasmas de
las pesadillas y curar las heridas del austero tiempo.
—¡Despierta! Date cuenta quien eres. Date cuenta que contagias felicidad a quienes te
rodean. Date cuenta que tu humor hace
que se abra o cierre el cielo. Si te
caes todo se cae. ¡Despierta! Date cuenta de cuanto vales.
..
2012-04-22
Vinculos
Estamos a
la deriva en el universo. Quizás por eso
nos aferramos tan fuertemente a los objetos, a las personas y a los
lugares. Estamos en un caótico e
impredecible océano a la deriva, y lo que encontramos que vale la pena no lo
queremos soltar jamás…
El destino
que no puedo controlar, eso es parte del azar del universo que nos hace estar a
la deriva. Todo impredecible,
incalculable, casi intangible…
Es una
inexplicable, impronunciable bendición, el encontrar gente que por alguna razón,
o por falta de alguna razón, me parece a mi maravillosa. Se trata de esa gente que a simple vista
parece ordinaria, común, pero que carece de un molde que la forjó. Cuando los contemplo con detenimiento me doy
cuenta que no les cambiaría nada!
Por eso
resulta inexplicable, pero sí entendible, el que en éste universo en el que
estoy a la deriva, me haya topado con sujetos maravillosos. Y este prodigio es suficiente para sentirme
satisfecho y no querer cambiar nada de mí.
Y cuando no
hay que cambiar nada, y no importa el destino, entonces hay paz…
..
2012-03-26
Fragmento Caprichoso 8
Intelectualmente estimulantes
Un pequeño departamento de un edificio largo y menospreciado, un cuarto oscuro y el contorno luminoso del borde de la puerta que da al pasillo. Pisadas y el sonido de la llave abriendo la cerradura. La puerta se abre y dos siluetas aparecen, una de ellas entra junto a la puerta y hace pasar a la otra.
J—¡Pero que frío que está tu departamento Alejandro!
A—¡Cierto! Lo había olvidado. Es que yo soy casi inmune al frío, me pongo un pulover y ya. Mis manos y pies se enfrían también, pero no me molesta, y como no suelo recibir a nadie en mi casa…
J—Te hace mal que se te enfríen las extremidades Ale. Deberías prender la estufa o ponerte pantuflas al menos.
A—Julia… Yo no uso pantuflas, ni las usaré jamás…
J—Apuesto a que te has usado las medias junto a las ojotas.
A—Solo en pleno invierno— Alejandro había cerrado la puerta, se acerca a la estufa que está en piloto y la pone al máximo para calentar el ambiente. Prende la luz, una luz pequeña que deja el cuarto iluminado débilmente bañándolo de una atmósfera de abandono. Al otro lado de la habitación un gran ventanal que da a un balcón, por él se ven algunos edificios, estrellas y muy a lo lejos si se mira con cuidado, el Río de la Plata.
J—El paisaje es hermoso, desde la ventana de mi cuarto solo se ve una avenida bulliciosa.
A—Es un bonito paisaje, aunque me he acostumbrado a su presencia. Solo a veces, mientras camino con un café, me detengo y lo veo como lo vi la primera vez que entré al departamento. ¡Eso es! Voy a hacer café, así te calentás más rápido.
J—¿Eso debo interpretarlo literalmente o hay un doble sentido?
A—Literalmente… Respeto las prioridades.
J—Serán las tuyas, no sabes cuales son las mías.
A—Me las harás saber si realmente son prioridades, supongo— Va a la cocina, la cual está junto al cuarto que es tanto living como comedor. La cocina se separa del cuarto solo por una barra salida de la pared con una mesada de mármol sobre ella. La cocina no es muy grande, por lo cual lo que más llama la atención es el traga-humo. Alejandro pone la pava, no tiene cafetera por que no suele recibir visitas numerosas como para considerar tenerla. Saca café instantáneo de un estante y una azucarera de aluminio celeste y gastado.
J—Noto que tu casa es “bastante accesible”.
A—¿Lo decis por que hay muchos estantes y pocas puertas?
J—Podría decirse así.
A—Mi casa es como yo, dentro de ella podes acceder fácilmente a lo que necesites, pero no es fácil que te dejen entrar.
J—¿También sos frío como la casa?
A—Sí…
J—Pero yo ya estoy dentro y prendiste la estufa.
A—Jajaja! Es cierto. ¿Tomas el café con leche o solo?
J—Iba a decir que me gusta negro y fuerte, pero arruinaría el hilo de la conversación.
A—¿Pero por qué? ¡Jajaja! Si querés poner música, todo lo que tengo está en aquellos discos de allá.
J—Prefiero el silencio, es de noche y ya hay una melodía etérea en el lugar, sumada al sonido del agua a punto de hervir— Alejandro había preparado las tazas con el café, ahora les pone el agua y las coloca en la barra que separa la cocina del resto del cuarto. Julia se sienta en una banqueta del otro lado y agarra una de las tazas para sentir el calor de la misma en su mano.
A—Acá tenés el azúcar, ponele cuanto quieras.
J—Ponele vos la azúcar, no importa si te queda muy amargo o muy dulce.
A—¿La azúcar?
J—Para mi, azúcar debería de ser de género femenino…
A—Sos una rebelde después de todo.
J—Una rebelde conveniente, digamos…
A—Y para mí, las palabras que se refieren a objetos no deberían de tener género.
J—El ser humano necesita personificar hasta lo impersonificable!
A—No entiendo el por qué, si ya hay suficientes personas como para tratar con ellas.
J—Será que las personas tienen voluntad y los objetos no, y uno puede imbuirle a los objetos la propia voluntad…
A—Siempre y cuando sean sus propios objetos.
J—¿Y qué define que un objeto te pertenezca?
A—Que lo compraste, lo ganaste, lo posees, está en tu casa…
J—Por más que lo compres, o lo ganes según algún reglamento legal o no, si lo perdés y alguien lo encuentra deja de ser tuyo. Si un objeto lo posees o simplemente está en tu casa, lo que define que sea tuyo es el poder físico que tenes sobre él. Por lo tanto, no hay verdadera propiedad, solo posesión circunstancial.
A—Esa idea sería muy barbárica hoy en día, uno de los logros de la civilización es justamente menguar el autoritarismo físico.
J—¿A cambio de un autoritarismo legal? ¿Y como se sostiene ese autoritarismo legal? Con ejércitos, armas atómicas, distribución estratégica de los recursos en beneficio de los líderes… Después de todo sigue siendo todo muy físico. Pero estábamos hablando de los objetos, no del sistema.
A—¿Cómo aplicarías tu idea sobre los objetos a la modernidad? Ya qué, si una idea no puede aplicarse, no pasa de ser una fantasía.
J—La propiedad sobre los objetos no debería de existir como concepto de propiedad. Debería de considerarse un intercambio de beneficios entre el sujeto y el objeto. El sujeto es merecedor del objeto en cuanto lo preserve y lo mantenga útil. De este modo el sujeto debería de ser también propiedad del objeto. Debería de haber una relación de mutuo beneficio entre el sujeto y el objeto.
A—Pero eso es como atribuirle personalidad a los objetos…
J—Pero, eso ya lo hacemos de cierta manera. Con la diferencia que hoy en día descartamos los objetos como si no valiesen nada.
A—Tenes una postura muy materialista…
J—Sí y no. Materialista en cuanto que considero que lo material es lo más real y que los objetos son importantes. Pero no materialista en el sentido económico. Soy posesiva con mis objetos, y son mis objetos los que me sirven y a la vez yo les sirvo. Pero los objetos que no tienen una relación conmigo y que sí pueden tenerla con otro, deberían estar con el otro.
A—¿Y te despojás de todos esos objetos que ya no usas?
J—Lo hago, siempre que encuentro a alguien que crea yo que los merece… A vos te obsequiaría un par de manoplas de lana que no uso, jajaja!
A—No creo que yo pueda establecer una relación con un par de manoplas de lana…
J—¿No? Es cuestión de que las uses un poco en este invierno que se avecina…
A—Mejor que las relaciones se establezcan entre personas, y no con objetos.
J—Creo que tomaste muy literalmente mi planteo. Lo que quise decir es qué, por ejemplo, vos tenes propiedad de tu casa por que te guarece pero a la vez la mantenes en buen estado. Sin embargo no deberías tener…
A—Te entiendo. Sería más fácil decir que uno debería tener solo propiedad sobre las cosas que merece.
J—De cierta manera… En realidad, todo pasa por ser uno mismo lo suficientemente íntegro como para saber qué necesita y qué no, y no andar acumulando cosas que se terminan convirtiendo en un estorbo para uno mismo.
A—Por eso saqué la pared que dividía la cocina del resto de la casa e hice esta práctica barra…
J—Muy práctica a decir verdad, me encanta!
Julia y Alejandro hablaron toda la noche mientras la casa se calentó debido a la estufa. También tomaron más café, y terminaron durmiendo una breve siesta en el sillón que estaba junto al ventanal, hasta que la luz del sol matutino los despertó. Debatieron entonces qué harían con el resto del Sábado.
.
Un pequeño departamento de un edificio largo y menospreciado, un cuarto oscuro y el contorno luminoso del borde de la puerta que da al pasillo. Pisadas y el sonido de la llave abriendo la cerradura. La puerta se abre y dos siluetas aparecen, una de ellas entra junto a la puerta y hace pasar a la otra.
J—¡Pero que frío que está tu departamento Alejandro!
A—¡Cierto! Lo había olvidado. Es que yo soy casi inmune al frío, me pongo un pulover y ya. Mis manos y pies se enfrían también, pero no me molesta, y como no suelo recibir a nadie en mi casa…
J—Te hace mal que se te enfríen las extremidades Ale. Deberías prender la estufa o ponerte pantuflas al menos.
A—Julia… Yo no uso pantuflas, ni las usaré jamás…
J—Apuesto a que te has usado las medias junto a las ojotas.
A—Solo en pleno invierno— Alejandro había cerrado la puerta, se acerca a la estufa que está en piloto y la pone al máximo para calentar el ambiente. Prende la luz, una luz pequeña que deja el cuarto iluminado débilmente bañándolo de una atmósfera de abandono. Al otro lado de la habitación un gran ventanal que da a un balcón, por él se ven algunos edificios, estrellas y muy a lo lejos si se mira con cuidado, el Río de la Plata.
J—El paisaje es hermoso, desde la ventana de mi cuarto solo se ve una avenida bulliciosa.
A—Es un bonito paisaje, aunque me he acostumbrado a su presencia. Solo a veces, mientras camino con un café, me detengo y lo veo como lo vi la primera vez que entré al departamento. ¡Eso es! Voy a hacer café, así te calentás más rápido.
J—¿Eso debo interpretarlo literalmente o hay un doble sentido?
A—Literalmente… Respeto las prioridades.
J—Serán las tuyas, no sabes cuales son las mías.
A—Me las harás saber si realmente son prioridades, supongo— Va a la cocina, la cual está junto al cuarto que es tanto living como comedor. La cocina se separa del cuarto solo por una barra salida de la pared con una mesada de mármol sobre ella. La cocina no es muy grande, por lo cual lo que más llama la atención es el traga-humo. Alejandro pone la pava, no tiene cafetera por que no suele recibir visitas numerosas como para considerar tenerla. Saca café instantáneo de un estante y una azucarera de aluminio celeste y gastado.
J—Noto que tu casa es “bastante accesible”.
A—¿Lo decis por que hay muchos estantes y pocas puertas?
J—Podría decirse así.
A—Mi casa es como yo, dentro de ella podes acceder fácilmente a lo que necesites, pero no es fácil que te dejen entrar.
J—¿También sos frío como la casa?
A—Sí…
J—Pero yo ya estoy dentro y prendiste la estufa.
A—Jajaja! Es cierto. ¿Tomas el café con leche o solo?
J—Iba a decir que me gusta negro y fuerte, pero arruinaría el hilo de la conversación.
A—¿Pero por qué? ¡Jajaja! Si querés poner música, todo lo que tengo está en aquellos discos de allá.
J—Prefiero el silencio, es de noche y ya hay una melodía etérea en el lugar, sumada al sonido del agua a punto de hervir— Alejandro había preparado las tazas con el café, ahora les pone el agua y las coloca en la barra que separa la cocina del resto del cuarto. Julia se sienta en una banqueta del otro lado y agarra una de las tazas para sentir el calor de la misma en su mano.
A—Acá tenés el azúcar, ponele cuanto quieras.
J—Ponele vos la azúcar, no importa si te queda muy amargo o muy dulce.
A—¿La azúcar?
J—Para mi, azúcar debería de ser de género femenino…
A—Sos una rebelde después de todo.
J—Una rebelde conveniente, digamos…
A—Y para mí, las palabras que se refieren a objetos no deberían de tener género.
J—El ser humano necesita personificar hasta lo impersonificable!
A—No entiendo el por qué, si ya hay suficientes personas como para tratar con ellas.
J—Será que las personas tienen voluntad y los objetos no, y uno puede imbuirle a los objetos la propia voluntad…
A—Siempre y cuando sean sus propios objetos.
J—¿Y qué define que un objeto te pertenezca?
A—Que lo compraste, lo ganaste, lo posees, está en tu casa…
J—Por más que lo compres, o lo ganes según algún reglamento legal o no, si lo perdés y alguien lo encuentra deja de ser tuyo. Si un objeto lo posees o simplemente está en tu casa, lo que define que sea tuyo es el poder físico que tenes sobre él. Por lo tanto, no hay verdadera propiedad, solo posesión circunstancial.
A—Esa idea sería muy barbárica hoy en día, uno de los logros de la civilización es justamente menguar el autoritarismo físico.
J—¿A cambio de un autoritarismo legal? ¿Y como se sostiene ese autoritarismo legal? Con ejércitos, armas atómicas, distribución estratégica de los recursos en beneficio de los líderes… Después de todo sigue siendo todo muy físico. Pero estábamos hablando de los objetos, no del sistema.
A—¿Cómo aplicarías tu idea sobre los objetos a la modernidad? Ya qué, si una idea no puede aplicarse, no pasa de ser una fantasía.
J—La propiedad sobre los objetos no debería de existir como concepto de propiedad. Debería de considerarse un intercambio de beneficios entre el sujeto y el objeto. El sujeto es merecedor del objeto en cuanto lo preserve y lo mantenga útil. De este modo el sujeto debería de ser también propiedad del objeto. Debería de haber una relación de mutuo beneficio entre el sujeto y el objeto.
A—Pero eso es como atribuirle personalidad a los objetos…
J—Pero, eso ya lo hacemos de cierta manera. Con la diferencia que hoy en día descartamos los objetos como si no valiesen nada.
A—Tenes una postura muy materialista…
J—Sí y no. Materialista en cuanto que considero que lo material es lo más real y que los objetos son importantes. Pero no materialista en el sentido económico. Soy posesiva con mis objetos, y son mis objetos los que me sirven y a la vez yo les sirvo. Pero los objetos que no tienen una relación conmigo y que sí pueden tenerla con otro, deberían estar con el otro.
A—¿Y te despojás de todos esos objetos que ya no usas?
J—Lo hago, siempre que encuentro a alguien que crea yo que los merece… A vos te obsequiaría un par de manoplas de lana que no uso, jajaja!
A—No creo que yo pueda establecer una relación con un par de manoplas de lana…
J—¿No? Es cuestión de que las uses un poco en este invierno que se avecina…
A—Mejor que las relaciones se establezcan entre personas, y no con objetos.
J—Creo que tomaste muy literalmente mi planteo. Lo que quise decir es qué, por ejemplo, vos tenes propiedad de tu casa por que te guarece pero a la vez la mantenes en buen estado. Sin embargo no deberías tener…
A—Te entiendo. Sería más fácil decir que uno debería tener solo propiedad sobre las cosas que merece.
J—De cierta manera… En realidad, todo pasa por ser uno mismo lo suficientemente íntegro como para saber qué necesita y qué no, y no andar acumulando cosas que se terminan convirtiendo en un estorbo para uno mismo.
A—Por eso saqué la pared que dividía la cocina del resto de la casa e hice esta práctica barra…
J—Muy práctica a decir verdad, me encanta!
Julia y Alejandro hablaron toda la noche mientras la casa se calentó debido a la estufa. También tomaron más café, y terminaron durmiendo una breve siesta en el sillón que estaba junto al ventanal, hasta que la luz del sol matutino los despertó. Debatieron entonces qué harían con el resto del Sábado.
.
Conceptos relativos
Cuentos de Jora,
Fragmentos Caprichosos
Arroz con jengibre
En una cacerolita antiadherente, o sartén de las viejas…
Ponemos aceite para freír un poco de cebolla, cuando está a punto de dorarse le agregamos un poquito de manteca hasta que se disuelva.
Luego le agregamos el JENGIBRE, calculando una media cucharadita por medio plato de arroz aproximadamente.
Le ponemos también un poquito de perejil y sal y revolvemos hasta integrar.
Luego, un poco de oporto! Revolvemos un poco más.
Al cabo de unos segundo agregamos el arroz (previamente cocido) y mezclamos con cuchara de madera o malabares, según prefiramos.
Y listo el arroz. Servimos y lo acompañamos de un vino.
¡Buen provecho!
Las mezclas no tienen por qué ser precisas, experimentemos con la comida, descubramos las medidas únicas para nosotros, los menos fríos números posibles en nuestra cocina…
.
2012-03-23
Trasliteraciones
Libros y señales
Mientras Lucia revisaba en el armario de la cocina de Benjamín buscando un recipiente en donde poner comida chatarra, Juan hurgaba en la biblioteca, sabiendo que era siempre la misma pero como siempre, esperando encontrarse con algo nuevo. Benjamín observaba a Juan, como él obedecía a un instinto propio de ciertas personas, de revisar las bibliotecas que tienen cerca. En determinado momento su rostro, al ver a Juan, se puso atento, y juan sonrió asintiendo sutilmente con la cabeza.
J—Al final te lo compraste, che!
B—No te dije nada por que sabía que revisarías la biblioteca y lo encontrarías por vos mismo.
J—Te habrá salido bastante…
B—Y sé que no es un libro que me vaya a ser útil, pero tenía que estar en mi biblioteca. Uno compra tantas pelotudeces, que simplemente no puedo andar escatimando en libros que me atraen.
J—¿Y te compraste el otro que viste ahí mismo?
B—¿El de dialéctica? Sí…
L—¡Eh, rata! Te comprás todos los libros que me gustan a mi.
B—No es mi culpa, si vos los mirás y los dejás abandonados a las manos de vaya uno a saber quien. Yo los rescato y los trato con cariño.
J—Algo que vos no haces con tus libros!
L—Yo sé como tratar a mis libros, púdranse los dos.
B—Lo más interesante es todo lo que aconteció el día en qué compré los libros…
J—Empezá a contar mientras voy por una cerveza.
L—¡Trae gaseosa para mi!
B—Como decía… Esa mañana, o el día anterior, como me quedé despierto hasta tarde decidí que era buena idea directamente no dormir.
L—¡Ah, bien eh! ¿Qué estuviste haciendo toda la noche, rata?
B—… Estuve viendo unos videos de Jean-Luc Ponty, y luego unos capítulos de una serie bastante pelotuda, pero no sé por qué me la miré toda la noche hasta que, a punto de terminar, me aburrió y no la vi más.
L—Linda vida la tuya…
B—A la mañana intenté solucionar unas complicaciones con mi computadora, como siempre… ¡Cada día estoy mas convencido de que la tecnología complota en contra nuestra!
J—Y, hay que pensar quienes son los que la fabrican…
B—Bueno, desayuné café y té y pan con manteca.
L—Que raro vos…
B—Me dieron ganas, además le puse poca y el pan era de esa panadería que a mi me gusta!
L—¡Que está llena de mujeres!
J—Un lugar al que podemos ir mañana a tomar la merienda…
B—Definitivamente.
L—¡No!
B—Como decía… Seguí con ese asunto tecnológico, a eso de las dos y pico almorcé un par de sanguches de huevo revuelto frito. Pero claro, con un poco de oregano!
L—¿Te parece comida eso?
J—¿Cómo llegaste a comprarte los libros, fue un impulso o lo tenías planeado?
B—Planeado para esta semana al menos… Me vestí, fui a pagar el gas y de ahí a Corrientes y Callao. Recuerdo que en colectivo había una mina bohemia que leía la Naranja Mecanica, eso me pareció un buen presagio…
L—¿Vos la leíste?
B—No, y no creo que me guste, pero me pareció buen presagio.
J—¡Ya lo creo!
L—Vos no creas nada mejor…
B—Caminé por Corrientes hasta que me encontré con la librería en cuestión. Entré y fui directo a la estantería del fondo en donde estaba el libro que quería, y al pasar mis ojos se proyectaron hacia el otro lado del local en donde vi el libro que tiene Juan entre sus manos. Fui a la estantería, en la cual un hombre investigaba, y casi de forma insolente de mi parte agarré el libro que quería que sabía en donde estaba, no vaya a ser que a ese hombre se le ocurriera adelantárseme. Con el libro en la mano fui a buscar el otro libro, siendo insolente nuevamente pero ahora con una muchacha…
J—¡Jajajaja! Entiendo el sentimiento, uno ve a esas personas como buitres…
B—Si. Entonces los llevé a la caja y la chica que atendía, de unos hermosos ojos castaños… Me lo embolsó y me hizo un cinco porciento de descuento.
J—Parece que le caíste bien…
B—Puede ser… Me gusta pensar que le llamó la atención el que yo haya entrado ahí, tomado esos dos libros sabiendo en donde estaban, y comprarlos sin rodeos… Una venta fácil después de todo…
L—A ella le gustó que no le hagas preguntas sobre los libros y cobrarte rápido.
B—Probable…
J—Pero no descartes tus encantos…
B—¡Jajaja! No, claro que no…
L—¿Eso es todo?
B—No, falta el libro de Sabato. Me fui a la librería esa en la que tengo una tarjeta de descuento, al entrar puse los libros en un casillero y empecé a dar vueltas. Estoy seguro que hemos estado en esa libraría…
L—¡Hemos estado en todas las librerías de Corrientes!
J—Eso es muy seguro…
B—Bueno, el libro no estaba, y tampoco encontré nada de Adler…
J—¿De que hablaba él?
B—Psicología individualista… Así que me fui, y cuando retiré los libros me encontré en la puerta del armario una moneda de un peso, es decir una de más.
L—Simplemente tenes buena suerta rata!
J—Fue un buen día.
B—Luego, caminé, y en la esquina vi a una morocha con unos pantalones de jogin violeta ajustado, y a mi me gusta el violeta, y los pantalones ajustados, y las morochas…
L—¡Bueno! Siempre pensando en lo mismo vos. ¿Era necesario mencionar a la mujer esa?
B—¡Claro que sí! Algo que nunca les he dicho, es que a veces cuando estoy sin rumbo por el centro me pongo a seguir culos.
L—¡Que horror!
B—Es como una revelación divina, el destino se me manifiesta a través de los culos.
J—Mirá vos, eh!
B—¡Si!
J—¿Y a donde te llevó ese culo?
L—¡Estoy acá!
B—Crucé. La morocha se paró en un puesto de diarios y yo seguí caminando. Al poco tiempo paso por una librería estrecha y profunda con una selección de libros que parecía de humanidades. Algo me dijo que entrara.
J—¡Esas librerías son las mejores!
B—Definitivamente, y apenas entré vi un tomo del Túnel… Pregunté por el libro que quería y también lo tenían, así que lo compré.
J—¡El culo te llevó a buen puerto entonces!
L—Basta, che…
B—Salí contento abrazando los libros como tesoros. A las pocas cuadras me encuentro junto a la vidriera de un hotel bien caro un par de músicos callejeros. Pero, tenían uno un violín y el otro un violonchelo, ambos eléctricos y de forma exotica. Tocaban muy lindo en verdad. Delante había una mesita en donde se exibían dos pequeñas ediciones de discos. Al cabo de un rato, mientras el violonchelista se las veía con una empleada del hotel que los quería echar, el violinista se me acercó. En un principio había pensado dejarles diez pesos, pero habiendo discos preferí llevarme uno. De vuelta, uno gasta la plata en tantas boludeces que de repente gastarlo en cultura parece lo más razonable. Entonces le pregunto al sujeto…
B—¿Qué diferencia hay entre los dos discos?
V—Los dos cuestan treinta pesos.
B—Sí, pero yo quiero saber la diferencia musicalmente…
V—Bueno, el de la izquierda tiene más canciones, el de la derecha es más elaborado… —Yo pensé un poco.
V—Mirá, a la gente suele gustarle el de la izquierda…
B—Y a mi me gusta Jean-Luc Ponty.
V—¡El de la derecha entonces!
Pagué, dije gracias, ellos siguieron discutiendo con la empleada, luego tocaron más música, y yo me fui a tomar el colectivo.
J—¡Que aventura!
B—Y podría agregar… En la parada del colectivo se me fue uno que por cinco metros no me abrió la puerta. Desee en vos alta que al colectivero le salieran hemorroides… Pero luego caminando en la parada di unos golpecitos al libro y me dije que no tenía que abusar de la suerte. Entonces me di cuenta que siguiente en la fila se encontraba una muchacha bonita y escotada, y me pareció otra señal.
L—¡Nada de señal! Sos un baboso…
B—No entendés nada por que sos una moralista…
L—No lo soy!
B—Da lo mismo. En el colectivo viajó esta muchacha a la cual cedí el paso al subir. Arriba también había un sujeto que me pareció en un momento que estaba cantando canciones en hebréo. Luego cambió la gente que me rodeaba en el colectivo, y yo seguía quieto ahí, abrazando los libros. Fui flanqueado por un par de flacas, una rubia y una castaña. La castaña masticaba chicle y tenía aliento a cigarrillo, y la recuerdo por que a menudo mencionaba a un tal “Benjamin” al que ella llamaba, y llamaba, y no le atendía el teléfono. Tenía que ser otra señal, aunque no sabía sobre qué. Bueno, al fin llegué a casa y me hice un té, y no hay más nada que contar…
L—Quizás una señal de que tenes que atenderme cuando te llamo!
B—…
J—… ¿Y donde anda ese disco que compraste?
B—Te advierto que es muy alegre para nuestro gusto.
L—¡Cualquier cosa es alegre en comparación a lo que escuchan!
J—No importa, de vez en cuando hay que escuchar algo alegre, y si es con violines mejor.
B—¡Jajajaja! … (Y no dejo de acordarme de “el de la derecha”, y reírme por ello)
..
Mientras Lucia revisaba en el armario de la cocina de Benjamín buscando un recipiente en donde poner comida chatarra, Juan hurgaba en la biblioteca, sabiendo que era siempre la misma pero como siempre, esperando encontrarse con algo nuevo. Benjamín observaba a Juan, como él obedecía a un instinto propio de ciertas personas, de revisar las bibliotecas que tienen cerca. En determinado momento su rostro, al ver a Juan, se puso atento, y juan sonrió asintiendo sutilmente con la cabeza.
J—Al final te lo compraste, che!
B—No te dije nada por que sabía que revisarías la biblioteca y lo encontrarías por vos mismo.
J—Te habrá salido bastante…
B—Y sé que no es un libro que me vaya a ser útil, pero tenía que estar en mi biblioteca. Uno compra tantas pelotudeces, que simplemente no puedo andar escatimando en libros que me atraen.
J—¿Y te compraste el otro que viste ahí mismo?
B—¿El de dialéctica? Sí…
L—¡Eh, rata! Te comprás todos los libros que me gustan a mi.
B—No es mi culpa, si vos los mirás y los dejás abandonados a las manos de vaya uno a saber quien. Yo los rescato y los trato con cariño.
J—Algo que vos no haces con tus libros!
L—Yo sé como tratar a mis libros, púdranse los dos.
B—Lo más interesante es todo lo que aconteció el día en qué compré los libros…
J—Empezá a contar mientras voy por una cerveza.
L—¡Trae gaseosa para mi!
B—Como decía… Esa mañana, o el día anterior, como me quedé despierto hasta tarde decidí que era buena idea directamente no dormir.
L—¡Ah, bien eh! ¿Qué estuviste haciendo toda la noche, rata?
B—… Estuve viendo unos videos de Jean-Luc Ponty, y luego unos capítulos de una serie bastante pelotuda, pero no sé por qué me la miré toda la noche hasta que, a punto de terminar, me aburrió y no la vi más.
L—Linda vida la tuya…
B—A la mañana intenté solucionar unas complicaciones con mi computadora, como siempre… ¡Cada día estoy mas convencido de que la tecnología complota en contra nuestra!
J—Y, hay que pensar quienes son los que la fabrican…
B—Bueno, desayuné café y té y pan con manteca.
L—Que raro vos…
B—Me dieron ganas, además le puse poca y el pan era de esa panadería que a mi me gusta!
L—¡Que está llena de mujeres!
J—Un lugar al que podemos ir mañana a tomar la merienda…
B—Definitivamente.
L—¡No!
B—Como decía… Seguí con ese asunto tecnológico, a eso de las dos y pico almorcé un par de sanguches de huevo revuelto frito. Pero claro, con un poco de oregano!
L—¿Te parece comida eso?
J—¿Cómo llegaste a comprarte los libros, fue un impulso o lo tenías planeado?
B—Planeado para esta semana al menos… Me vestí, fui a pagar el gas y de ahí a Corrientes y Callao. Recuerdo que en colectivo había una mina bohemia que leía la Naranja Mecanica, eso me pareció un buen presagio…
L—¿Vos la leíste?
B—No, y no creo que me guste, pero me pareció buen presagio.
J—¡Ya lo creo!
L—Vos no creas nada mejor…
B—Caminé por Corrientes hasta que me encontré con la librería en cuestión. Entré y fui directo a la estantería del fondo en donde estaba el libro que quería, y al pasar mis ojos se proyectaron hacia el otro lado del local en donde vi el libro que tiene Juan entre sus manos. Fui a la estantería, en la cual un hombre investigaba, y casi de forma insolente de mi parte agarré el libro que quería que sabía en donde estaba, no vaya a ser que a ese hombre se le ocurriera adelantárseme. Con el libro en la mano fui a buscar el otro libro, siendo insolente nuevamente pero ahora con una muchacha…
J—¡Jajajaja! Entiendo el sentimiento, uno ve a esas personas como buitres…
B—Si. Entonces los llevé a la caja y la chica que atendía, de unos hermosos ojos castaños… Me lo embolsó y me hizo un cinco porciento de descuento.
J—Parece que le caíste bien…
B—Puede ser… Me gusta pensar que le llamó la atención el que yo haya entrado ahí, tomado esos dos libros sabiendo en donde estaban, y comprarlos sin rodeos… Una venta fácil después de todo…
L—A ella le gustó que no le hagas preguntas sobre los libros y cobrarte rápido.
B—Probable…
J—Pero no descartes tus encantos…
B—¡Jajaja! No, claro que no…
L—¿Eso es todo?
B—No, falta el libro de Sabato. Me fui a la librería esa en la que tengo una tarjeta de descuento, al entrar puse los libros en un casillero y empecé a dar vueltas. Estoy seguro que hemos estado en esa libraría…
L—¡Hemos estado en todas las librerías de Corrientes!
J—Eso es muy seguro…
B—Bueno, el libro no estaba, y tampoco encontré nada de Adler…
J—¿De que hablaba él?
B—Psicología individualista… Así que me fui, y cuando retiré los libros me encontré en la puerta del armario una moneda de un peso, es decir una de más.
L—Simplemente tenes buena suerta rata!
J—Fue un buen día.
B—Luego, caminé, y en la esquina vi a una morocha con unos pantalones de jogin violeta ajustado, y a mi me gusta el violeta, y los pantalones ajustados, y las morochas…
L—¡Bueno! Siempre pensando en lo mismo vos. ¿Era necesario mencionar a la mujer esa?
B—¡Claro que sí! Algo que nunca les he dicho, es que a veces cuando estoy sin rumbo por el centro me pongo a seguir culos.
L—¡Que horror!
B—Es como una revelación divina, el destino se me manifiesta a través de los culos.
J—Mirá vos, eh!
B—¡Si!
J—¿Y a donde te llevó ese culo?
L—¡Estoy acá!
B—Crucé. La morocha se paró en un puesto de diarios y yo seguí caminando. Al poco tiempo paso por una librería estrecha y profunda con una selección de libros que parecía de humanidades. Algo me dijo que entrara.
J—¡Esas librerías son las mejores!
B—Definitivamente, y apenas entré vi un tomo del Túnel… Pregunté por el libro que quería y también lo tenían, así que lo compré.
J—¡El culo te llevó a buen puerto entonces!
L—Basta, che…
B—Salí contento abrazando los libros como tesoros. A las pocas cuadras me encuentro junto a la vidriera de un hotel bien caro un par de músicos callejeros. Pero, tenían uno un violín y el otro un violonchelo, ambos eléctricos y de forma exotica. Tocaban muy lindo en verdad. Delante había una mesita en donde se exibían dos pequeñas ediciones de discos. Al cabo de un rato, mientras el violonchelista se las veía con una empleada del hotel que los quería echar, el violinista se me acercó. En un principio había pensado dejarles diez pesos, pero habiendo discos preferí llevarme uno. De vuelta, uno gasta la plata en tantas boludeces que de repente gastarlo en cultura parece lo más razonable. Entonces le pregunto al sujeto…
B—¿Qué diferencia hay entre los dos discos?
V—Los dos cuestan treinta pesos.
B—Sí, pero yo quiero saber la diferencia musicalmente…
V—Bueno, el de la izquierda tiene más canciones, el de la derecha es más elaborado… —Yo pensé un poco.
V—Mirá, a la gente suele gustarle el de la izquierda…
B—Y a mi me gusta Jean-Luc Ponty.
V—¡El de la derecha entonces!
Pagué, dije gracias, ellos siguieron discutiendo con la empleada, luego tocaron más música, y yo me fui a tomar el colectivo.
J—¡Que aventura!
B—Y podría agregar… En la parada del colectivo se me fue uno que por cinco metros no me abrió la puerta. Desee en vos alta que al colectivero le salieran hemorroides… Pero luego caminando en la parada di unos golpecitos al libro y me dije que no tenía que abusar de la suerte. Entonces me di cuenta que siguiente en la fila se encontraba una muchacha bonita y escotada, y me pareció otra señal.
L—¡Nada de señal! Sos un baboso…
B—No entendés nada por que sos una moralista…
L—No lo soy!
B—Da lo mismo. En el colectivo viajó esta muchacha a la cual cedí el paso al subir. Arriba también había un sujeto que me pareció en un momento que estaba cantando canciones en hebréo. Luego cambió la gente que me rodeaba en el colectivo, y yo seguía quieto ahí, abrazando los libros. Fui flanqueado por un par de flacas, una rubia y una castaña. La castaña masticaba chicle y tenía aliento a cigarrillo, y la recuerdo por que a menudo mencionaba a un tal “Benjamin” al que ella llamaba, y llamaba, y no le atendía el teléfono. Tenía que ser otra señal, aunque no sabía sobre qué. Bueno, al fin llegué a casa y me hice un té, y no hay más nada que contar…
L—Quizás una señal de que tenes que atenderme cuando te llamo!
B—…
J—… ¿Y donde anda ese disco que compraste?
B—Te advierto que es muy alegre para nuestro gusto.
L—¡Cualquier cosa es alegre en comparación a lo que escuchan!
J—No importa, de vez en cuando hay que escuchar algo alegre, y si es con violines mejor.
B—¡Jajajaja! … (Y no dejo de acordarme de “el de la derecha”, y reírme por ello)
..
Conceptos relativos
amigos,
Cuentos de Jora,
trasliteraciones
2012-03-13
Fragmento Caprichoso 7
Un instante en un vagón de tren
Carlos está parado en un vagón del tren que lo lleva a su trabajo, su silueta es casi tan gris como la silueta de todos los pasajeros. Carlos tiene el pelo corto, pero no por que quiera parecer prolijo, solamente le da lo mismo que el tenerlo largo. Su estatura es promedio, se afeita más por costumbre que por otra cosa, siempre sale de la casa con un teléfono celular, al que no le presta mucha atención ya que pocos tienen su número. Y está ahí, en ese vagón del tren, alguna vez estuvo frente al espejo mirando sus ojeras matutinas, sirviendo una taza de agua caliente para hacerse un té, alguna vez se paseó por la casa en camisa y calzonsillos… Pero ahora está ahí, en el vagón, parado, sujeto a una barra para no caerse ya que le da fiaca flexionar sus rodillas para absorber las aceleraciones de la formación, como un compañero le recomendó en el trabajo. Repito, él esta ahí, y lo repito por que la idea del instante en un punto especifico es importante.
Carlos miraba con la vista ciega por la ventana, no sabía si prestaba atención a las manchas del vidrio o a las borrosas imágenes que pasaban. Cada tanto tenía esa sensación que ahora tenía nuevamente. Su mirada se enfocaba a los objetos que se perdían constantemente de vista por la ventana, en forma de deformes distorsiones visuales. A veces intentaba mantener su enfoque hacia afuera de la ventana, pero prestar atención con su campo visual al entorno de la misma, y la ventana, es decir a una parte del vagón en el que se encontraba. En ese momento se generó su escape, por un lado percibió el movimiento por la ventana, pero por otro una quietud que apenas se mecía en el propio vagón. Él sabía que lo que veía por la ventana no se movía, que era el propio vagón el que se movía, pero visualmente parecía lo contrario. Por esto es que Carlos logró percibir dos realidades, dos espacio-tiempo, las dos juntas y separadas.
C—Parece ser— Pensó Carlos —Que el vagón está quieto, y el mundo se mueve fuera. Hay dos realidades, la realidad del vagón y la realidad de afuera del vagón. Lo inquietante es que yo puedo percibir tanto el vagón en donde estoy como el afuera que se mueve. Para el caso, no importa que sea a la inversa, es cuestión de percepción… Lo sicodélico es que yo estoy en una realidad, que está a su vez en otra realidad. Quizás sea un fenómeno de relatividad de física cuántica. Cuando el tren se va deteniendo en una estación las dos realidades se sincronizan y uno puede pasar de una a la otra. Luego, se separan de vuelta, pero, siempre siguen conectadas…
Esto es tan difícil de explicar, por qué Carlos cuando se desconecta y percibe el mundo de esa manera realmente él se pierde en una realidad a parte a la que lo rodea.
C—Y yo también, soy un vagón. Las personas que están acá conmigo dan por sentado que están en un tren… ¡Ese es el punto, eso es a lo que quiero llegar! Esto no es un tren, esto no es un vagón. No importa lo que es, lo que importa es que percibo una distorsión, una separación. En algún momento hubo una continuidad entre yo y el universo, pero ahora no está. Mi universo termina en las paredes de metal, en la carcaza de esta lata gigante en la que estoy. Y por la ventana puedo ver el resto del universo que está ahora desconectado. Yo sé, es una cuestión de movimiento, pero, se siente diferente. Yo me siento acá adentro, y siento que hay un afuera. Entonces, no estoy en un tren, estoy dentro de una realidad separada de otra realidad. Y es claro que cada persona acá presente tiene su propia realidad, pero me pregunto si en alguna ocasión se han percatado de esta misma experiencia que siento yo ahora…
La silla fijada al suelo con una manija para sujetarse, un respaldo y asiento acolchonados pero apelmazados por el constante uso. Una señora robusta sentada sobre el asiento, no importa como estaba vestida, solo importa decir que a ella no le importaba tampoco… ¿Estaba hablando de una silla de vagón de tren?
C—¿Eso es una silla de vagón de tren? — Obviamente eso era una silla de tren… Carlos lo sabía, pero miraba la silla ciegamente, como se mira a un vidrio de una ventana cuando en realidad se está mirando el paisaje. Él si bien sabía que era una silla y eso era innegable, no veía una silla, veía algo, un objeto o ni siquiera eso, veía materia, algo que podría explicar científicamente como una gran aglomeración de átomos… En un momento imaginó haber cortado la silla con la mente, y ver como se veía por dentro, y luego tratar de imaginar como se vería la silla si fuese vista toda de la misma manera en que se veía en donde estaba cortada… Algo difícil en vedad, Carlos no pudo hacerlo, pero seguía esa sensación de que eso que veía era una silla solo por qué él sabía que lo era. Se sintió tentado de preguntarle a otros pasajeros qué era lo que veían cuando miraban eso que se suponía era una silla. Luego, a la vez que esa idea le causaba cierta incomodidad, se dio cuenta de que esas personas que lo acompañaban en la realidad planteada como vagón de tren, ellas eran personas por que él sabía que eran personas… —¿Estoy loco?
Cada persona era un objeto, como las sillas fijadas al suelo, como el vagón en donde todos estaban, como las cosas borrosas que pasaban por la ventana, como la ropa que Carlos llevaba puesta, como el mismo Carlos…
C—Sí, todas las personas que están acá conmigo son molecularmente más o menos lo mismo que yo, y que todo lo que nos rodea, y probablemente, muy probablemente, no piensen esto que estoy pensando yo ahora. Apuesto a que ninguna de estas personas, ni el hombre a mi derecha, con portafolio y corbata, ni la mujer a mi derecha, con una remera tan corta que se ve más que su ombligo, y mucho menos la señora sentada a la cual no le importa como está vestida. A ninguna de estas personas se les ha ocurrido, probablemente, y no están pensando ahora, que somos solo átomos particularmente ordenados, rodeados de más átomos, y más átomos, y todos los átomos moviéndose de alguna manera en relación a otros átomos. Todas estas personas tienen convicción de que son personas, y que están en un vagón de tren. Yo no. Yo veo átomos… ¡Pero cada uno tiene una perspectiva diferente! ¿En donde estarán esas perspectivas? ¿Cómo se dará la conexión en entre cada perspectiva y la aglomeración de átomos definible como “persona”? — Carlos pensó un poco. —Pero, no hay vacío entre mi y las personas, entre mi y la ventana y las sillas. Estamos rodeados de aire, y también son átomos. Entonces, no somos objetos, somos partes de una incalculablemente grande aglomeración de átomos, que se modifica a si misma constantemente. Entonces, la variedad… La variedad la define el movimiento y las inercias…
Carlos tuvo una revelación sublime, una idea que amó y que le produjo un terror sombrío a la vez. Su vida no importaba, y no importaba por que no existía. Nada existía tal cual se lo imaginaba, y la forma que tenía todo era una fantasía parcialmente compartida por las personas que interactuaban. Lo que él sabía que era la realidad era solo un acuerdo social. No habían personas y vagones de tren, ni paisaje detrás de una ventana. Solo fenómenos, y él mismo era un fenómeno… ¿Qué era él?
C—¿Qué soy yo? … Si todo está compuesto de fenómenos. ¡Pero todo está compuesto de fenómenos en cuanto yo los percibo! Entonces… Lo fenoménico es mi capacidad de percepción… — Carlos recordó un ensayo sobre una hipótesis loca sobre la cuarta dimensión, algo que un sujeto con mucho tiempo libre pensó y publicó en algún lado. Decía que la cuarta dimensión era la percepción, ya que todo se alteraba por esta, incluyendo el tiempo… —Ese hombre no llegó a la esencia del problema, en verdad solo existe una dimensión, la atención, el enfoque de la consciencia. Todo lo demás es una farsa. Y puede ser que las personas seamos lo suficientemente parecidas como para crearnos una farsa similar… ¿Pero será tan parecida la farsa en la consciencia de cada uno con todas las demás?
El tren comenzó a bajar nuevamente la velocidad, estaba llegando a la terminal de tren y eso se notaba ya que todos los pasajeros se amontonaban junto a la puerta y fuera, en el anden, más gente se amontonaba. En breve, al abrirse las puertas, dos grupos de gente, la de adentro y la de afuera, habrían de empujarse para salir y entrar respectivamente. Sin pensar, sin preguntar, sin comparar su comportamiento con el ideal de civilización que en otro momento se jactarían de representar…
C—¿Y como sé yo que los demás tienen esas dimensiones? Solo hablando, puedo especular que si dicen ciertas cosas, y tienen ciertas opiniones, es por qué seguramente tienen una consciencia y un enfoque…
Como la homeostasis celular, un vagón de tren realiza un intercambio natural de pasajeros nuevos por pasajeros que ya no sirven. Un vagón en una célula de un organismo mayor denominado “formación de tren”. Pues bien, ya estaban dentro los pasajeros que se irían a sus casas y estaban fuera y caminando rápido los que iban al trabajo. Y Carlos parecía demorado, de pronto advirtió que delante de él no había ya una señora robusta a la que no le importaba su ropa sino un joven con rastras y un bolso tejido al costado, y estaba comiendo un pancho con una mezcla de aderezos. Se dio cuenta de que era conveniente salir del tren antes de que inicie el recorrido a la inversa. Y salió, y siguió los movimientos acostumbrados rutinariamente, casi como una programación.
C—Y ahora estoy repitiendo lo de todos los días… Pero como pensaba. ¿Qué me asegura que casa persona tenga un enfoque? Solo yo lo doy por sentado, y supongo que son parecidas a mi. ¡Pero no tengo razón para aseverarlo! No sé… No sé nada de nada. No sé como es el universo en verdad, solo sé lo que quiero saber, y construyo lo que quiero construir con lo que percibo, y lo que percibo es… ¡No es la verdad!
C—¿¡Cual es la verdad!? — Esto último Carlos lo dijo en vos alta deteniéndose. La gente lo miró, era extraño, él se dio cuenta de que lo miraban. —Ustedes, o no tienen idea de lo extraño que es el universo, o simplemente no existen y los estoy inventando ahora mismo, jajajaja! — La gente pensaba lo que usted, lector, debe suponer que ellos pensaban, que Carlos estaba loco… Pero las opiniones ajenas para Carlos ya no importaban, por que talvez, solo talvez, las opiniones no existían.
Carlos avanzó por el anden, riendo leve y orgullosamente, atravesando a los objetos que él llamaba gente, y mirando todo como una aglomeración de átomos. El vagón de tren en el que estuvo se estaba yendo ya, dentro se separaba otra realidad…
..
Carlos está parado en un vagón del tren que lo lleva a su trabajo, su silueta es casi tan gris como la silueta de todos los pasajeros. Carlos tiene el pelo corto, pero no por que quiera parecer prolijo, solamente le da lo mismo que el tenerlo largo. Su estatura es promedio, se afeita más por costumbre que por otra cosa, siempre sale de la casa con un teléfono celular, al que no le presta mucha atención ya que pocos tienen su número. Y está ahí, en ese vagón del tren, alguna vez estuvo frente al espejo mirando sus ojeras matutinas, sirviendo una taza de agua caliente para hacerse un té, alguna vez se paseó por la casa en camisa y calzonsillos… Pero ahora está ahí, en el vagón, parado, sujeto a una barra para no caerse ya que le da fiaca flexionar sus rodillas para absorber las aceleraciones de la formación, como un compañero le recomendó en el trabajo. Repito, él esta ahí, y lo repito por que la idea del instante en un punto especifico es importante.
Carlos miraba con la vista ciega por la ventana, no sabía si prestaba atención a las manchas del vidrio o a las borrosas imágenes que pasaban. Cada tanto tenía esa sensación que ahora tenía nuevamente. Su mirada se enfocaba a los objetos que se perdían constantemente de vista por la ventana, en forma de deformes distorsiones visuales. A veces intentaba mantener su enfoque hacia afuera de la ventana, pero prestar atención con su campo visual al entorno de la misma, y la ventana, es decir a una parte del vagón en el que se encontraba. En ese momento se generó su escape, por un lado percibió el movimiento por la ventana, pero por otro una quietud que apenas se mecía en el propio vagón. Él sabía que lo que veía por la ventana no se movía, que era el propio vagón el que se movía, pero visualmente parecía lo contrario. Por esto es que Carlos logró percibir dos realidades, dos espacio-tiempo, las dos juntas y separadas.
C—Parece ser— Pensó Carlos —Que el vagón está quieto, y el mundo se mueve fuera. Hay dos realidades, la realidad del vagón y la realidad de afuera del vagón. Lo inquietante es que yo puedo percibir tanto el vagón en donde estoy como el afuera que se mueve. Para el caso, no importa que sea a la inversa, es cuestión de percepción… Lo sicodélico es que yo estoy en una realidad, que está a su vez en otra realidad. Quizás sea un fenómeno de relatividad de física cuántica. Cuando el tren se va deteniendo en una estación las dos realidades se sincronizan y uno puede pasar de una a la otra. Luego, se separan de vuelta, pero, siempre siguen conectadas…
Esto es tan difícil de explicar, por qué Carlos cuando se desconecta y percibe el mundo de esa manera realmente él se pierde en una realidad a parte a la que lo rodea.
C—Y yo también, soy un vagón. Las personas que están acá conmigo dan por sentado que están en un tren… ¡Ese es el punto, eso es a lo que quiero llegar! Esto no es un tren, esto no es un vagón. No importa lo que es, lo que importa es que percibo una distorsión, una separación. En algún momento hubo una continuidad entre yo y el universo, pero ahora no está. Mi universo termina en las paredes de metal, en la carcaza de esta lata gigante en la que estoy. Y por la ventana puedo ver el resto del universo que está ahora desconectado. Yo sé, es una cuestión de movimiento, pero, se siente diferente. Yo me siento acá adentro, y siento que hay un afuera. Entonces, no estoy en un tren, estoy dentro de una realidad separada de otra realidad. Y es claro que cada persona acá presente tiene su propia realidad, pero me pregunto si en alguna ocasión se han percatado de esta misma experiencia que siento yo ahora…
La silla fijada al suelo con una manija para sujetarse, un respaldo y asiento acolchonados pero apelmazados por el constante uso. Una señora robusta sentada sobre el asiento, no importa como estaba vestida, solo importa decir que a ella no le importaba tampoco… ¿Estaba hablando de una silla de vagón de tren?
C—¿Eso es una silla de vagón de tren? — Obviamente eso era una silla de tren… Carlos lo sabía, pero miraba la silla ciegamente, como se mira a un vidrio de una ventana cuando en realidad se está mirando el paisaje. Él si bien sabía que era una silla y eso era innegable, no veía una silla, veía algo, un objeto o ni siquiera eso, veía materia, algo que podría explicar científicamente como una gran aglomeración de átomos… En un momento imaginó haber cortado la silla con la mente, y ver como se veía por dentro, y luego tratar de imaginar como se vería la silla si fuese vista toda de la misma manera en que se veía en donde estaba cortada… Algo difícil en vedad, Carlos no pudo hacerlo, pero seguía esa sensación de que eso que veía era una silla solo por qué él sabía que lo era. Se sintió tentado de preguntarle a otros pasajeros qué era lo que veían cuando miraban eso que se suponía era una silla. Luego, a la vez que esa idea le causaba cierta incomodidad, se dio cuenta de que esas personas que lo acompañaban en la realidad planteada como vagón de tren, ellas eran personas por que él sabía que eran personas… —¿Estoy loco?
Cada persona era un objeto, como las sillas fijadas al suelo, como el vagón en donde todos estaban, como las cosas borrosas que pasaban por la ventana, como la ropa que Carlos llevaba puesta, como el mismo Carlos…
C—Sí, todas las personas que están acá conmigo son molecularmente más o menos lo mismo que yo, y que todo lo que nos rodea, y probablemente, muy probablemente, no piensen esto que estoy pensando yo ahora. Apuesto a que ninguna de estas personas, ni el hombre a mi derecha, con portafolio y corbata, ni la mujer a mi derecha, con una remera tan corta que se ve más que su ombligo, y mucho menos la señora sentada a la cual no le importa como está vestida. A ninguna de estas personas se les ha ocurrido, probablemente, y no están pensando ahora, que somos solo átomos particularmente ordenados, rodeados de más átomos, y más átomos, y todos los átomos moviéndose de alguna manera en relación a otros átomos. Todas estas personas tienen convicción de que son personas, y que están en un vagón de tren. Yo no. Yo veo átomos… ¡Pero cada uno tiene una perspectiva diferente! ¿En donde estarán esas perspectivas? ¿Cómo se dará la conexión en entre cada perspectiva y la aglomeración de átomos definible como “persona”? — Carlos pensó un poco. —Pero, no hay vacío entre mi y las personas, entre mi y la ventana y las sillas. Estamos rodeados de aire, y también son átomos. Entonces, no somos objetos, somos partes de una incalculablemente grande aglomeración de átomos, que se modifica a si misma constantemente. Entonces, la variedad… La variedad la define el movimiento y las inercias…
Carlos tuvo una revelación sublime, una idea que amó y que le produjo un terror sombrío a la vez. Su vida no importaba, y no importaba por que no existía. Nada existía tal cual se lo imaginaba, y la forma que tenía todo era una fantasía parcialmente compartida por las personas que interactuaban. Lo que él sabía que era la realidad era solo un acuerdo social. No habían personas y vagones de tren, ni paisaje detrás de una ventana. Solo fenómenos, y él mismo era un fenómeno… ¿Qué era él?
C—¿Qué soy yo? … Si todo está compuesto de fenómenos. ¡Pero todo está compuesto de fenómenos en cuanto yo los percibo! Entonces… Lo fenoménico es mi capacidad de percepción… — Carlos recordó un ensayo sobre una hipótesis loca sobre la cuarta dimensión, algo que un sujeto con mucho tiempo libre pensó y publicó en algún lado. Decía que la cuarta dimensión era la percepción, ya que todo se alteraba por esta, incluyendo el tiempo… —Ese hombre no llegó a la esencia del problema, en verdad solo existe una dimensión, la atención, el enfoque de la consciencia. Todo lo demás es una farsa. Y puede ser que las personas seamos lo suficientemente parecidas como para crearnos una farsa similar… ¿Pero será tan parecida la farsa en la consciencia de cada uno con todas las demás?
El tren comenzó a bajar nuevamente la velocidad, estaba llegando a la terminal de tren y eso se notaba ya que todos los pasajeros se amontonaban junto a la puerta y fuera, en el anden, más gente se amontonaba. En breve, al abrirse las puertas, dos grupos de gente, la de adentro y la de afuera, habrían de empujarse para salir y entrar respectivamente. Sin pensar, sin preguntar, sin comparar su comportamiento con el ideal de civilización que en otro momento se jactarían de representar…
C—¿Y como sé yo que los demás tienen esas dimensiones? Solo hablando, puedo especular que si dicen ciertas cosas, y tienen ciertas opiniones, es por qué seguramente tienen una consciencia y un enfoque…
Como la homeostasis celular, un vagón de tren realiza un intercambio natural de pasajeros nuevos por pasajeros que ya no sirven. Un vagón en una célula de un organismo mayor denominado “formación de tren”. Pues bien, ya estaban dentro los pasajeros que se irían a sus casas y estaban fuera y caminando rápido los que iban al trabajo. Y Carlos parecía demorado, de pronto advirtió que delante de él no había ya una señora robusta a la que no le importaba su ropa sino un joven con rastras y un bolso tejido al costado, y estaba comiendo un pancho con una mezcla de aderezos. Se dio cuenta de que era conveniente salir del tren antes de que inicie el recorrido a la inversa. Y salió, y siguió los movimientos acostumbrados rutinariamente, casi como una programación.
C—Y ahora estoy repitiendo lo de todos los días… Pero como pensaba. ¿Qué me asegura que casa persona tenga un enfoque? Solo yo lo doy por sentado, y supongo que son parecidas a mi. ¡Pero no tengo razón para aseverarlo! No sé… No sé nada de nada. No sé como es el universo en verdad, solo sé lo que quiero saber, y construyo lo que quiero construir con lo que percibo, y lo que percibo es… ¡No es la verdad!
C—¿¡Cual es la verdad!? — Esto último Carlos lo dijo en vos alta deteniéndose. La gente lo miró, era extraño, él se dio cuenta de que lo miraban. —Ustedes, o no tienen idea de lo extraño que es el universo, o simplemente no existen y los estoy inventando ahora mismo, jajajaja! — La gente pensaba lo que usted, lector, debe suponer que ellos pensaban, que Carlos estaba loco… Pero las opiniones ajenas para Carlos ya no importaban, por que talvez, solo talvez, las opiniones no existían.
Carlos avanzó por el anden, riendo leve y orgullosamente, atravesando a los objetos que él llamaba gente, y mirando todo como una aglomeración de átomos. El vagón de tren en el que estuvo se estaba yendo ya, dentro se separaba otra realidad…
..
Conceptos relativos
Cuentos de Jora,
Fragmentos Caprichosos
2012-03-02
Fragmento Caprichoso 6
Fundiendo el Contraste
Crujió la puerta. La casa era oscura y vieja, llena de recovecos, hecha de madera desde abajo hacia arriba. El eco del crujido resonó por todas partes hasta la biblioteca, en donde Martín leía un libro de Nietzsche que ya había leído muchas veces, solo ayudado por una lámpara de campana verde. Su mirada se proyectó a un pasillo negro de tinieblas, sus ojos penetrantes y sombríos se sumergieron en la falta de luz, hurgando. Pasos, sonidos conocidos por Martín, y el piso de madera también crujía acompañándolos. Martín regresó a su lectura y una silueta delicada de aireado vestido entró. Una mujer fresca, vivas, delicada, de cabellos rubios oscuros y ojos brillantes. La piel clara y tersa femenina contrastaba con la penumbra de la habitación, y su vestido amarillo y naranja también lo hacía, estaba descalza. Martín vestía un pantalón de corderoy marrón y unos mocasines muy gastados, una camisa marrón arrugada y algo abierta. Sus cabellos negros casi se confundían con lo oscuro, y su rostro se completaba con un poco de barba en su mentón. Él sonrió, ella ya estaba sonriendo y traía una bandeja de madera con una tetera, unas tazas y un plato con galletas caseras.
F—¿Siempre inmerso en la oscuridad?
M—Me siento más yo mismo en la oscuridad, soy una criatura de la noche…
F—¡Qué misterioso, Martín! ¡Jajajajaja!
Fabiana tenía una seguridad en si misma que era inusitada, caminaba descalza por la oscuridad de esa lúgubre casa y su presencia enternecía los fantasmas. Martín, que estaba tan acostumbrado a la negrura, no dejaba de maravillarse por ese encanto etéreo que la mujer producía. Hacía ya dos años que Fabiana se había mudado a la casa de Martín, hacía ya veinte años que él vivía solo en ese lugar, sin casi desear salir al exterior, sin casi necesitarlo.
Fabiana se sentó en un sillón del otro lado de la mesita redonda que sostenía la lámpara que le permitía a Martín leer. Apoyó la bandeja en la mesita y sirvió dos tazas de té.
F—Comete una galleta, las hice para vos… — Martín dejó reposar su libro sobre una de sus piernas, las cuales estaban cruzadas, dejando el dedo pulgar de separador. Miró a Fabiana, casi desconectada de la atmosfera en la que él deliberadamente se había metido, tomaba sorbitos de té caliente y luego dejaba la taza de vuelta en la bandeja. Martín tomó una galleta y la mordió.
M—Están muy ricas mi cielo… — Luego bebió un poco de te, y tras mirarla y sonreírle con ternura, se entregó nuevamente a la lectura.
Fabiana se reclinó en el sillón y respiró profundo, pensó en algo, y sus pensamientos eran como corrientes marinas que se movían en círculos, y sus ojos se percataban de detalles en la biblioteca, libros desparejos de color contrastante, pequeños objetos, y cada tanto la mirada iba más allá de las paredes… Ella se sentía inquieta, un chispa que no encendía.
F—¿Te molesta si pongo algo de música?
M—No, Fabi, pone música. Solo, no pongas nada muy fuerte, si?
F—Está bien mi vida… ¿Y te molesta si abro las ventanas de la biblioteca? — “Soy una criatura de la noche”, pensó Martín, se sintió frustrado por que sabía que habría de contestar que no le molestaba… Y en verdad no le molestaba, pero él se había esmerado en crear un clima apropiado para esa lectura, y ese clima ya había desaparecido.
M—Andá y poné música, yo abro las ventanas…
F—¡Bueno! — Fabiana sonrió contenta, como una niña chiquita, y se levantó apresurada a la sala en donde había una radio vieja y un tocadisco. También había un equipo de música moderno… Ella buscó entre los discos viejos unos que le gustaban, eran unos temas para bailar de los años cincuenta.
El hombre en la oscuridad de la biblioteca puso el separador de hojas en el libro y lo dejó junto a las tazas de té. Se paró con las manos en los bolsillos y respiró lentamente, miró las ventanas con resignación. Se acercó y las abrió una por una, eran de esas ventanas fragmentadas, con puertas de madera del lado de afuera, las primeras abrían para adentro y las segundas al contrario. Apenas se abrió una ventana la luz invadió la habitación. Millones de patitas flotaban en el aire, es decir, esas cositas que se pueden ver flotando cuando se observa por la madrugada un rayo de luz. La biblioteca era otra biblioteca. La música empezó a sonar en la sala, movida pero retro, no precisamente del estilo de Martín pero al menos no era esa clase de música moderna y bruta que él detestaba. La lámpara que antes le permitía leer ahora parecía tan impotente, débil e inútil, Martín la apagó más como un acto de misericordia hacia ella… Miró entonces la bandeja con el té y el libro, y se preguntó si podría seguir leyéndolo del mismo modo, así, tan lleno de luz. Las patitas lo rodeaban, parecía como sumergido en algo, y Fabiana entró sigilosa por detrás contemplándolo. Ella caminaba despacio y sin producir sonido, ya sabía cuales eran las maderas del piso que hacían ruido y cuales no, y evitaba las primeras con habilidad. Él estaba dubitativo, no sabía si regresar a su sillón o guardar el libro en la estantería y abandonarlo. Fabiana se puso un poco seria…
F—Luego seguís leyendo, hay tiempo de sobra… ¡Ahora bailemos! — Rápidamente tomó a Martín en sus brazos y lo hizo moverse acompañando la melodía. Él estaba confundido, como siempre lo estaba cuando ella tenía esos impulsos de vitalidad. Pero de todos modos, bailaron o mas bien se movieron alegremente siguiendo esa canción.
Y en la mesa el libro junto al té, que habría de ser leído luego, que habría de ser bebido luego. Y en otras partes de la casa aun habían rincones oscuros, pero ya no habían fantasmas…
..
Crujió la puerta. La casa era oscura y vieja, llena de recovecos, hecha de madera desde abajo hacia arriba. El eco del crujido resonó por todas partes hasta la biblioteca, en donde Martín leía un libro de Nietzsche que ya había leído muchas veces, solo ayudado por una lámpara de campana verde. Su mirada se proyectó a un pasillo negro de tinieblas, sus ojos penetrantes y sombríos se sumergieron en la falta de luz, hurgando. Pasos, sonidos conocidos por Martín, y el piso de madera también crujía acompañándolos. Martín regresó a su lectura y una silueta delicada de aireado vestido entró. Una mujer fresca, vivas, delicada, de cabellos rubios oscuros y ojos brillantes. La piel clara y tersa femenina contrastaba con la penumbra de la habitación, y su vestido amarillo y naranja también lo hacía, estaba descalza. Martín vestía un pantalón de corderoy marrón y unos mocasines muy gastados, una camisa marrón arrugada y algo abierta. Sus cabellos negros casi se confundían con lo oscuro, y su rostro se completaba con un poco de barba en su mentón. Él sonrió, ella ya estaba sonriendo y traía una bandeja de madera con una tetera, unas tazas y un plato con galletas caseras.
F—¿Siempre inmerso en la oscuridad?
M—Me siento más yo mismo en la oscuridad, soy una criatura de la noche…
F—¡Qué misterioso, Martín! ¡Jajajajaja!
Fabiana tenía una seguridad en si misma que era inusitada, caminaba descalza por la oscuridad de esa lúgubre casa y su presencia enternecía los fantasmas. Martín, que estaba tan acostumbrado a la negrura, no dejaba de maravillarse por ese encanto etéreo que la mujer producía. Hacía ya dos años que Fabiana se había mudado a la casa de Martín, hacía ya veinte años que él vivía solo en ese lugar, sin casi desear salir al exterior, sin casi necesitarlo.
Fabiana se sentó en un sillón del otro lado de la mesita redonda que sostenía la lámpara que le permitía a Martín leer. Apoyó la bandeja en la mesita y sirvió dos tazas de té.
F—Comete una galleta, las hice para vos… — Martín dejó reposar su libro sobre una de sus piernas, las cuales estaban cruzadas, dejando el dedo pulgar de separador. Miró a Fabiana, casi desconectada de la atmosfera en la que él deliberadamente se había metido, tomaba sorbitos de té caliente y luego dejaba la taza de vuelta en la bandeja. Martín tomó una galleta y la mordió.
M—Están muy ricas mi cielo… — Luego bebió un poco de te, y tras mirarla y sonreírle con ternura, se entregó nuevamente a la lectura.
Fabiana se reclinó en el sillón y respiró profundo, pensó en algo, y sus pensamientos eran como corrientes marinas que se movían en círculos, y sus ojos se percataban de detalles en la biblioteca, libros desparejos de color contrastante, pequeños objetos, y cada tanto la mirada iba más allá de las paredes… Ella se sentía inquieta, un chispa que no encendía.
F—¿Te molesta si pongo algo de música?
M—No, Fabi, pone música. Solo, no pongas nada muy fuerte, si?
F—Está bien mi vida… ¿Y te molesta si abro las ventanas de la biblioteca? — “Soy una criatura de la noche”, pensó Martín, se sintió frustrado por que sabía que habría de contestar que no le molestaba… Y en verdad no le molestaba, pero él se había esmerado en crear un clima apropiado para esa lectura, y ese clima ya había desaparecido.
M—Andá y poné música, yo abro las ventanas…
F—¡Bueno! — Fabiana sonrió contenta, como una niña chiquita, y se levantó apresurada a la sala en donde había una radio vieja y un tocadisco. También había un equipo de música moderno… Ella buscó entre los discos viejos unos que le gustaban, eran unos temas para bailar de los años cincuenta.
El hombre en la oscuridad de la biblioteca puso el separador de hojas en el libro y lo dejó junto a las tazas de té. Se paró con las manos en los bolsillos y respiró lentamente, miró las ventanas con resignación. Se acercó y las abrió una por una, eran de esas ventanas fragmentadas, con puertas de madera del lado de afuera, las primeras abrían para adentro y las segundas al contrario. Apenas se abrió una ventana la luz invadió la habitación. Millones de patitas flotaban en el aire, es decir, esas cositas que se pueden ver flotando cuando se observa por la madrugada un rayo de luz. La biblioteca era otra biblioteca. La música empezó a sonar en la sala, movida pero retro, no precisamente del estilo de Martín pero al menos no era esa clase de música moderna y bruta que él detestaba. La lámpara que antes le permitía leer ahora parecía tan impotente, débil e inútil, Martín la apagó más como un acto de misericordia hacia ella… Miró entonces la bandeja con el té y el libro, y se preguntó si podría seguir leyéndolo del mismo modo, así, tan lleno de luz. Las patitas lo rodeaban, parecía como sumergido en algo, y Fabiana entró sigilosa por detrás contemplándolo. Ella caminaba despacio y sin producir sonido, ya sabía cuales eran las maderas del piso que hacían ruido y cuales no, y evitaba las primeras con habilidad. Él estaba dubitativo, no sabía si regresar a su sillón o guardar el libro en la estantería y abandonarlo. Fabiana se puso un poco seria…
F—Luego seguís leyendo, hay tiempo de sobra… ¡Ahora bailemos! — Rápidamente tomó a Martín en sus brazos y lo hizo moverse acompañando la melodía. Él estaba confundido, como siempre lo estaba cuando ella tenía esos impulsos de vitalidad. Pero de todos modos, bailaron o mas bien se movieron alegremente siguiendo esa canción.
Y en la mesa el libro junto al té, que habría de ser leído luego, que habría de ser bebido luego. Y en otras partes de la casa aun habían rincones oscuros, pero ya no habían fantasmas…
..
Conceptos relativos
Cuentos de Jora,
Fragmentos Caprichosos
2012-02-22
Fragmento Caprichoso 4
Heroicos Beto y Nico
B—¡Lo reto a duelo, caballero Nico del reino de los dragones verdes!
N—¡Acepto el reto, caballero Beto del reino de los leones rojos!
Con estas palabras los dos nobles caballeros se batieron a duelo. Pelearon heroicamente toda una mañana, cabalgando sus corceles potentes, blandiendo sus espadas refulgentes. Sus armaduras impolutas brillaban con los reflejos del Sol. ¿Qué es lo que hace a un caballero luchar? ¿Qué es lo que lo hace ser un héroe? ¿Es el ideal, es la pasión, es el sacrificio? Yo creo que eso que lo hace ser un héroe es la noble imagen de que él es lo que los demás no se atreven a ser. Por qué es mucho más fácil tener héroes, que ser un héroe. Es más fácil buscar en los demás en lugar de transmutarse a uno mismo…
El caballero Beto y el caballero Nico lucharon toda la mañana, ya lo dije, o más bien sería correcto decir que se batieron a duelo. Y siempre estuvieron parejos, era uno rival del otro. Y aunque habían empezado sobre sus corceles, pronto desmontaron para que el ardor del combate no hiriese a sus animales. Y se enfrentaron con honor y con valentía. En sus rostros había confianza y seguridad, y una actitud no de muerte sino de goce. Era como un juego…
Realmente era un juego, Nico tenía ocho años y Beto tenía diez, y se batían a duelo con un par de palos en el patio de una casa, sobre baldosas cuadriculadas negras y blancas. Y antes que hubiese cesado su contienda apareció una mujer robusta vistiendo un vestido largo floreado y un delantal sucio.
M—¡Vayan dejando de jugar! Lavanse las manos que está la comida. — Asintieron los nobles caballeros, pero no quisieron interrumpir su duelo por algo tan trivial como “ir a almorzar”. —¡Vamos! ¡Dejen de jugar! ¡La comida se enfría, luego van a seguir jugando toda la tarde!
B—Habremos de dejar nuestro duelo por la mitad, caballero de los dragones verdes.
N—¡Así parece, caballero de los leones rojos!
B—Ha peleado con honor, lo invito a mi castillo, habrá un gran banquete.
N—¡Eso es estupendo! Otro día lo invitaré al mio entonces! — Ambos rieron y se marcharon a lavar sus manos.
La señora llevaba los platos a la mesa. Era una mesa cuadrada, triste ironía heráldica, y con un mantel cuadriculado de azul y blanco, y sobre el mantel otro de plástico lo cubría pero estaba algo deteriorado. En la mesa estaban los cubiertos repartidos, una bebida gaseosa, una botella de vino tinto y un sifón. Todos los platos se apilaban en un solo lugar. Del otro lado de la mesa un hombre robusto también, vestido con una musculosa blanca, dejaba un pedazo de pan mordido delante de él y se prestaba a servirse vino en su vaso. Un poco alejado, partícipe de la reunión, estaba un televisor en donde se apreciaba una nota hecha el día anterior en un corsódromo, a razón de la época de carnaval.
Beto y Nico llegaron a la mesa, se habían lavado las manos pero traían con ellos los palos con los que se habían batido a duelo en el patio. La señora, que de más está aclarar que era la madre de los niños, llegó con una fuente que puso en el centro de la mesa. Nico se paró para ver mejor la fuente, le gustaban los fideos con tuco.
M—¿Trajeron los palos a la mesa? Déjenlos afuera, ahora hay que comer y luego siguen jugando.
N—¡Pero no son palos! Son espadas. Y un caballero jamás deja su espada, ni cuando come.
M—No me hagan enojar, no se juega en la mesa, pregunten a su padre sino…
P—¡Niños, dejen los palos afuera, háganle caso a su madre!
Beto puso su mano sobre el hombro de Nico y le dijo —Esta bien, caballero Nico, lo ordena el rey. Al fin y al cabo, un caballero sigue siendo caballero aunque no tenga su espada… — Nico entonces sonrió y tomó ambos palos.
N—Tiene razón usted, caballero de los leones rojos, permítame guardar también su espada!
B—¡Oh, muchas gracias camarada! — La madre sonrió contenta de que la obedecieran y que el hermano mayor haya dado un buen ejemplo. El padre rió viendo la televisión, luego apuró un chorrito de soda en el vaso con vino tinto y dio un trago. Ninguno de los dos se percataron de las palabras de Beto al decir que “un caballero seguía siendo caballero sin su espada”, y lo qué era para esos niños “ser un caballero”. ¡Pero claro! Si para ese par de adultos no se trataba de dos caballeros con espadas, sino de dos niños con palos…
Conversaciones triviales, comentarios de un notero alzado en la tele, fideos con tuco, gaseosa para todos menos para el padre, el mantel de plástico que impide que se manche el cuadriculado de tela.
M—¿Quieren más fideos? — “Si”, contestaron los niños. El padre se cansó del corso y cambió el canal hasta encontrar un partido de futbol de algún lugar de España…
N—Ma! ¿Vos a que jugabas cuando eras chica?
M—Su tío Francisco tenía mucha diferencia de edad conmigo, no jugábamos mucho. Pero solía ir todas las semanas a la casa de mi tía, me divertía mucho con mi prima Marisa… — Por un momento se quedó quieta, sostuvo el plato de fideos en el aire, rápidamente se lo entregó a su hijo y tomó el segundo plato.
N—¿Y vos papá, a que jugabas cuando eras chico?
P—¿Qué cosa? — Al padre le molestó un poco que quiten su concentración en ese partido de futbol de dos equipos que nunca vería en vivo.
M—Nico pregunta a que jugabas cuando eras chico.
P—Al futbol, como todos los niños de mi edad.
B—¿Nunca jugabas a ser un caballero y tener una espada?
P—No sé, supongo que sí… ¡Hace mucho de eso! No recuerdo a que jugaba, ya no tengo edad para jugar, cuando uno crece se preocupa por cosas en serio…
N—¿Por qué los adultos no juegan a nada?
P—Por que no es importante, hay que trabajar, ser responsable, ganarse el pan… Sino no estaríamos comiendo estos fideos ahora mismo.
N—¡Pero un caballero es muy responsable!
P—Niñerias, los caballeros ya no existen, y cuando existieron no eran más que ricachones a caballo con un sequito de sirvientes que le sostenían las capas…
B—Pero no todos los caballeros eran así, supongo…
N—¡Nosotros somos caballeros pero no tenemos ni sirvientes ni capas! — El padre rio un poco, y miró de reojo el televisor.
M—¡Mas vale que no! No quiero verlos con toallas al cuello, sépanlo… — Los niños se miraron cómplices, ya se habían planteado disponer de un par de toallas, una roja y otra verde…
B—No má, no necesitamos capas de colores! — Nico rió sutilmente, la madre advirtió lo de las “capas de colores”…
Terminaron de comer, se lavaron los dientes, y fueron a buscar los palos… ¡Perdón! Fueron a buscar sus espadas, pero no usaron ni capa ni corcel, y fueron al campo de batalla a terminar su duelo… Nunca terminarían su duelo, ya que nunca nadie vencía, y siempre era interrumpido por algo trivial como el almuerzo o la cena, o la hora del estudio, o la hora de dormir…
La mujer contempló por la ventana de la cocina que daba al patio, mientras secaba la vajilla que había lavado, como jugaban sus hijos. Por un momento recordó cuando trepaba árboles con su prima y arrojaba langostas a su tía que era medio fóbica. Sonrió melancólicamente y se alegró de que sus hijos sean aun niños…
Los adultos, con ligereza, desvaloran el significado de los juegos. Dejan de jugar, y al tomarse tan objetivamente la vida, se transforman en ciudadanos funcionales… ¡Que insulto al niño que alguna vez fueron!
..
B—¡Lo reto a duelo, caballero Nico del reino de los dragones verdes!
N—¡Acepto el reto, caballero Beto del reino de los leones rojos!
Con estas palabras los dos nobles caballeros se batieron a duelo. Pelearon heroicamente toda una mañana, cabalgando sus corceles potentes, blandiendo sus espadas refulgentes. Sus armaduras impolutas brillaban con los reflejos del Sol. ¿Qué es lo que hace a un caballero luchar? ¿Qué es lo que lo hace ser un héroe? ¿Es el ideal, es la pasión, es el sacrificio? Yo creo que eso que lo hace ser un héroe es la noble imagen de que él es lo que los demás no se atreven a ser. Por qué es mucho más fácil tener héroes, que ser un héroe. Es más fácil buscar en los demás en lugar de transmutarse a uno mismo…
El caballero Beto y el caballero Nico lucharon toda la mañana, ya lo dije, o más bien sería correcto decir que se batieron a duelo. Y siempre estuvieron parejos, era uno rival del otro. Y aunque habían empezado sobre sus corceles, pronto desmontaron para que el ardor del combate no hiriese a sus animales. Y se enfrentaron con honor y con valentía. En sus rostros había confianza y seguridad, y una actitud no de muerte sino de goce. Era como un juego…
Realmente era un juego, Nico tenía ocho años y Beto tenía diez, y se batían a duelo con un par de palos en el patio de una casa, sobre baldosas cuadriculadas negras y blancas. Y antes que hubiese cesado su contienda apareció una mujer robusta vistiendo un vestido largo floreado y un delantal sucio.
M—¡Vayan dejando de jugar! Lavanse las manos que está la comida. — Asintieron los nobles caballeros, pero no quisieron interrumpir su duelo por algo tan trivial como “ir a almorzar”. —¡Vamos! ¡Dejen de jugar! ¡La comida se enfría, luego van a seguir jugando toda la tarde!
B—Habremos de dejar nuestro duelo por la mitad, caballero de los dragones verdes.
N—¡Así parece, caballero de los leones rojos!
B—Ha peleado con honor, lo invito a mi castillo, habrá un gran banquete.
N—¡Eso es estupendo! Otro día lo invitaré al mio entonces! — Ambos rieron y se marcharon a lavar sus manos.
La señora llevaba los platos a la mesa. Era una mesa cuadrada, triste ironía heráldica, y con un mantel cuadriculado de azul y blanco, y sobre el mantel otro de plástico lo cubría pero estaba algo deteriorado. En la mesa estaban los cubiertos repartidos, una bebida gaseosa, una botella de vino tinto y un sifón. Todos los platos se apilaban en un solo lugar. Del otro lado de la mesa un hombre robusto también, vestido con una musculosa blanca, dejaba un pedazo de pan mordido delante de él y se prestaba a servirse vino en su vaso. Un poco alejado, partícipe de la reunión, estaba un televisor en donde se apreciaba una nota hecha el día anterior en un corsódromo, a razón de la época de carnaval.
Beto y Nico llegaron a la mesa, se habían lavado las manos pero traían con ellos los palos con los que se habían batido a duelo en el patio. La señora, que de más está aclarar que era la madre de los niños, llegó con una fuente que puso en el centro de la mesa. Nico se paró para ver mejor la fuente, le gustaban los fideos con tuco.
M—¿Trajeron los palos a la mesa? Déjenlos afuera, ahora hay que comer y luego siguen jugando.
N—¡Pero no son palos! Son espadas. Y un caballero jamás deja su espada, ni cuando come.
M—No me hagan enojar, no se juega en la mesa, pregunten a su padre sino…
P—¡Niños, dejen los palos afuera, háganle caso a su madre!
Beto puso su mano sobre el hombro de Nico y le dijo —Esta bien, caballero Nico, lo ordena el rey. Al fin y al cabo, un caballero sigue siendo caballero aunque no tenga su espada… — Nico entonces sonrió y tomó ambos palos.
N—Tiene razón usted, caballero de los leones rojos, permítame guardar también su espada!
B—¡Oh, muchas gracias camarada! — La madre sonrió contenta de que la obedecieran y que el hermano mayor haya dado un buen ejemplo. El padre rió viendo la televisión, luego apuró un chorrito de soda en el vaso con vino tinto y dio un trago. Ninguno de los dos se percataron de las palabras de Beto al decir que “un caballero seguía siendo caballero sin su espada”, y lo qué era para esos niños “ser un caballero”. ¡Pero claro! Si para ese par de adultos no se trataba de dos caballeros con espadas, sino de dos niños con palos…
Conversaciones triviales, comentarios de un notero alzado en la tele, fideos con tuco, gaseosa para todos menos para el padre, el mantel de plástico que impide que se manche el cuadriculado de tela.
M—¿Quieren más fideos? — “Si”, contestaron los niños. El padre se cansó del corso y cambió el canal hasta encontrar un partido de futbol de algún lugar de España…
N—Ma! ¿Vos a que jugabas cuando eras chica?
M—Su tío Francisco tenía mucha diferencia de edad conmigo, no jugábamos mucho. Pero solía ir todas las semanas a la casa de mi tía, me divertía mucho con mi prima Marisa… — Por un momento se quedó quieta, sostuvo el plato de fideos en el aire, rápidamente se lo entregó a su hijo y tomó el segundo plato.
N—¿Y vos papá, a que jugabas cuando eras chico?
P—¿Qué cosa? — Al padre le molestó un poco que quiten su concentración en ese partido de futbol de dos equipos que nunca vería en vivo.
M—Nico pregunta a que jugabas cuando eras chico.
P—Al futbol, como todos los niños de mi edad.
B—¿Nunca jugabas a ser un caballero y tener una espada?
P—No sé, supongo que sí… ¡Hace mucho de eso! No recuerdo a que jugaba, ya no tengo edad para jugar, cuando uno crece se preocupa por cosas en serio…
N—¿Por qué los adultos no juegan a nada?
P—Por que no es importante, hay que trabajar, ser responsable, ganarse el pan… Sino no estaríamos comiendo estos fideos ahora mismo.
N—¡Pero un caballero es muy responsable!
P—Niñerias, los caballeros ya no existen, y cuando existieron no eran más que ricachones a caballo con un sequito de sirvientes que le sostenían las capas…
B—Pero no todos los caballeros eran así, supongo…
N—¡Nosotros somos caballeros pero no tenemos ni sirvientes ni capas! — El padre rio un poco, y miró de reojo el televisor.
M—¡Mas vale que no! No quiero verlos con toallas al cuello, sépanlo… — Los niños se miraron cómplices, ya se habían planteado disponer de un par de toallas, una roja y otra verde…
B—No má, no necesitamos capas de colores! — Nico rió sutilmente, la madre advirtió lo de las “capas de colores”…
Terminaron de comer, se lavaron los dientes, y fueron a buscar los palos… ¡Perdón! Fueron a buscar sus espadas, pero no usaron ni capa ni corcel, y fueron al campo de batalla a terminar su duelo… Nunca terminarían su duelo, ya que nunca nadie vencía, y siempre era interrumpido por algo trivial como el almuerzo o la cena, o la hora del estudio, o la hora de dormir…
La mujer contempló por la ventana de la cocina que daba al patio, mientras secaba la vajilla que había lavado, como jugaban sus hijos. Por un momento recordó cuando trepaba árboles con su prima y arrojaba langostas a su tía que era medio fóbica. Sonrió melancólicamente y se alegró de que sus hijos sean aun niños…
Los adultos, con ligereza, desvaloran el significado de los juegos. Dejan de jugar, y al tomarse tan objetivamente la vida, se transforman en ciudadanos funcionales… ¡Que insulto al niño que alguna vez fueron!
..
Conceptos relativos
Cuentos de Jora,
Fragmentos Caprichosos
2012-02-01
Fragmento Caprichoso 3
Extraño cotidiano
P—Mi cielo, ya llegué…
C—¿Cómo te fue en el trabajo?
P—Para la mierda. Luego de tanto trabajar mi supervisor me dijo que teníamos que hacer horas extras.
C—Pero te las van a pagar ¿No?
P—Si, pero yo quiero el tiempo y no el dinero.
C—Pero podemos ahorrar para la fiesta de los chicos.
P—…Tenés razón…
C—La vida es asi, pero si uno se acostumbra, la puede sobrellevar y quizás hasta disfrutarla!
P—…Te amo cielo— Ella sonríe satisfecha, sin saber a lo mejor que esas palabras hipócritas ocultan un visceral odio a la sociedad, a uno mismo y a la exuberante dulzura de Camila, la misma que hizo que Pablo se enamorase tan profundamente como para dejar sus ideales anarquistas y formar un hogar.
Esa noche Pablo se desveló pensando, rumeando, el como él se había acostumbrado a esa farsa familiar y social. Pero pasaron varios meses hasta que pasara lo que tenía que pasar…
Era una noche, la televisión decía sus discursos, emanaba sonidos como descolocados de cualquier realidad. Era un mundo loco de Alicia, y el conductor era el sombrerero, y Camila y los chicos miraban, y a veces sonreían como compartiendo una complicidad con esa caja que brillaba por el frente. Pablo los miraba atento, el escenario era tan artificial, tan irreal. Pablo estaba seguro de que ayer mismo él miraba de la misma forma a la caja, pero hoy no podía. Hoy era inmune a sus promociones y a sus fugaces colores estridentes. Alguna vez él soñó con ser mochilero, y casi lo fue. Iba a la calle cada vez que quería y se reunía con gente muy loca que le prometía acompañarlo. El dinero no importaba, Pablo sabía y sigue sabiendo que eran grilletes que lo obligaban a tener obligaciones que en nada enriquecían su vida. Alguna vez ha osado fantasear con tener hijos, y estaba seguro que los crearía como era él, enseñándoles que el sistema no servía y que lo mas digno y honrado era el vivir dándole la espalda. —¡Pero no pienso traer a voluntad niños inocentes a este mundo de mierda! — Decía a sus amigos, que reían cómplices y decían que tenía razón, pero que los accidentes pasaban…
Camila estaba tan diferente… Aquella vez que la había visto en la escalera de la facultad era diferente. Era y sigue siendo dulce, encantadora, angelical, una mujer perfecta para un heráldico caballero en busca de doncella a la cual rendir como tributo sus hazañas. En ese momento, Pablo había visto algo muy peculiar. La vio hermosa y fresca, impoluta de toda maquinaria consumista, esas palabras como neoliberalismo y economía eran extrañas en contraste a Camila. Pablo supo que tenía que estar con ella, y aunque era obvio que los ideales de cada uno eran diferentes, él la veía casi como la culminación de sus pensamientos. Una idea fija revoloteaba en torno a ella. Pablo imaginaba a Camila como un campesina pagana, dulce y caminando descalza por una huerta, junto a una casa de adoquines. Una imagen idílica, un paraíso para dos personas y alejado años luz de las urbes contaminadas de ondas de radio de celulares y vidrieras y carteles de comida rápida. Él era diferente con ella, sacaba su mejor aspecto, ella era dulce con él por que él siempre sacaba su mejor aspecto. Desde el principio su relación fue una suerte de farsa…
El trabajo de Pablo era ordinario y en relación de dependencia. Él no se preocupaba, ganaba lo suficiente como para mantenerse a él mismo, salir de vez en cuando y ahorrar algo. Tenía la certeza de que sus ahorros iban a ser sacrificados en una última inversión, la cual lo llevaría a la consumación de sus ideas. Aunque no sabía qué, le empezó a gustar la idea de comprar un terreno en el campo, alejado de las bebidas gaseosas y con un poso para el agua. Una idea bastante naif para un sujeto que gustaba de aventar piedras a los autos caros en las manifestaciones subversivas. Pero esa idea naif era de repente la mejor manera de materializar sus ideas. Y se imaginaba ya, embriagado de cursilerías, como sería criar niños en ese lugar, sin los celulares y la televisión, sin computadoras, pero teniendo eternos pastos para correr y árboles en donde trepar.
Esa misma noche en que Pablo contemplaba absorto los rostros que contemplaban absortos la caja mágica. Pablo no podía entender como esa Camila hipnotizada era la misma Camila idílica que alguna vez le hizo temblar el piso de sus mas firmes convicciones. Él aun tenía alguna fantasías… Era de noche, estaban acostados y a punto de ir a dormir, ya habían apagado los veladores y Camila estaba recostada de perfil con una de sus piernas entre las piernas de Pablo. Aun en la oscuridad podía él distinguir sus labios esbozando una leve sonrisa, la veía tan conforme con eso que él consideraba una farsa. Pablo se la quería llevar con él al fin del mundo, encontrar un valle en donde no penetren ni las ondas de radio de amplitud modulada.
P—Si yo me fuese… — Camila abrió los ojos, al parecer había empezado a dormirse.
C—¿Qué mi amor?
P—¿Te vendrías conmigo a otro lado? Si me fuese, si vendiese todo y me fuese a vivir a un bosque, o bajo una montaña… ¿Te vendrías conmigo?
C—¿Jajajaja? Sabes que te amo, te acompañaría a cualquier parte! — Pablo se llenó de emoción por un instante, pero luego sintió el preludio del “pero”. Hay una sensación casi instintiva que te da a entender que va a haber un “pero”, de que te estabas ilusionando inútilmente.
C—¿Pero qué hacemos con los chicos? No los puedo dejar mucho tiempo con mamá, y no tenemos plata para una niñera. Y ni pienso dejarle mis hijos a un extraño de todos modos. Si querés que planeemos una vacaciones es mejor esperar a que los chicos crezcan.
P—Pero los podemos llevar con nosotros. ¿No sería fantástico, los cuatro juntos, viajando por el país, viviendo en un valle encantado?
C—¿Un valle encantado? ¿Qué fumaste en el trabajo? De todos modos… ¿Qué pasa con la escuela de los chicos? Después les va a costar mucho ponerse al tanto, o puede que queden libres. Mejor esperemos a las vacaciones de verano. Aunque hay que ver, no podemos hacer un viaje como vos decis, y además hay que planear el tema de las fiestas de navidad y año nuevo. De vuelta, mejor lo dejamos para cuando los chicos sean más grandes.
P—Yo estaba hablando de dejar todo e irnos a vivir a otro lado, lejos del sistema, lejos de…
C—¿De vuelta con eso? ¡Jajaja! Nunca se te va a ir tu lado idealista y rebelde. Y bueno, me lo tengo que bancar, asi como sos me enamoré de vos. Pero vas a ver que ya la semana que viene te vas a olvidar. Además, es el cumpleaños de tu hermano, podrías ir a verlo, seguro que eso te va a hacer bien. — “Te va a hacer bien”, Camila lo decía como si Pablo estuviese enfermo, pero él sentía que no había estado tan lucido desde hace mucho, mucho tiempo.
P—Puede ser que tengas razón. Mejor lo planeo todo con tiempo y paciencia… — Camila sonrió conforme y lo abrazó cerrando los ojos y entregándose al sueño. Pablo, cuando decía planearlo todo, hablaba de sacar a Camila y los chicos de la ecuación. Esa era la última jugada, tenía una vaga esperanza de que la mujer que alguna vez amó se iría con él, y que sus hijos serían herederos de sus pensamientos mas libres. Pero ella era parte del sistema, sus hijos también, él era un extraño en esa casa…
Pasaron los días, las semanas, el cumpleaños del hermano de Pablo, la navidad y año nuevo, dos veranos más… Camila entró a la casa con los chicos, los traía de lo de su madre en donde habían pasado unos días. La casa tenía una fuerte ausencia. Pablo solía escuchar esos temas de rock pesado cuando Camila no estaba, y no se los oía. Era claro que Pablo no debería de estar, pero faltaban algunas cosas. Y sobre la mesa había un sobre con el nombre “Camila” en él. Ella abrió el sobre, leyó algunas palabras y su rostro se impactó.
P—Mi querida Camila. Sabes que te amo, y te sigo amando. Pero yo todo este tiempo he fingido ser una persona que no soy, solo por encajar. Tenía la esperanza infantil de que seas mi compañera de aventuras, pero nunca lo fuiste. Vos no sos una aventurera. Ya no soporto más la ciudad, la sociedad, los aparatos y los autos. Todo eso me enferma y creo que ustedes ya están enfermos. Alguna vez voy a volver a hablarte, y deseo profundamente que entonces quieras venir conmigo. Quisiese también que mis hijos quieran venir conmigo. Creo que para ellos es difícil, y creo que para vos ya es tarde. Lamento el que me haya ido, pero lo lamento por vos. Si no me iba moriría en vida, y creo que hubiese sido peor para todos… Pos data, si llaman de mi trabajo, desiles de mi parte que se vayan a la mierda!
.
P—Mi cielo, ya llegué…
C—¿Cómo te fue en el trabajo?
P—Para la mierda. Luego de tanto trabajar mi supervisor me dijo que teníamos que hacer horas extras.
C—Pero te las van a pagar ¿No?
P—Si, pero yo quiero el tiempo y no el dinero.
C—Pero podemos ahorrar para la fiesta de los chicos.
P—…Tenés razón…
C—La vida es asi, pero si uno se acostumbra, la puede sobrellevar y quizás hasta disfrutarla!
P—…Te amo cielo— Ella sonríe satisfecha, sin saber a lo mejor que esas palabras hipócritas ocultan un visceral odio a la sociedad, a uno mismo y a la exuberante dulzura de Camila, la misma que hizo que Pablo se enamorase tan profundamente como para dejar sus ideales anarquistas y formar un hogar.
Esa noche Pablo se desveló pensando, rumeando, el como él se había acostumbrado a esa farsa familiar y social. Pero pasaron varios meses hasta que pasara lo que tenía que pasar…
Era una noche, la televisión decía sus discursos, emanaba sonidos como descolocados de cualquier realidad. Era un mundo loco de Alicia, y el conductor era el sombrerero, y Camila y los chicos miraban, y a veces sonreían como compartiendo una complicidad con esa caja que brillaba por el frente. Pablo los miraba atento, el escenario era tan artificial, tan irreal. Pablo estaba seguro de que ayer mismo él miraba de la misma forma a la caja, pero hoy no podía. Hoy era inmune a sus promociones y a sus fugaces colores estridentes. Alguna vez él soñó con ser mochilero, y casi lo fue. Iba a la calle cada vez que quería y se reunía con gente muy loca que le prometía acompañarlo. El dinero no importaba, Pablo sabía y sigue sabiendo que eran grilletes que lo obligaban a tener obligaciones que en nada enriquecían su vida. Alguna vez ha osado fantasear con tener hijos, y estaba seguro que los crearía como era él, enseñándoles que el sistema no servía y que lo mas digno y honrado era el vivir dándole la espalda. —¡Pero no pienso traer a voluntad niños inocentes a este mundo de mierda! — Decía a sus amigos, que reían cómplices y decían que tenía razón, pero que los accidentes pasaban…
Camila estaba tan diferente… Aquella vez que la había visto en la escalera de la facultad era diferente. Era y sigue siendo dulce, encantadora, angelical, una mujer perfecta para un heráldico caballero en busca de doncella a la cual rendir como tributo sus hazañas. En ese momento, Pablo había visto algo muy peculiar. La vio hermosa y fresca, impoluta de toda maquinaria consumista, esas palabras como neoliberalismo y economía eran extrañas en contraste a Camila. Pablo supo que tenía que estar con ella, y aunque era obvio que los ideales de cada uno eran diferentes, él la veía casi como la culminación de sus pensamientos. Una idea fija revoloteaba en torno a ella. Pablo imaginaba a Camila como un campesina pagana, dulce y caminando descalza por una huerta, junto a una casa de adoquines. Una imagen idílica, un paraíso para dos personas y alejado años luz de las urbes contaminadas de ondas de radio de celulares y vidrieras y carteles de comida rápida. Él era diferente con ella, sacaba su mejor aspecto, ella era dulce con él por que él siempre sacaba su mejor aspecto. Desde el principio su relación fue una suerte de farsa…
El trabajo de Pablo era ordinario y en relación de dependencia. Él no se preocupaba, ganaba lo suficiente como para mantenerse a él mismo, salir de vez en cuando y ahorrar algo. Tenía la certeza de que sus ahorros iban a ser sacrificados en una última inversión, la cual lo llevaría a la consumación de sus ideas. Aunque no sabía qué, le empezó a gustar la idea de comprar un terreno en el campo, alejado de las bebidas gaseosas y con un poso para el agua. Una idea bastante naif para un sujeto que gustaba de aventar piedras a los autos caros en las manifestaciones subversivas. Pero esa idea naif era de repente la mejor manera de materializar sus ideas. Y se imaginaba ya, embriagado de cursilerías, como sería criar niños en ese lugar, sin los celulares y la televisión, sin computadoras, pero teniendo eternos pastos para correr y árboles en donde trepar.
Esa misma noche en que Pablo contemplaba absorto los rostros que contemplaban absortos la caja mágica. Pablo no podía entender como esa Camila hipnotizada era la misma Camila idílica que alguna vez le hizo temblar el piso de sus mas firmes convicciones. Él aun tenía alguna fantasías… Era de noche, estaban acostados y a punto de ir a dormir, ya habían apagado los veladores y Camila estaba recostada de perfil con una de sus piernas entre las piernas de Pablo. Aun en la oscuridad podía él distinguir sus labios esbozando una leve sonrisa, la veía tan conforme con eso que él consideraba una farsa. Pablo se la quería llevar con él al fin del mundo, encontrar un valle en donde no penetren ni las ondas de radio de amplitud modulada.
P—Si yo me fuese… — Camila abrió los ojos, al parecer había empezado a dormirse.
C—¿Qué mi amor?
P—¿Te vendrías conmigo a otro lado? Si me fuese, si vendiese todo y me fuese a vivir a un bosque, o bajo una montaña… ¿Te vendrías conmigo?
C—¿Jajajaja? Sabes que te amo, te acompañaría a cualquier parte! — Pablo se llenó de emoción por un instante, pero luego sintió el preludio del “pero”. Hay una sensación casi instintiva que te da a entender que va a haber un “pero”, de que te estabas ilusionando inútilmente.
C—¿Pero qué hacemos con los chicos? No los puedo dejar mucho tiempo con mamá, y no tenemos plata para una niñera. Y ni pienso dejarle mis hijos a un extraño de todos modos. Si querés que planeemos una vacaciones es mejor esperar a que los chicos crezcan.
P—Pero los podemos llevar con nosotros. ¿No sería fantástico, los cuatro juntos, viajando por el país, viviendo en un valle encantado?
C—¿Un valle encantado? ¿Qué fumaste en el trabajo? De todos modos… ¿Qué pasa con la escuela de los chicos? Después les va a costar mucho ponerse al tanto, o puede que queden libres. Mejor esperemos a las vacaciones de verano. Aunque hay que ver, no podemos hacer un viaje como vos decis, y además hay que planear el tema de las fiestas de navidad y año nuevo. De vuelta, mejor lo dejamos para cuando los chicos sean más grandes.
P—Yo estaba hablando de dejar todo e irnos a vivir a otro lado, lejos del sistema, lejos de…
C—¿De vuelta con eso? ¡Jajaja! Nunca se te va a ir tu lado idealista y rebelde. Y bueno, me lo tengo que bancar, asi como sos me enamoré de vos. Pero vas a ver que ya la semana que viene te vas a olvidar. Además, es el cumpleaños de tu hermano, podrías ir a verlo, seguro que eso te va a hacer bien. — “Te va a hacer bien”, Camila lo decía como si Pablo estuviese enfermo, pero él sentía que no había estado tan lucido desde hace mucho, mucho tiempo.
P—Puede ser que tengas razón. Mejor lo planeo todo con tiempo y paciencia… — Camila sonrió conforme y lo abrazó cerrando los ojos y entregándose al sueño. Pablo, cuando decía planearlo todo, hablaba de sacar a Camila y los chicos de la ecuación. Esa era la última jugada, tenía una vaga esperanza de que la mujer que alguna vez amó se iría con él, y que sus hijos serían herederos de sus pensamientos mas libres. Pero ella era parte del sistema, sus hijos también, él era un extraño en esa casa…
Pasaron los días, las semanas, el cumpleaños del hermano de Pablo, la navidad y año nuevo, dos veranos más… Camila entró a la casa con los chicos, los traía de lo de su madre en donde habían pasado unos días. La casa tenía una fuerte ausencia. Pablo solía escuchar esos temas de rock pesado cuando Camila no estaba, y no se los oía. Era claro que Pablo no debería de estar, pero faltaban algunas cosas. Y sobre la mesa había un sobre con el nombre “Camila” en él. Ella abrió el sobre, leyó algunas palabras y su rostro se impactó.
P—Mi querida Camila. Sabes que te amo, y te sigo amando. Pero yo todo este tiempo he fingido ser una persona que no soy, solo por encajar. Tenía la esperanza infantil de que seas mi compañera de aventuras, pero nunca lo fuiste. Vos no sos una aventurera. Ya no soporto más la ciudad, la sociedad, los aparatos y los autos. Todo eso me enferma y creo que ustedes ya están enfermos. Alguna vez voy a volver a hablarte, y deseo profundamente que entonces quieras venir conmigo. Quisiese también que mis hijos quieran venir conmigo. Creo que para ellos es difícil, y creo que para vos ya es tarde. Lamento el que me haya ido, pero lo lamento por vos. Si no me iba moriría en vida, y creo que hubiese sido peor para todos… Pos data, si llaman de mi trabajo, desiles de mi parte que se vayan a la mierda!
.
Conceptos relativos
Cuentos de Jora,
Fragmentos Caprichosos
2012-01-20
La ultima palabra de tu mascara
Una última palabra, una frase definitiva, el final de una etapa saliendo de la boca.
Somos caretas acostumbradas a tratar con caretas. Vivimos en un mar de oleajes de demagogia y de farsas emocionales. Vivimos una parodia triste o alegre, pero parodia.
¿Qué es lo que en verdad piensas de esa persona? ¿Qué es lo que en verdad quieres para ti mismo? ¿Cómo te sentirías si murieses mañana? ¿Qué es lo que harías ahora entonces?
Hay palabras y acciones que son definitorias. Acaban e inician cosas a la vez, pueden ser fatales o maravillosas, no, creo que ambas, creo que son generadoras de momentos sublimes. Esos momentos dan valor a nuestra vida. Pero es normal conformarse con la pantomima, con las falsas sonrisas, con las angustias a oscuras, con las limosnas causales. Es fácil conformarse y nos parece que el riesgo de hacer algo es muy grande. ¡Sí, el riesgo es muy grande! No tiene nada que ver con la adrenalina, o sí talvés, pero no es el punto… El punto es que ciertas cosas son riesgosas por que justamente son importantes cambios de ciclos. El terminar algo para empezar algo. Sea lo que sea que se empiece, la buena noticia es que lo que se termina es una farsa. Puede que una farsa bonita y cómoda, tentadora, pero una farsa. ¿Qué clase de goce hay en una situación cuando en realidad se anhela otra? Simplemente no hay respeto por uno mismo si no se toman riesgos. ¿Qué te dirías si pudieses verte desde afuera? Se sincero /a. ¿Qué te dirías?
Entonces… ¿Qué vas a decir? ¿Qué vas a hacer? Qué es lo que va a suceder ahora, no sé, pero espero que sea sublime…
.
Somos caretas acostumbradas a tratar con caretas. Vivimos en un mar de oleajes de demagogia y de farsas emocionales. Vivimos una parodia triste o alegre, pero parodia.
¿Qué es lo que en verdad piensas de esa persona? ¿Qué es lo que en verdad quieres para ti mismo? ¿Cómo te sentirías si murieses mañana? ¿Qué es lo que harías ahora entonces?
Hay palabras y acciones que son definitorias. Acaban e inician cosas a la vez, pueden ser fatales o maravillosas, no, creo que ambas, creo que son generadoras de momentos sublimes. Esos momentos dan valor a nuestra vida. Pero es normal conformarse con la pantomima, con las falsas sonrisas, con las angustias a oscuras, con las limosnas causales. Es fácil conformarse y nos parece que el riesgo de hacer algo es muy grande. ¡Sí, el riesgo es muy grande! No tiene nada que ver con la adrenalina, o sí talvés, pero no es el punto… El punto es que ciertas cosas son riesgosas por que justamente son importantes cambios de ciclos. El terminar algo para empezar algo. Sea lo que sea que se empiece, la buena noticia es que lo que se termina es una farsa. Puede que una farsa bonita y cómoda, tentadora, pero una farsa. ¿Qué clase de goce hay en una situación cuando en realidad se anhela otra? Simplemente no hay respeto por uno mismo si no se toman riesgos. ¿Qué te dirías si pudieses verte desde afuera? Se sincero /a. ¿Qué te dirías?
Entonces… ¿Qué vas a decir? ¿Qué vas a hacer? Qué es lo que va a suceder ahora, no sé, pero espero que sea sublime…
.
Conceptos relativos
muerte,
psicoalquimia,
tio Jora aconseja
2012-01-12
Fragmento Caprichoso 2
Julián y su portafolios
Julián bajó del colectivo con su portafolios, vestía traje y corbata económicos, con el nudo de la corbata bien hecho, y sus zapatos brillaban un poco. Julián y su portafolios van al trabajo, y digo “y su portafolios” en lugar de “con su portafolios” por qué parece al verlo que ya tiene personalidad ese portafolios. Baja del colectivo en una plaza que sirve de concentración y desconcentración de personas que van o vienen de algún trabajo. La avenida repleta de vehículos con gente que van o vienen de algún trabajo, alguna vez Juan pensó que las avenidas eran arterias, los autos glóbulos rojos y ellos, la gente que trabaja, el oxigeno que da vida a la sociedad. En ese momento Julián no se sentía ser oxigeno, esa plaza le hacía pensar en cosas que no eran necesariamente oxigeno. Un aroma representativo de esa plaza, y de muchas otras semejantes, una mezcla de olores de caños de escape, choripanes y orinas. Él mira al otro lado de la avenida, allí una gran iglesia se yergue como empotrada en un trono, pero fría. En eso, Julián se siente un sujeto en una multitud, nota que está dentro de un flujo de gente que va o viene al trabajo. La gente camina abstraída en su caminar, en su ida o vuelta, y nada más hay en ellos.
Probablemente por esa abstracción sea que no les importa el olor a choripán mezclado con smoke y orina. Julián se pregunta como puede ser que nadie perciba todo eso, los olores, el suelo tan sucio que no querés pisarlo, las bocinas, la multitud apresurada. La calle es una ida o una vuelta, nada más. Todos corren a la casa o al trabajo, como si fueran dos refugios, es un desprecio agorafobico. Entonces se pregunta si él sería igual, larvés en algún lugar de la plaza hay alguien mirándolo, alguien que piensa como él, pero que en lugar de caminar se sentó en algún banco. Mira la plaza buscando algún cazador furtivo, alguna mirada elocuente, pero no hay nadie que lo mire salvo unos repartidores de propagandas que enseguida le dan unos papeles que él tirará en la siguiente cuadra sin siquiera leerlos. Talvés él sea el único, pero se pregunta si él se vería como toda esa gente todos los días que va o viene al trabajo y no está como hoy, preocupado por su semejanza con todos.
Julián cruza la calle que corta la avenida y es uno de los cuatro confinamientos de la plaza, que no sé si es plaza, tan solo hay árboles y algo de pasto. En la esquina hay una agencia de viajes, unas grandes vidrieras con propagandas de playas y hoteles, y gente sonriendo feliz tomando unos margaritas. Julián, algo así como “día por medio”, presta atención al pasar por esa vidriera y ve siempre los mismos carteles. Siempre los mismos, pera cada vez busca algo diferente, es como un juego, ya sabe que en el hotel de detrás de la pareja feliz hay una mujer con dos niños y que en la playa hay tres muchachos junto a cinco muchachas, y un surfista a lo lejos. Es un pequeño pedacito de mundo donde todos son felices por obra y gracias de alguna entidad que de alguna manera se presenta en las agencias turísticas. Él sabe que es una propaganda, un truco, pero siempre piensa en ese pedacito de mundo aparte que se le aparece cuando va al trabajo. Aunque no es lo que pretende necesariamente, esa publicidad le recuerda que hay otro mundo al que él no puede ir por que está justamente en éste mundo. Y en la mitad de la cuadra se detiene, y piensa que es el mismo mundo, el del pedacito en la playa y la vereda en la que aun la gente va o viene, y lo roza en los brazos molesta por que él estorba la ida o venida. Julián se da cuenta de que es el mismo mundo, y que eso que no le permite ir a otra parte es lo que le dice que tiene que cumplir con ciertas obligaciones. Y Julián mira a su portafolios, es una parte de él mismo y casi tiene personalidad, y adentro hay cosas importantes y es todo un símbolo de los que él es. Y Julián piensa, entonces, que él sostiene el portafolios por que él quiso sostenerlo. …No sé, a veces uno entra en cortocircuito, o deja de pensar, o siente que un enorme dedo metafísico le da un topecito en el culo… Julián va a la calle, ve una brecha entre dos autos estacionados y se proyecta allí, y para eso cruza entre la gente que va o viene, es como atravesar un río rápido de montaña, es ir contra la corriente, es luchar contra una fuerza mucho mayor que él. Y cuando Julián esta entre los dos coches, y atrás esta la gente que va o viene, y en la calla los autos que van o vienen, y él está en ese pequeño espacio quieto, hay una sensación inexplicable que lo invade y es más fuerte aun que aquello que lo impulsó a atravesar el flujo de idas y vueltas. Sintió entonces Julián que todo era diferente, que estaba fuera del sistema, se sintió un rebelde y pensó que ya estaba hecho, que ya no tenía sentido mirar atrás y paró un taxi casi sin pensar más.
Julián subió al taxi. El taxi era peculiar, ya que aunque rodeado de gente que iba o venía, el que conducía el trabajo no iba ni venía, ya que ese era su trabajo. Julián lo miró, los segundos llevan de impaciencia al taxista como si le estuviesen robando algo valioso, y entonces dijo algo que siempre había querido decir luego de haberlo visto en tantas películas… —¡Al aeropuerto! — Julián estaba en el taxi que iba al aeropuerto, iba, pero no era como todos los que iban, él no cumpliría horario alguno ese día. Estaba tranquilo en el asiento, su portafolios estaba apoyado en el lado izquierdo del asiento y lo sostenía con la mano izquierda, como si fuese su novia. Antes lo tenía en la derecha pero lo cambió de mano para parar el taxi. ¡Parar el taxi para ir al aeropuerto! Y para eso hizo algo impensado, algo que era anti natural, anormal, impredecible y descabellado, dejó de ir o venir y se alejó del torrente que iba o venía. Esa vieja sensación, o mas bien, esa joven sensación. Cuando Julián era chico y jugaba al futbol con amigos vecinos sentía eso todo el tiempo. Al jugar se arriesgaba por que así era más divertido. ¿Por qué la vida no podía ser un juego? ¿Por qué había que dejar de arriesgarse? ¿Por qué no podía ser divertida la vida en lugar de estar encerrado en ese lineal pensamiento de ir o venir al trabajo? ¡El trabajo! Casi por un instante Julián se arrepiente de toda esa locura. Pero él ya había iniciado un nuevo movimiento y no tenía sentido detenerlo. Iba a llevar tarde al trabajo de todos modos, iba a hacer las cosas apuradas, le iban a descontar dinero, los compañeros le iban a decir. “¿Qué pasó, te quedaste dormido, jajaja?” Un chiste que por básico y ordinario no es un chiste. La gente habituada al trabajo tiene esos chistes basados en cosas ordinarias que apenas son estrafalarias en medio de la rutina, y claro, en las anécdotas laborales. Y si Julián ya se había arriesgado, no tenía sentido detenerse. Sintió una adrenalina juvenil nuevamente, se sintió un aventurero, un victorioso, se sintió libre y como un niño curioso. Pero el recordar el trabajo le hizo pensar en las obligaciones para con la institución y los compañeros, como los heraldos de algún rey al que le juran lealtad. Entonces tuvo una acción que fuese como una última formalidad, llamó al trabajo y avisó que estaba enfermo y que no iba a ir. Se imaginó a sus compañeros de trabajo comentando que “este seguro de fue de joda, jajaja”, otro típico chiste demasiado básico, pero no se podría pretender elocuencia en las oficinas, y menos con tantos cubículos…
Miró por las ventanas del taxi, era una cápsula. Afuera los autos, las bocinas, la gente que iba o venía, y el taxista molesto por los embotellamientos pero parecía ser un apéndice del propio taxi. A Julián poco le importaba todo eso, no iba a cumplir horario alguno y estaba entregado a la aventura. Estaba en una burbuja y se sentía libre. Su mano derecha sostenía el teléfono celular y la izquierda su portafolio, que nunca había soltado desde que lo tomó antes de salir de su casa. El celular… Julián pensó que alguien podría llamarlo en medio de su aventura para recordarle las obligaciones y las lealtades. ¿Para qué quería el celular? Era como una piedra que arrastraba, pero una piedra mental. Vaya a donde vaya había algo que le recordaba las obligaciones, que sonaba indicando cuando levantarse y cuando terminaba su refrigerio, los cumpleaños de tanta gente obsoleta, y una herramienta útil para todo aquel que quería encontrarlo. Generalmente no recibía ni hacia llamados placenteros con el celular. Y si llamaba a alguien sabiendo que disfrutaría de la charla, lo hacía desde su casa sabiendo que duraría mucho la misma, pero ya hace tiempo esos llamados no sucedían. El día anterior, sin ir muy lejos, recibió un importantísimo mensaje de texto, un número de tres dígitos que le ofrecía un descuento en la compra de un auto. No solo es un grillete, el celular atrae propagandas. Julián sintió que no podría escapar ni siquiera de las propagandas superfluas, eso parecía trágico. Pero era tan simple, y Julián lo comprendió, y apagó el celular y lo puso dentro del portafolios. Luego se dio cuenta de que había algo más que lo estorbaba, la corbata. (Un símbolo extraño de un origen peculiar que ahora no viene explicarlo, yo lo sé pero Julián no lo sabía aun) Julián se preguntó como puede ser que sea un atuendo tan común y casi indispensable, un deformado pedazo de tela que se aferra a la garganta. Es como un recordatorio de que algo te está estrangulando. Sintió que era la mano de algún jefe metafísico. Como una predisposición a los sacrificios prontos a hacer, de modo que la gente vaya o venga ya sin esperanza de salir de la corriente. Entonces Julián también se sacó la corbata, y para eso soltó el portafolios. Se desabotonó el cuello de la camisa, y guardó la corbata también en el portafolios.
Julián se relajó entonces. Había dicho que no iba a trabajar, confirmando que no daría un paso atrás, había apagado el celular y se había sacado la corbata. Esa sensación que uno siente cuando se despierta bruscamente a media mañana asustado por que llegará tarde al trabajo, pero luego mientras te ponés lo pantalones de das cuenta de que es Sabado y qué, como ya te levantaste, tenés el día por delante… ¡A lo que ha llegado la gente que va o viene! Julián sonrió pensando en que era libre, y se relajó en el asiento del taxi y contempló el bullicio de afuera como si fuese otro mundo, y no el suyo.
Y el taxi fue hasta el aeropuerto…
.
Julián bajó del colectivo con su portafolios, vestía traje y corbata económicos, con el nudo de la corbata bien hecho, y sus zapatos brillaban un poco. Julián y su portafolios van al trabajo, y digo “y su portafolios” en lugar de “con su portafolios” por qué parece al verlo que ya tiene personalidad ese portafolios. Baja del colectivo en una plaza que sirve de concentración y desconcentración de personas que van o vienen de algún trabajo. La avenida repleta de vehículos con gente que van o vienen de algún trabajo, alguna vez Juan pensó que las avenidas eran arterias, los autos glóbulos rojos y ellos, la gente que trabaja, el oxigeno que da vida a la sociedad. En ese momento Julián no se sentía ser oxigeno, esa plaza le hacía pensar en cosas que no eran necesariamente oxigeno. Un aroma representativo de esa plaza, y de muchas otras semejantes, una mezcla de olores de caños de escape, choripanes y orinas. Él mira al otro lado de la avenida, allí una gran iglesia se yergue como empotrada en un trono, pero fría. En eso, Julián se siente un sujeto en una multitud, nota que está dentro de un flujo de gente que va o viene al trabajo. La gente camina abstraída en su caminar, en su ida o vuelta, y nada más hay en ellos.
Probablemente por esa abstracción sea que no les importa el olor a choripán mezclado con smoke y orina. Julián se pregunta como puede ser que nadie perciba todo eso, los olores, el suelo tan sucio que no querés pisarlo, las bocinas, la multitud apresurada. La calle es una ida o una vuelta, nada más. Todos corren a la casa o al trabajo, como si fueran dos refugios, es un desprecio agorafobico. Entonces se pregunta si él sería igual, larvés en algún lugar de la plaza hay alguien mirándolo, alguien que piensa como él, pero que en lugar de caminar se sentó en algún banco. Mira la plaza buscando algún cazador furtivo, alguna mirada elocuente, pero no hay nadie que lo mire salvo unos repartidores de propagandas que enseguida le dan unos papeles que él tirará en la siguiente cuadra sin siquiera leerlos. Talvés él sea el único, pero se pregunta si él se vería como toda esa gente todos los días que va o viene al trabajo y no está como hoy, preocupado por su semejanza con todos.
Julián cruza la calle que corta la avenida y es uno de los cuatro confinamientos de la plaza, que no sé si es plaza, tan solo hay árboles y algo de pasto. En la esquina hay una agencia de viajes, unas grandes vidrieras con propagandas de playas y hoteles, y gente sonriendo feliz tomando unos margaritas. Julián, algo así como “día por medio”, presta atención al pasar por esa vidriera y ve siempre los mismos carteles. Siempre los mismos, pera cada vez busca algo diferente, es como un juego, ya sabe que en el hotel de detrás de la pareja feliz hay una mujer con dos niños y que en la playa hay tres muchachos junto a cinco muchachas, y un surfista a lo lejos. Es un pequeño pedacito de mundo donde todos son felices por obra y gracias de alguna entidad que de alguna manera se presenta en las agencias turísticas. Él sabe que es una propaganda, un truco, pero siempre piensa en ese pedacito de mundo aparte que se le aparece cuando va al trabajo. Aunque no es lo que pretende necesariamente, esa publicidad le recuerda que hay otro mundo al que él no puede ir por que está justamente en éste mundo. Y en la mitad de la cuadra se detiene, y piensa que es el mismo mundo, el del pedacito en la playa y la vereda en la que aun la gente va o viene, y lo roza en los brazos molesta por que él estorba la ida o venida. Julián se da cuenta de que es el mismo mundo, y que eso que no le permite ir a otra parte es lo que le dice que tiene que cumplir con ciertas obligaciones. Y Julián mira a su portafolios, es una parte de él mismo y casi tiene personalidad, y adentro hay cosas importantes y es todo un símbolo de los que él es. Y Julián piensa, entonces, que él sostiene el portafolios por que él quiso sostenerlo. …No sé, a veces uno entra en cortocircuito, o deja de pensar, o siente que un enorme dedo metafísico le da un topecito en el culo… Julián va a la calle, ve una brecha entre dos autos estacionados y se proyecta allí, y para eso cruza entre la gente que va o viene, es como atravesar un río rápido de montaña, es ir contra la corriente, es luchar contra una fuerza mucho mayor que él. Y cuando Julián esta entre los dos coches, y atrás esta la gente que va o viene, y en la calla los autos que van o vienen, y él está en ese pequeño espacio quieto, hay una sensación inexplicable que lo invade y es más fuerte aun que aquello que lo impulsó a atravesar el flujo de idas y vueltas. Sintió entonces Julián que todo era diferente, que estaba fuera del sistema, se sintió un rebelde y pensó que ya estaba hecho, que ya no tenía sentido mirar atrás y paró un taxi casi sin pensar más.
Julián subió al taxi. El taxi era peculiar, ya que aunque rodeado de gente que iba o venía, el que conducía el trabajo no iba ni venía, ya que ese era su trabajo. Julián lo miró, los segundos llevan de impaciencia al taxista como si le estuviesen robando algo valioso, y entonces dijo algo que siempre había querido decir luego de haberlo visto en tantas películas… —¡Al aeropuerto! — Julián estaba en el taxi que iba al aeropuerto, iba, pero no era como todos los que iban, él no cumpliría horario alguno ese día. Estaba tranquilo en el asiento, su portafolios estaba apoyado en el lado izquierdo del asiento y lo sostenía con la mano izquierda, como si fuese su novia. Antes lo tenía en la derecha pero lo cambió de mano para parar el taxi. ¡Parar el taxi para ir al aeropuerto! Y para eso hizo algo impensado, algo que era anti natural, anormal, impredecible y descabellado, dejó de ir o venir y se alejó del torrente que iba o venía. Esa vieja sensación, o mas bien, esa joven sensación. Cuando Julián era chico y jugaba al futbol con amigos vecinos sentía eso todo el tiempo. Al jugar se arriesgaba por que así era más divertido. ¿Por qué la vida no podía ser un juego? ¿Por qué había que dejar de arriesgarse? ¿Por qué no podía ser divertida la vida en lugar de estar encerrado en ese lineal pensamiento de ir o venir al trabajo? ¡El trabajo! Casi por un instante Julián se arrepiente de toda esa locura. Pero él ya había iniciado un nuevo movimiento y no tenía sentido detenerlo. Iba a llevar tarde al trabajo de todos modos, iba a hacer las cosas apuradas, le iban a descontar dinero, los compañeros le iban a decir. “¿Qué pasó, te quedaste dormido, jajaja?” Un chiste que por básico y ordinario no es un chiste. La gente habituada al trabajo tiene esos chistes basados en cosas ordinarias que apenas son estrafalarias en medio de la rutina, y claro, en las anécdotas laborales. Y si Julián ya se había arriesgado, no tenía sentido detenerse. Sintió una adrenalina juvenil nuevamente, se sintió un aventurero, un victorioso, se sintió libre y como un niño curioso. Pero el recordar el trabajo le hizo pensar en las obligaciones para con la institución y los compañeros, como los heraldos de algún rey al que le juran lealtad. Entonces tuvo una acción que fuese como una última formalidad, llamó al trabajo y avisó que estaba enfermo y que no iba a ir. Se imaginó a sus compañeros de trabajo comentando que “este seguro de fue de joda, jajaja”, otro típico chiste demasiado básico, pero no se podría pretender elocuencia en las oficinas, y menos con tantos cubículos…
Miró por las ventanas del taxi, era una cápsula. Afuera los autos, las bocinas, la gente que iba o venía, y el taxista molesto por los embotellamientos pero parecía ser un apéndice del propio taxi. A Julián poco le importaba todo eso, no iba a cumplir horario alguno y estaba entregado a la aventura. Estaba en una burbuja y se sentía libre. Su mano derecha sostenía el teléfono celular y la izquierda su portafolio, que nunca había soltado desde que lo tomó antes de salir de su casa. El celular… Julián pensó que alguien podría llamarlo en medio de su aventura para recordarle las obligaciones y las lealtades. ¿Para qué quería el celular? Era como una piedra que arrastraba, pero una piedra mental. Vaya a donde vaya había algo que le recordaba las obligaciones, que sonaba indicando cuando levantarse y cuando terminaba su refrigerio, los cumpleaños de tanta gente obsoleta, y una herramienta útil para todo aquel que quería encontrarlo. Generalmente no recibía ni hacia llamados placenteros con el celular. Y si llamaba a alguien sabiendo que disfrutaría de la charla, lo hacía desde su casa sabiendo que duraría mucho la misma, pero ya hace tiempo esos llamados no sucedían. El día anterior, sin ir muy lejos, recibió un importantísimo mensaje de texto, un número de tres dígitos que le ofrecía un descuento en la compra de un auto. No solo es un grillete, el celular atrae propagandas. Julián sintió que no podría escapar ni siquiera de las propagandas superfluas, eso parecía trágico. Pero era tan simple, y Julián lo comprendió, y apagó el celular y lo puso dentro del portafolios. Luego se dio cuenta de que había algo más que lo estorbaba, la corbata. (Un símbolo extraño de un origen peculiar que ahora no viene explicarlo, yo lo sé pero Julián no lo sabía aun) Julián se preguntó como puede ser que sea un atuendo tan común y casi indispensable, un deformado pedazo de tela que se aferra a la garganta. Es como un recordatorio de que algo te está estrangulando. Sintió que era la mano de algún jefe metafísico. Como una predisposición a los sacrificios prontos a hacer, de modo que la gente vaya o venga ya sin esperanza de salir de la corriente. Entonces Julián también se sacó la corbata, y para eso soltó el portafolios. Se desabotonó el cuello de la camisa, y guardó la corbata también en el portafolios.
Julián se relajó entonces. Había dicho que no iba a trabajar, confirmando que no daría un paso atrás, había apagado el celular y se había sacado la corbata. Esa sensación que uno siente cuando se despierta bruscamente a media mañana asustado por que llegará tarde al trabajo, pero luego mientras te ponés lo pantalones de das cuenta de que es Sabado y qué, como ya te levantaste, tenés el día por delante… ¡A lo que ha llegado la gente que va o viene! Julián sonrió pensando en que era libre, y se relajó en el asiento del taxi y contempló el bullicio de afuera como si fuese otro mundo, y no el suyo.
Y el taxi fue hasta el aeropuerto…
.
Conceptos relativos
Cuentos de Jora,
Fragmentos Caprichosos
Esperando la señal musical
En la época del proceso militar floreció, como el loto, la mejor música argentina...
Hoy en día la música es bastante mediocre, no hay una fatal realidad de la cual escapar y protestar... ¿No hay?
Vivimos en un sistema sepulturero, pero nos dejamos enterrar por el efecto del estupizador veneno mediatico y cirqueño.
Estoy seguro que, si la gente comprendiece lo terrible y mortuorio que es el presente y el lúgubre futuro que nos espera... ¡Entonces los colores brotarian de los pintores, las rimas de los poetas, y la mejor música liberadora y magistral que sea posible explotaria por todos lados! ...Entonces tendríamos esperanzas.
Ahí está el por qué el sistema funebrero es tan exitoso, nos hace creer que estamos bien.
....
¿No me creen? Esta es una flor de loto que floreció en el pantano, entre botas y fuciles...
Canción para mi muerte
El tuerto y los ciegos
Botas locas
Confesiones de invierno
.
Hoy en día la música es bastante mediocre, no hay una fatal realidad de la cual escapar y protestar... ¿No hay?
Vivimos en un sistema sepulturero, pero nos dejamos enterrar por el efecto del estupizador veneno mediatico y cirqueño.
Estoy seguro que, si la gente comprendiece lo terrible y mortuorio que es el presente y el lúgubre futuro que nos espera... ¡Entonces los colores brotarian de los pintores, las rimas de los poetas, y la mejor música liberadora y magistral que sea posible explotaria por todos lados! ...Entonces tendríamos esperanzas.
Ahí está el por qué el sistema funebrero es tan exitoso, nos hace creer que estamos bien.
....
¿No me creen? Esta es una flor de loto que floreció en el pantano, entre botas y fuciles...
Canción para mi muerte
El tuerto y los ciegos
Botas locas
Confesiones de invierno
.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)